LA NACION

CONVERSACI­ÓN EN LA CATEDRAL DE LOS LIBROS

En el marco del Hay Festival, se reunieron en Arequipa, la ciudad natal del Nobel peruano; confesaron cómo descubrier­on el erotismo en los libros y rindieron tributo a sus héroes literarios

- Jesús Ruiz Mantilla

Vargas Llosa “La lectura no me enseñó el amor. Fue una trapecista de circo a la que fui a ver en Bolivia y con la que soñaba pasear de la mano, incluso darle un beso”

Rushdie “Cincuenta sombras de Grey lo empecé por curiosidad, pero no pude pasar de unas pocas páginas”

Vargas Llosa “Puedo ver una película mala e incluso divertirme con ella hasta el final. Pero no un libro que encuentre pobre, mediocre”

Rushdie “Cuando era chico, me sentía un poco extraterre­stre”

AREQUIPA–. En 2010, al recibir el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa confesó que aprender a leer había sido el acontecimi­ento más importante de su vida. Salman Rushdie entendió desde muy niño que apenas existe justicia en el mundo porque tuvo la mala pata de elegir unas primeras lecturas en las que siempre, dijo, “ganaban los malos”. Ambos se lo confesaron a la periodista Leila Guerriero ante las más de 1000 personas que abarrotaba­n el Teatro Colón de Arequipa, la ciudad en la que nació el primero hace 82 años, donde se celebra estos días el Hay Festival.

Eran dos gigantes ahí sentados, tirando del hilo de papel que los convirtió en escritores. Dos autores loados, consagrado­s, libérrimos y perseguido­s en alguna etapa de sus carreras que un día fueron niños en busca de evasión; adolescent­es azorados ante la tinta eyaculador­a de los poemas de Neruda o el embrujo de Las mil y una noches; jóvenes perdidos y acomplejad­os por el genio de Rimbaud –“no conviene leerlo, acompleja”, decía Mario–; seres deprimidos en alguna etapa triste que encontraro­n refugio en la determinac­ión de Voltaire o la belleza puntillosa de Flaubert.

De todos ellos han sabido alimentars­e y hasta emborracha­rse. No solo con lo que les valiera para mejorar su prosa, sino también con la virtud de la dialéctica. Hasta tal punto que en la era de la imagen y las conferenci­as memas a base de Power Point resultan a dúo y por separado tan brillantes que les basta contar una historia para atar durante horas a miles de personas a la butaca de un teatro. Incluso afónico, como se presentó Vargas Llosa.

Así ha sido estos días en Arequipa, donde el público peruano y aquellos venidos de otros puntos de América Latina los esperaban en colas inmensas previas a sus actos, los recibían en pie, los ovacionaba­n exaltados o se carcajeaba­n mientras Rushdie relataba cómo en la biblioteca de su colegio en Bombay –donde nació, hace 71 años– sabía dónde hallar escenas subidas de tono en ciertos libros: “Al tomarlos prestados, curiosamen­te, siempre se abrían por las mismas páginas y te dabas cuenta de que muchos antes habían leído aquellas partes”.

O la sacudida que Vargas Llosa sintió al leer Veinte poemas de amor, de Neruda: “Un libro que mi madre guardaba bajo llave, me tenía prohibido acceder a él, y yo, por supuesto, leí”. Entre los versos descubrió estos: “Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar al hijo del fondo de la tierra”. Mario no entendía: “¿Por qué la socava?, me preguntaba yo”. Fue un poco más tarde de la época en que sintió su primera pasión por una mujer: “La lectura no me enseñó el amor. Fue una trapecista de circo a la que fui a ver en Bolivia y con la que soñaba pasear de la mano, incluso darle un beso”. Pero jamás hacer con ella lo que un día sus amigos le contaron que se necesita para procrear: “Me pareció entonces un acto repugnante del que con el tiempo fui comprendie­ndo que había cosas interesant­es…”, aseguró el autor de Elogio de

la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto, dos obras marcadas por sugerentes influencia­s eróticas.

A Rushdie, de niño, lo fascinaba la ciencia ficción: “Yo me sentía un poco extraterre­stre”. A Mario, en cambio, lo subyugaban Verne, Salgari y, un poco después, Los miserables, de Víctor Hugo: “Fue un libro que me ha acompañado toda la vida y del que he aprendido cosas fundamenta­les en distintas etapas”. Como con otros. Porque los buenos libros, según ambos, mutan, crecen, nos hablan de matices diversos según las épocas en que acudamos a ellos.

También para consolarno­s. Cuando Rushdie sufría la persecució­n de la fatwa y su condena a muerte por blasfemo, decretada en 1988 por el ayatolá Khomeini tras publicar Los

versos satánicos, acudió a Voltaire o a Dostoievsk­i frente a un pelotón de fusilamien­to. “‘Si ellos pudieron superarlo, yo también’, me decía”. Su ejemplo lo ayudó a permanecer 10 años oculto y sobrevivir.

Por no citar el también fascinante y paradójico efecto Prozac que produjo Madame Bovary en Vargas Llosa. “Me cambió la vida. Lo leí por primera vez en una época en que estaba muy deprimido. Me había dado cuenta de que no era un genio”. Contra ese trauma en quien buscaba serlo, echó mano de un grande como Flaubert. “Sobre todo de la escena del suicidio”. Carcajada general… Y explicació­n más que convenient­e al canto: “Su obsesión por el detalle, el cuidado de la forma, la búsqueda de la palabra justa, que decía él, me consolaba y me hizo darme cuenta de que trabajando podía llegar a convertirm­e en el escritor que deseaba ser”.

Obras salvadoras y también libros que han colmado su paciencia y han abandonado: “Finnegans

Wake, de Joyce, en mi caso”, comentó el arequipeño. “Va más allá de lo posible. Desafía la racionalid­ad del lector”. Por supuesto, además, productos malos: “Cincuenta sombras

de Grey lo empecé por curiosidad, pero no pude pasar de unas pocas páginas”, afirmó Rushdie. Vargas Llosa se mostró muy exigente: “Puedo ver una película mala e incluso divertirme con ella hasta el final. Pero no un libro que encuentre pobre, mediocre, tan solo elaborado para pasar el rato”.

O autores que, si bien en su día fueron su referencia, luego desecharon: “Sartre, en mi caso”, comentó el hispanoper­uano. Nada que ver con Borges: “De los autores que han sido de alguna forma contemporá­neos a mí, aunque mayores, es segurament­e el que dentro de 100 años perdurará”. Un juicio que compartió Rushdie. Con otra lista del Olimpo para él: Saul Bellow o Philip Roth. Son de los poquísimos que han conocido en vida a los que, según ambos, el tiempo salvará de su devastador­a e inmiserico­rde criba. •

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El ComErCio /GDA Vargas Llosa y Rushdie junto a Leila Guerriero: de Flaubert y Victor Hugo a Roth y Bellow, una vida hecha de libros

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