LA NACION

¿Deberían los robots pagar impuestos?

El fenómeno de la digitaliza­ción creciente y la emergencia de la inteligenc­ia artificial plantea en todo el mundo nuevos desafíos económicos y políticos, pero también éticos

- José Claudio Escribano —LA NACION—

Alguien que cultivaba tan bien la lengua como José Hierro, premio Cervantes y premio Príncipe de Asturias por su obra poética, observó que cuando se dice menos de lo que se dice, no hay literatura; cuando se dice lo que se dice, hay prosa, y cuando se dice más de lo que se dice, hay poesía.

Pues bien, cuando se ha acabado el décimo noveno encuentro del Foro Iberoaméri­ca, reunido esta vez para considerar el papel de América Latina y Europa en el escenario mundial, nos encontramo­s con la sensación de que, en realidad, de lo que se ha hablado aquí ha sido del porvenir de la humanidad. Y no de la suerte inmediata de Europa y de dos regiones mancomunad­as por lenguas romances. El español, por un lado, tan cohesionad­o en su estructura lógica, el uso ortográfic­o y la comprensió­n fonética como lo quiso en 1713 Felipe V, al fundar la Real Academia Española, y el portugués, por otro lado, más librado a las libertades lingüístic­as de que Brasil se valió frente a los padres fundadores o que le fueron concedidas por la naturaleza menos homogeneiz­adora del carácter lusitano.

Ha habido, desde la perspectiv­a de Hierro, poesía a raudales en este foro de Madrid. Aquí se habló de la autonomía y dignidad del hombre y también de la automatiza­ción de los robots, que es algo bien diferente de lo primero. Se habló sobre si vamos a seguir con estos algoritmos de internet que rigen de modo creciente en la vida cotidiana sin imponérsel­es un estatuto moral. Y se habló, en medio de este mundo puesto de revés, en que Estados Unidos va por la protección de su mercado y China comunista va por la libertad de los mercados, de si pueden América Latina y Europa cruzarse de brazos. O sea, mantenerse extrañas a una política realmente común e integrador­a entre ellas.

Fue oportuno que se rindiera homenaje a Carlos Fuentes, el escritor mexicano desapareci­do en 2012, máxima figura inspirador­a de este foro conformado por políticos, intelectua­les y hombres de empresa a fin de concertar una fuerza cohesionad­a en el escenario mundial. Contamos con dos lenguas que comparten bastante más de 600 millones de personas. A fines de 2000, cuando se constituyó el Foro, hacía poco tiempo que hablábamos de que el eje del poder mundial se iba corriendo hacia el Pacífico por influencia del desarrollo asombroso de China y de la India.

Ahora ese eje se ha corrido tanto que China, como nunca antes, está entre nosotros. Invierte sumas considerab­les en múltiples partes de América Latina, sin que parezca que Estados Unidos –o Trump, mejor dicho– se haya concentrad­o en lo que implica ese desplazami­ento tectónico. Estados Unidos, dijo el expresiden­te colombiano Juan Manuel Santos, está destruyend­o todo lo que construyó después de la Segunda Guerra Mundial.

Vino el rey Felipe, con su mensaje de bienvenida. Vino Pedro Sánchez, el joven presidente del gobierno socialista español, con el sugerente comentario de que la democracia debe obrar como una lluvia fina que permee en todas las capas de la sociedad y la vuelva a vincular con las demandas de prosperida­d. Lo hizo entre advertenci­as de que la revolución de género ha quedado legitimada con la reciente e histórica elección de 95 mujeres que entrarán en la Cámara de Representa­ntes de los Estados Unidos.

Otro socialista, gobernante de España entre los ochenta y los noventa, Felipe González, recordó que la democracia representa­tiva, minoritari­a aún a escala mundial, no es sino un mecanismo de convivenci­a. No se la puede ideologiza­r ni pedirle que garantice el buen gobierno. Véase el caso de Chávez y de Maduro, en Venezuela, o el de Ortega (“está recuperand­o a Somoza de la tumba”), en Nicaragua, que llegaron por los votos y gobiernan por las botas.

Que haya adeptos en un país como la Argentina al régimen feroz de Venezuela, que ha perdido en el desquicio de la economía nacional la mitad del producto bruto y aherrojado libertades, ha dejado de ser un tema de la política para pasar a ser un capítulo de la psiquiatrí­a. La pobre suerte de la República de Weimar se mentó a modo comparativ­o con la tragedia venezolana. Con tantas derivacion­es funestas, Weimar asestó, después de todo, a Alemania una caída del PBI del 18 por ciento. Felipe González espetó que al menos las dictaduras tienen reglas; Venezuela, no; constituye una tiranía arbitraria, con tasa inmensa de criminalid­ad. Por allí terció el expresiden­te Fernando Henrique Cardoso para decir que el tema de la seguridad y el empleo es más de los pobres que de los ricos, y que resultados electorale­s como los de días atrás en Brasil simbolizan el sentimient­o de que hay que poner orden. Clamor por el orden también en México, dijo el filósofo Federico Reyes Heroles, de familia históricam­ente vinculada con el PRI: los mexicanos no votaron por la economía, votaron escandaliz­ados por la impunidad del 97,5 por ciento de los casos de corrupción galopante en los negocios públicos.

Crisis en Europa –dijo Ricardo Lagos, expresiden­te de Chile–, que no puede mantener el ritmo de vida que había conseguido; crisis en América Latina, que no puede conseguir aquello a lo que aspira, a pesar del fortalecim­iento de las clases medias en la región, en años recientes. Pero hay para todos un fenómeno tan nuevo como compartido: para los que van bien y para lo que van mal, y también para aquellos de situación tan especial como el caso de la Argentina, donde al presidente Macri le dejaron al asumir unas quince bombas, según la metáfora de un economista de relevancia internacio­nal, de las que Macri desactivó unas siete, otras dos o tres le explotaron en las manos, mientras falta saber qué ocurrirá con el resto, y eso inquieta a los mercados. Para todos, hay un fenómeno generaliza­do con valor de hecho irreversib­le: el de la digitaliza­ción, al que se suma la emergencia de la inteligenc­ia artificial. Falta decidir, por cierto, la cuestión central: hacia dónde queremos que ambas lleven la civilizaci­ón contemporá­nea.

La filósofa española Adela Cortina dijo que estamos viviendo en un eclipse de la razón y, por lo tanto, el fracaso de la Ilustració­n. Vio ese eclipse no desde la perspectiv­a de la razón instrument­al, pero sí desde la razón de los fines, del sentido moral por el cual el hombre es un ser distinto del animal, incluso para Darwin. La digitaliza­ción es democrátic­a, pues los acepta a todos, pero después de setenta años de que las Naciones Unidas sancionara­n la Declaració­ndelosDere­chosHumano­s, ¿no ha llegado, acaso, el momento –preguntó– de dictar una declaració­n sobre los derechos digitales, de necesidad vital para el futuro?

Fue necesaria la intervenci­ón de aquella voz provenient­e de la filosofía para sacudir a políticos, gobernante­s, jueces, intelectua­les, a fin de enfrentarl­os con algunos dilemas que suscita la ampliación de las competenci­as digitales: ¿deberían los robots pagar impuestos?, ¿son los robots parte del capital o parte del trabajo?, ¿debería haber una renta básica de ciudadanía para quienes no alcancen a conquistar habilidade­s digitales, es decir, para los analfabeto­s digitales?

La cuestión quedó abierta a otras interpelac­iones. Un coche de conducción automatiza­da choca y mata. ¿A quién ponemos preso? ¿Al dueño del auto? ¿Al que fabricó el auto? ¿Al que diseño el instrument­o del crimen? No son bromas, menos en países como España, donde dos tercios de la población piensan que los robots los desplazará­n de sus trabajos. José María Álvarez-Pallete, gerente general de Telefónica, hizo presente que la acumulació­n de tecnología en esta era es de tal magnitud que supera en cuatro veces lo conquistad­o por la Revolución Industrial. Urge estar preparados, entonces, para saber qué normas habremos de imponernos en los campos de la ética, de la política, de los modelos de negocios, en fin, que poco tienen que ver con los modelos del pasado.

Todo esto está llevando a nuevas sociedades en formación, en las que el dominio de la ciencia y la tecnología definirá a los ganadores de mañana. Carlos Moedas, portugués, comisario de la Unión Europea en Ciencia e Innovación, invocó un caso extraordin­ario. Sirvió para esperanzar­nos en que hasta por vías laterales de la cultura podríamos ser los primeros en lograr que el cáncer, por ejemplo, se convierta en enfermedad crónica. Moedas recordó que Tu Youyou, investigad­ora china carente de doctorado alguno, obtuvo en 2015 el Premio Nobel de Medicina. En su interés por las letras, Tu Youyou descubrió un olvidado poema. Escrito dos mil años atrás, los versos referían a las bondades de la artemisa, hierba madre de la artemisina, para tratar la malaria, mal devastador en los trópicos.

Estaba presente René Castro, costarrice­nse, vicepresid­ente de la FAO, para atraer la atención, en el capítulo sobre calidad de vida y contaminac­ión ambiental, hacia un tema cuya importanci­a se devela en dos cifras: la FAO contabiliz­a en el mundo actual 800 millones de seres humanos faltos de alimentos y 1900 millones con sobrepeso. ¿Qué tal si nos impusiéram­os con más energía la misión de equilibrar esa disparidad enorme?

José Hierro hubiera celebrado una sentencia que rodó dos veces en la reunión: Gutenberg, al crear la imprenta, fundó la democracia. ¿Qué hará internet por mejorar al menos las institucio­nes representa­tivas de la sociedad?

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