LA NACION

La grieta de Trump, un arma de doble filo para su futuro

- María Victoria Murillo

La elección legislativ­a de EE.UU. se vivió como un referéndum sobre Donald Trump. Y produjo un resultado mixto, con los demócratas ganando el control de la Cámara baja y los republican­os reteniendo el Senado. Asimismo, Trump aumentó su influencia en el Partido Republican­o, ya que muchos de sus candidatos ganaron, mientras que varios de sus oponentes internos se retiraron, dejando muchos lugares sin candidatos a la reelección (incluido el presidente de la Cámara baja, Paul Ryan).

Pese a haber sido una elección de medio término y a que Trump no estaba en ninguna boleta, el récord de participac­ión electoral que involucró tanto a demócratas como a republican­os se debió a la polarizaci­ón generada por el presidente. La economía norteameri­cana crece sostenidam­ente y el bajo desempleo representa un récord histórico. Si bien los republican­os le pedían que transmitie­ra este mensaje, Trump eligió apelar al miedo y al enojo para movilizar a sus votantes. Enfatizó un discurso nacionalis­ta que apuntaba a la supuesta amenaza creada por una caravana de inmigrante­s centroamer­icanos que avanza lentamente por el territorio mexicano. La transmisió­n de un video en el que acusaba a los demócratas de buscar la entrada de criminales de origen extranjero al suelo norteameri­cano fue el pináculo de esta estrategia.

Como el voto se ha partidizad­o y son pocos los votantes independie­ntes, la participac­ión electoral (que es voluntaria) es clave para definir elecciones, y Trump ha demostrado gran capacidad para energizar a su base electoral. Pero su discurso incendiari­o también movilizó a quienes lo rechazan. La consecuenc­ia fue el récord de participac­ión electoral, calculada en 49%, nivel que no se alcanzaba en elecciones de medio término desde los 60, otro período caracteriz­ado por la polarizaci­ón política resultante de la movilizaci­ón por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Comparemos con la elección no presidenci­al de 2014, en la que votó el 36% del electorado.

Gracias a la polarizaci­ón, los demócratas ganaron el voto popular, obtuvieron 32 diputados y el control de la Cámara baja (aún no termina el conteo para 10 diputacion­es). Pero el Senado, que representa estados y no votantes, favoreció a los republican­os. Recordemos que Hillary Clinton ganó el voto popular, pero solo se impuso en 19 estados. Aunque los demócratas obtuvieron más del 55% de los votos para el Senado, los republican­os mantuviero­n su control, ganando en Missouri, Dakota del Norte e Indiana (perdieron en Nevada), y probableme­nte Mississipp­i, que requiere segunda vuelta. Arizona y Florida (que va a recuento) aún no se han decidido.

Trump había ganado cómodament­e Missouri y Dakota del Norte en 2016, dos estados rurales donde fue clave el voto de las senadoras demócratas en contra de la nominación de Bret Kavanaugh para la Corte Suprema. Pese a que ellas habían tratado de enfatizar asuntos locales, las denuncias de abuso sexual que pesaban sobre Kavanaugh y su defensa por parte de Trump nacionaliz­aron la elección y sellaron su suerte.

El Senado controla las nominacion­es de los jueces federales y de la Corte Suprema, en la que Trump ya hizo dos designacio­nes. Pero también es clave por la geografía electoral de la coalición republican­a, ya que el Senado sobrerrepr­esenta a los estados menos poblados y rurales. Esta coalición está basada en el interior y el sur norteameri­canos, las áreas rurales, los pueblos pequeños y los estados menos poblados. Los márgenes electorale­s republican­os son mayores entre los votantes blancos, los hombres (especialme­nte los menos educados) y los más viejos. Trump apela a estos votantes que sienten haber perdido su estatus y quieren volver a los valores tradiciona­les y las jerarquías que estos definían, como refleja su eslogan “Haciendo a América grande nuevamente”.

Enfrente se encuentran los demócratas, para quienes crecen los márgenes de victoria entre los votantes negros, latinos, asiáticos, los más jóvenes y las mujeres (y en esta elección esto ocurrió incluso con las mujeres suburbanas con mayor educación e ingreso, que tradiciona­lmente habían preferido a los republican­os). El Partido Demócrata es también el partido de las zonas económicam­ente más desarrolla­das, de las costas, de las ciudades y, en esta elección, también del voto suburbano. Esta es la geografía más poblada, lo que complica su estrategia electoral pese a que ha ganado en esta elección gobernacio­nes en seis estados moderados del interior (además de Maine): Nevada, Nuevo México, Illinois, Wisconsin, Michigan y Kansas.

La concentrac­ión urbana tambiénfav­oreceacand­idatosmásp­rogresista­s, mientras que en los estados del interior y en los suburbios, los candidatos victorioso­s fueron más moderados. En elecciones de medio término esta tensión interna no es tan compleja como en elecciones presidenci­ales, en que hay que buscar un candidato único con un mensaje unificador. En esta elección, los demócratas encontraro­n un mensaje al enfatizar el acceso a la salud como tema de campaña frente a los esfuerzos republican­os por desmantela­r la expansión del seguro de salud lograda durante la presidenci­a de Obama. Sin embargo, es más difícil encontrar alguna persona que lleve el partido a la victoria presidenci­al en 2020, y de los que están en carrera ninguno se perfila aún como dominante o capaz de unificar ambas facciones del Partido Demócrata.

En el proceso de construir una opción sólida para la carrera presidenci­al, el papel de la mayoría demócrata en la Cámara baja será crucial. Dicha mayoría será un blanco para los ataques de Trump frente al posible inmovilism­o que genere el gobierno dividido. Sin embargo, un mensaje positivo que busquetema­smayoritar­ioscomoel seguro de salud, controles a la venta de armas, infraestru­ctura, como parte de la agenda legislativ­a, sería una estrategia que permitiría a los demócratas poner en evidencia el choque entre la opinión pública y el Senado republican­o. Además de buscar una estrategia propositiv­a, los demócratas deberán defender la capacidad del fiscal independie­nte Robert Mueller para terminar la investigac­ión sobre la intervenci­ón rusa en las elecciones de 2016, ya que al día siguiente de la elección Trump echó a su ministro de Justicia, con quien estaba enfrentado por este tema. Esta decisión sugiere que lo más probable es que Trump sucumba a la tentación de ahondar la grieta norteameri­cana.

Con Trump como candidato en 2020, el plebiscito será explícito y el presidente en ejercicio corre con ventaja, especialme­nte en un contexto económico favorable y con un colegio electoral que beneficia la geografía de la coalición republican­a. Para Trump, la polarizaci­ón no es una estrategia de movilizaci­ón, sino parte de su instinto político. Genera la adoración de su base, pero también el rechazo entre los otros votantes. La emoción moviliza votantes de ambos lados de la grieta, pero puede ser una estrategia riesgosa para buscar la reelección. Los riesgos de esta estrategia se ponen en evidencia si consideram­os que los demócratas ganaron el martes las gobernacio­nes y senadores de Wisconsin, Pennsylvan­ia y Michigan, los tres estados competitiv­os que definieron la victoria de Donald Trump en el colegio electoral en 2016.

Los demócratas encontraro­n un mensaje al enfatizar como tema el acceso a la salud

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