La sociedad ya ajustó sus expectativas a la baja
Frente a la primera corrida cambiaria, de fines de abril, la sensación fue de sorpresa. Y ante la segunda, de fines de agosto, hubo shock y parálisis. Ahora, tras un mes de calma, hay diagnóstico. Digerido lo inesperado, la gente ajustó sus expectativas, la gran mayoría hacia abajo. A desgano, con disgusto, cierto fastidio y bastante resignación, la sociedad define 2018 como un año perdido.
Y reordena su estructura de gastos, consumos y preferencias en consecuencia. Se perdió de todo. Poder adquisitivo en dólares y en pesos, acceso al crédito, rentabilidad, energía, tiempo, tranquilidad y, especialmente, confianza y horizonte. Los más desafortunados perdieron el empleo.
Hay conciencia de que estamos transitando la peor parte. La economía de la calle sufre las consecuencias de aquel salto en el valor del dólar de casi $6 en apenas dos días y $10 en menos de un mes. El consecuente, lógico e inevitable traslado a precios de parte de esa devaluación, sumado a la fuerte restricción monetaria que se aplicó para calmar lo que era imprescindible y se veía indomable, hizo que también se pierda el punto de encuentro entre la oferta y la demanda.
El consumo atraviesa una fuerte contracción de carácter clásico: caen mucho más la ventas de bienes durables, que se pueden postergar, y menos las de bienes cotidianos, como alimentos, bebidas y combustibles. Lo demuestran los datos: en octubre, la venta de autos bajó 38%; motos, -45%; camiones, -48%; ropa, -8,5%; despachos de cemento, -9%, e insumos para la construcción, -14% en septiembre. En cambio, en alimentos y bebidas la caída fue de 2% en agosto, según datos de Kantar Worldpanel, y la venta en supermercados bajó 1,7% en septiembre, según Scentia. En combustibles, la caída fue de 6,6% en septiembre, con creciente traslado de naftas premium a súper.
A la defensiva
Los consumidores están a la defensiva. “Hay que cuidarse de todo y de todos” es el lema. Incluso se registran algunas reacciones que bordean la paranoia: “No le creo a nada ni a nadie. Todos mienten”. Si bien los buscan desesperadamente, desconfían de todo tipo de ofertas, promociones, descuentos y beneficios. Leen varias veces las condiciones buscando trampas, que en la gran mayoría de los casos no existen. Sucedió recientemente con el Cyber Monday, que fue un éxito de ventas, pero la pregunta recurrente era si las ofertas eran de verdad. Salvo excepciones, lo eran. Se hicieron casi 2 millones de compras, un 23% más que el año pasado, por un monto superior a los $7000 millones, y se vendieron 3,4 millones de productos.
A la hora de sintetizar el momento actual, la palabra que domina la escena es “difícil”. Difícil de transitar y difícil de imaginar cómo y cuándo mejorarán las cosas. Difícil expresa un registro más sutil y preciso que el que había cuando el dólar no tenía precio ni techo. En ese momento, para la sociedad estaba “complicado”.
Complicado definía un tiempo en algún punto plano, donde no había chance de darle profundidad al análisis. No se veía nada. Ni para adelante ni para los costados. Solo se podía “subir la guardia” buscando atenuar el golpe.
Dolida y sufrida, la sociedad se replegó sobre sí misma y se encerró como un modo de protegerse. Ahora ya entiende lo que pasa. El dólar ni vale ni valdrá lo que valía. La inflación no es ni será la que se suponía, y habrá una pérdida de poder adquisitivo al cerrar el año de entre 6 y 10 puntos dentro del sector formal, mayor en el informal. “Difícil” tiene diagnóstico y, por ende, trae consigo una adecuación de los patrones de conducta: “Hay que bajar un escalón, no queda otra”. Cosa que prácticamente a nadie le gusta y genera decepción.
Habiendo comprendido lo que sucedió y sucede, comienza lentamente, en los que tienen la posibilidad de hacerlo, el tiempo de repararse.
Los datos de la última investigación que realizamos en Consultora W demuestran que se mantiene firme la convicción: más del 60% sostiene que “vamos a salir”. ¿Cómo? “Lento, de a poco, llevará tiempo”. Este valor excede, por lejos, la aprobación actual de la gestión del Gobierno y señala un rasgo de enorme relevancia para el futuro del país. Más allá de la política y los políticos, la sociedad está ocupada en cuidar su propio destino. Cada uno está acomodándose como puede a las nuevas circunstancias.
Mientras la clase alta y la media alta se “readecuan”, la clase media baja procura “mantener” lo que tiene y la clase baja “resiste”. Son tres lógicas muy distintas, signadas por las enormes diferencias de poder adquisitivo entre ellas, pero que tienen un patrón común: ahora hay que priorizar y elegir, ya no se puede todo. Independientemente de qué fuera ese “todo” en cada caso.
La preocupación por las elecciones del año próximo todavía no entró en la agenda. Ya habrá tiempo para eso. Ahora hay que salir de este momento, que resumen como “duro de verdad”.
El mecanismo elegido no es otro que el del trabajo. Habiendo procesado las múltiples pérdidas, hay que trabajar más para acotarlas en lo que se pueda. Extras de fin de semana, changas, rebusques, emprendimientos. No hay prejuicios. Hay esfuerzo y sobreesfuerzo.
¿Qué se espera para 2019? No demasiado. De todos los enormes costos de 2018, quizás el peor, incluso superando al económico, haya sido el simbólico. Se les volvió a dar la razón a los escépticos y los pesimistas. “¿Viste? Yo te dije: no va a andar”.
El mayor desafío para el año próximo será entonces suturar la herida que dejó el actual y que al menos una parte de los ciudadanos y de los inversores se permitan volver a creer. Conectar 2019 con 2017.
Siendo la economía un factor crítico para volver a articular la confianza, ¿hay argumentos sólidos que permitan imaginar un año mejor?
Análisis divergentes
En este punto los análisis divergen. Por un lado, el amargo nubla la mirada del futuro. Tasas de interés “inviables”, dificultades en la cadena de pagos, caída de ventas, pérdida de rentabilidad, empresas convocadas, pérdida de empleos. Hay muchos motivos para desconfiar de 2019. Muchos economistas los señalan.
Por otro lado, también hay motivos para mirar lo que viene con algo más de optimismo, no banal, sino fuertemente realista.
No son tantos, pero varios analistas económicos comienzan a detallarlos. Desde una potencial recuperación de Brasil, que crecería cerca del 2,5%, hasta la anhelada cosecha récord de 125 millones de toneladas, el boom de las exportaciones de carne, la creciente y exponencial realidad que es Vaca Muerta, el turismo receptivo (que ya está dando que hablar), las nuevas oportunidades de exportación que se abren para las economías regionales con el tipo de cambio alto, la menor salida de dólares al exterior y, entre otras, la exportación de servicios vinculados al conocimiento y el talento.
Como en toda reconfiguración disruptiva de la economía, y la de este año definitivamente lo fue, habrá perdedores (muchos) y ganadores (algunos). Serán esos ganadores los que motoricen la recuperación.
Sin embargo, quizás haya un motor que ya está encendido, pero que no logra percibirse. Y es el de la capacidad de resiliencia y reconstrucción de la sociedad argentina.
En este año que se perdió tanto, tan sufrido, tan peleado, la gente tal vez haya encontrado una fuerza que ni siquiera sabía que tenía. Con un contexto mejor, esa energía puesta en positivo puede marcar la diferencia.