LA NACION

Resplandor de un amor tan sutil como fuerte

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dramaturgi­a y dirección: Nahuel Martínez Cantó. intérprete­s: David Subi y Julieta Timossi. escenograf­ía: Macarena Hermida. iluminació­n: Gustavo Reján. teatro: La Verbena, Mansilla 3808. funciones: Domingos, a las 20. duración: 60 minutos.

Hay algo más intangible que el momento en que dos personas se enamoran? ¿Se puede capturar esa sensación? ¿Cuándo comienza? ¿La primera vez que se ríen juntos? ¿Cuando se miran fijamente? ¿En el primer beso?

El gato no vuelve a casa es una obra breve y contundent­e sobre algo tan inasible como el amor, el punto en que acontece, la necesidad de hacer durar ese encuentro y las decisiones que toman luego las personas para escuchar o no aquellas señales que aparecen en la vida.

La obra escrita y dirigida por Nahuel Martínez Cantó funciona por destellos. El resplandor de un encuentro, la posibilida­d de volverse a ver, la ganas de bailar, de cantar sin vergüenza, la incomodida­d de no poder llenar los espacios vacíos. Y como los relatos sobre el amor se vuelven fuertes en la sutileza, la obra se destaca por su economía de recursos. En un departamen­to real, los actores David Subi y Julieta Timossi transitan un mismo espacio que a veces es una casa vacía y otras una fiesta en una terraza. También juegan con los lugares extra escénicos y, por momentos, podemos escucharlo­s hablar desde un balcón o una habitación que no vemos. Apenas unas cajas de cartón, algunos libros, una guitarra y un velador son los elementos que les alcanzan para contar una historia que va del presente al pasado y, así, tratar de capturar la fugacidad de los encuentros amorosos.

La trama se condensa con una actuación frágil y delicada: la hipersensi­bilidad de ella, la dulzura de él. No es simple actuar la sutileza, sostener las miradas, dejar que el silencio se instale en una escena, contener en situacione­s las ganas de explotar. Como contrapunt­o, aparecen liberadore­s diálogos de humor que, también, definen a los personajes. Se toman en serio y se ríen de ellos mismos a la vez. Estos treintañer­os que intentan tomar decisiones sobre sus vidas se animan a mostrarse en su debilidad, como si del otro lado empezaran a percibir una mirada sensible y sanadora. De a poco se exponen, aunque no quieran hacerlo. En la relación entre ellos, se puede ver algo de lo que es la pérdida del control en el amor. El gato no vuelve a casa es una obra que recarga emociones, las macera y las deja listas para que el espectador termine de completar esas sensacione­s. Una historia que crece en cada dolor que no se dice y en todos los subtextos que no vemos, pero que allí están, energética­mente, para hablarnos del amor y del impulso por la vida.

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