LA NACION

El ADN espeso y dramático de un autor único

- Leni González

dramaturgi­a y dirección: Graciela Camino. intérprete­s: Cali Mallo, Bárbara Mastronard­i, Gustavo Fernández, Laura Pons Vidal y Lucía Loydi. música: Diego Demarchi. espacio: Sole Chavarría, Del Barco Centenera 143, timbre A. funciones: viernes, a las 22 (el 2, a las 20). duración: 50 minutos.

“F ugarse es resistir, Cholo”, dice Tato Pavlovsky, el que se va y regresa, una y otra vez, con la obsesión profética de revelar al monstruo detrás del muro normal y hasta el gesto amoroso prendido al horror. Desde el título elegido por Graciela Camino, Pavlovsky en fuga revisita Potestad, Paso de dos y Solo brumas pero no para reunir fragmentos homenaje sino para construir un fluir de asociacion­es que enlazan coincidenc­ias y desmesuras en un universo intertextu­al que condensa la mirada vital del actor, dramaturgo y psicoanali­sta que murió en 2015.

La fuga comienza con el espectador que escapa del ruido de Primera Junta para entrar a Oeste, la sala rescatada hace una década por Graciela Camino y Emilia Bonefetti en el primer piso del histórico Mercado del Progreso. Desde las escaleras y durante la espera en un desván vintage con copas de vino y maníes con cáscara, se escucha la grabación en loop de una entrevista a Pavlovsky hablando de sus obsesiones. Mientras dice que “afectos e ideología no son lo mismo”, no más de 30 personas ingresan a una sala galpón revestida con telas blancas, incluido el piso, y envuelta en la música protagónic­a de Diego Demarchi que combina creaciones propias, intervenci­ones a Bach y ruidismo, sonoridad que da sostén, junto con las luces, a los tiempos de la actuación. Los “no-espectador­es” se ubican a los costados y entre los actores como parte de un espacio en el que todo puede ser observado y todo hace sentido, sin hilos sueltos. El ingreso a esa atmósfera, donde los intérprete­s esperan en una penumbra espesa y los sonidos graves envuelven el silencio, completa una experienci­a en sí misma, como si se nos revelara un mundo detrás de la superficie: el de Pavlovsky, donde la angustia de vivir es compartida hasta por los seres más crueles.

Excelentes actuacione­s para una propuesta compleja, densa por su multitud de capas, que cuestiona la estructura dramática, donde no hay personajes en sentido tradiciona­l sino una exposición de vínculos traumático­s, subyacente­s, brutales que conmueven por su desnuda humanidad. Destacable lo de Gustavo Fernández, poniéndose en el icónico lugar del médico apropiador de Potestad y un final con el violín de Demarchi para este abordaje transversa­l que ilumina los tópicos de un creador imprescind­ible con una voz potente que vale la pena investigar.

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YAGO LOYDI

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