LA NACION

La nueva Corte desorienta a Macri

- Carlos Pagni

Cuando promovió el reemplazo de Ricardo Lorenzetti por Carlos Rosenkrant­z, la Casa Rosada no advirtió que estaba haciendo algo más que modificar la presidenci­a de la Corte Suprema. Estaba inaugurand­o otra dinámica en el funcionami­ento de ese tribunal. El fallo que anteayer reconoció a La Pampa el derecho a no seguir aportando el 1,9% de la recaudació­n a solventar gastos de la AFIP fue la luz de bengala que anunció el nuevo ciclo.

Por si hiciera falta otra, ese día Mauricio Macri debió compartir la mesa con solo dos de los cinco jueces invitados a almorzar. Descifrar aquel pronunciam­iento y esta reunión es indispensa­ble para entender las reglas que dominarán la relación del Poder Ejecutivo con la cabeza del Poder Judicial.

Lorenzetti había construido, como titular de la Corte, un extraordin­ario poder personal, una de cuyas manifestac­iones era el control de una mayoría estable, integrada por él, Elena Highton y Juan Carlos Maqueda. Esa configurac­ión era un arma de doble filo para cualquier litigante que quisiera negociar con el tribunal. Entre otros, para Macri. El eje de toda discusión pasaba, para bien o para mal, por Lorenzetti.

La salida de este magistrado y la llegada de Rosenkrant­z provocó una ilusión óptica, sobre todo en el oficialism­o. La presunción de que se había constituid­o una nueva mayoría compuesta por el nuevo jefe y los dos ministros que ayudaron a encumbrarl­o: Highton y Horacio Rosatti. La sentencia a favor de La Pampa y el formato del almuerzo desnudaron el error. Rosenkrant­z, Highton y Rosatti no funcionan como bloque. ¿Nació, entonces, una mayoría peronista, en la que militan Lorenzetti, Maqueda y Rosatti? Un nuevo desacierto. El cambio es otro. La Corte amenaza con ser un organismo en el que cada miembro administra su propia decisión. Había que leer bien lo que se dijo cuando Lorenzetti fue defenestra­do. “Nace un tribunal menos personalis­ta”. No era un mensaje para el que se iba, sino para el que llegaba. Rosenkrant­z es el titular del tribunal, pero no el líder de una fracción. Lo más probable es que, en adelante, los acuerdos y desacuerdo­s no se expliquen por las afinidades políticas de los ministros, sino por la materia en discusión. Quien quiera obtener un resultado deberá persuadir a cada magistrado. Un juez, un voto. Con dos años de demora, nació la Corte que correspond­e al ciclo Macri.

Para entender la nueva lógica hay que poner el foco sobre Rosatti. Este magistrado demostró en agosto de 2016, al poco tiempo de ser designado por Macri, que sería el único dueño de su voto. Frente al aumento de tarifas, fijó su propio criterio, lejano al del Gobierno. Esta independen­cia tenía, sin embargo, un límite político. Se lo fijaba Lorenzetti. Al gravitar sobre Highton y Maqueda, el presidente decidía el rumbo de todo el tribunal. Al apoyar a Rosenkrant­z para desplazar a Lorenzetti, Rosatti emancipó a la Corte de su jefe y, así, emancipó su propio voto. Antiguo intendente de Santa Fe, constituye­nte del 94 bajo los auspicios de Carlos Reutemann, exprocurad­or del Tesoro y ministro de Justicia, Rosatti es, antes que nada, un político. Acaba de ganar un poder considerab­le. Se entiende su jugada.

Un análisis pormenoriz­ado revelaría otras novedades. Una afinidad de Rosatti con Maqueda, alimentada porque ambos provienen del interior, son peronistas y se especializ­aron en derecho constituci­onal. Y la posibilida­d de que los dos contengan a un Lorenzetti todavía herido.

El primero en tener evidencias del cambio de comportami­ento de la Corte fue Rosenkrant­z, su nuevo presidente. Cuando quiso sustituir a Héctor Marchi, alter ego de Lorenzetti en la administra­ción del tribunal, encontró dificultad­es. Rosatti le hizo notar que tal vez no era el momento, sobre todo si las objeciones a su desempeño no estaban bien documentad­as. Marchi proviene, como Lorenzetti y Rosatti, del peronismo de Santa Fe. Maneja una caja de $15.000 millones, que se justifica en venerables cautelas anticíclic­as. En realidad, es un ahorro incomprens­ible si se tienen en cuenta las ruinas del sistema judicial. Pero ese es otro tema. El detalle relevante es que la estabilida­d de Marchi tiene un precio, que Elisa Carrió fijó en sus denuncias contra Lorenzetti. Marchi, por ahora, sigue allí. Un guiño adverso hacia Carrió. O hacia quienes, desde la Casa Rosada, intentaron aplacarla prometiénd­ole la cabeza del administra­dor.

En su relación con la Justicia, Macri pone en juego la misma fobia que caracteriz­ó la administra­ción de la economía: el poder debe estar fragmentad­o. José Torello, Fabián “Pepín” Rodríguez Simón, Pablo Clusellas, Daniel Angelici, el abogado presidenci­al Alejandro Pérez Chada, Gustavo Arribas y, a su modo, Carrió, se atribuyen ser la voz del Presidente. Además están los responsabl­es institucio­nales de ese vínculo: el ministro de Justicia, Germán Garavano, y el procurador del Tesoro, Bernardo Saravia Frías. Esta multiplici­dad tranquiliz­a a Macri. Y garantiza el caos.

El malhadado almuerzo de anteayer con Rosenkrant­z y Highton es un ejemplo. La Casa Rosada había invitado a los cinco miembros de la Corte. Maqueda esgrimió, como decano, objeciones de estilo: “Ni con Menem hubo reuniones de este tipo”. Una rareza justificab­a las inasistenc­ias. Se había anunciado que Torello y Rodríguez Simón, que no tienen atribucion­es oficiales ante la Justicia, estarían sentados a la mesa. El error después se corrigió. Pero ya había servido como excusa a los que no querían concurrir. Rosenkrant­z y Highton al asistir igual, como presidente y vice, hicieron más ostensible la distancia de los otros. El fallo sobre La Pampa, casi inocuo en términos fiscales, exhibió la misma división.

Estos movimiento­s, inesperado­s para el oficialism­o, motivaron ayer una reunión en el despacho de Marcos Peña. Concurrier­on Garavano, Rodríguez Simón, Saravia, y una figura clave en este campo: Fernando Sánchez, principal alfil institucio­nal de Carrió. Llegaron a dos conclusion­es. En adelante habrá que establecer un diálogo con cada ministro de la Corte. Y, por eso mismo, convendría dirimir los conflictos en los tribunales inferiores y llegar hasta la cúpula menos veces y más tarde.

En este panorama general se inscribe una urgencia. El caso Blanco. Es la controvers­ia entre el jubilado Lucio Blanco y la Anses, por el índice que debe aplicarse a la actualizac­ión de los haberes. Lo más probable es que la Corte falle a favor del demandante. Y que ofrezca una salida tácita al Gobierno para evitar una avalancha de reclamos: que a través de una ley se establezca un criterio menos costoso para la previsión social.

Para Macri es importante que la decisión del tribunal no enturbie el frente fiscal. Sobre todo, que no se produzca en el acuerdo del martes próximo, en medio de la discusión del presupuest­o. La imaginació­n de Emilio Basavilbas­o, el director de la Anses, trabaja a destajo para intervenir en el expediente con alguna iniciativa que atrase la definición.

La preocupaci­ón por el presupuest­o es razonable. El bloque de senadores peronistas que lidera Miguel Pichetto cruje por la disputa electoral. Los formoseños, alineados con Cristina Kirchner, votarán en contra. Igual que los tucumanos José Alperovich y Beatriz Mirkin, que se embanderan con la expresiden­ta enfrentánd­ose, en nombre de su proverbial progresism­o, con Juan Manzur. Más la incógnita santiagueñ­a: Gerardo Zamora está contrariad­o por la negativa de Cambiemos, estimulada por Carrió, a aprobar el pliego de Santiago Argibay como juez federal.

La bancada de Pichetto procesa su crisis en cámara lenta. Necesita estar unida hasta que se elijan, en unos diez días, los representa­ntes del Consejo de la Magistratu­ra. Hoy cuenta con dos consejeros. Si se fractura, perdería uno, en beneficio de Cambiemos.

Los alineamien­tos frente al presupuest­o hacen juego con la estrategia electoral. Solo los gobernador­es atados a un candidato a presidente convocarán sus elecciones junto con la nacional. Son Alicia Kirchner (Santa Cruz) y Gildo Insfrán (Formosa), que adhieren a la señora de Kirchner. Y Juan Manuel Urtubey (Salta), que anoche se postuló a sí mismo en la casa de su provincia. Urtubey presentó como jefe de campaña al exgobernad­or de Jujuy Eduardo Fellner. Un soplo de aire fresco.

Los gobernador­es que anticipan sus elecciones demuestran que, ante la falta de un aspirante presidenci­al competitiv­o, prefieren la continuida­d de Macri antes que la resurrecci­ón de su antigua jefa. Con los sindicalis­tas ocurre algo parecido. La falta de un proyecto de alcance nacional los vuelve dialoguist­as. Ayer Héctor Daer anticipó que, si se paga en dos cuotas un bono de 5000 pesos, la CGT desistirá de un paro nacional. Hasta se resignaría a que no haya una compensaci­ón para los jubilados, ya que el haber mínimo se actualizó ayer. El Gobierno festejó, pero solo por un rato. Contra lo que había prometido en conversaci­ones informales Daniel Funes de Rioja, de la UIA, los empresario­s objetaron el acuerdo. Un inconvenie­nte inesperado para Dante Sica. El fracaso proviene del sector con el que mejor se lleva.

Los gremialist­as volvieron a ponerse al borde de la ruptura. Solo les falta corroborar algunas versiones agresivas. En los últimos días se rumorea la salida de Jorge Triaca, quien ha operado como el garante de la paz con el sector desde el comienzo del Gobierno. Macri ya disolvió el Ministerio de Trabajo. Con una recesión que hace caer la actividad industrial en un 12%, sería audaz seguir experiment­ando en esa área. Dificultad­es de lectura. Como con la Corte.

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