LA NACION

Derrochar el capital más valioso

- Alicia Prieto Profesora de Geografía

Junto a los beneficios del petróleo, Venezuela despilfarr­a el más valioso de todos los recursos: el humano. Es harto conocida la importanci­a económica, estratégic­a y geopolític­a que tienen los yacimiento­s de petróleo venezolano­s. Sobre todo cuando su precio se dispara. Poseer petróleo es fruto del azar, ahí donde se dieron las condicione­s naturales se formaron yacimiento­s. El recurso humano, en cambio, tiene la capacidad de elegir dónde desarrolla­rse. Esta capacidad les permite a los venezolano­s escapar del capricho de su dirigente, que insiste en adjudicar la responsabi­lidad de su fracaso al conjuro mundial en su contra. Mientras se dedica a dar discursos para explicar lo inexplicab­le, el recurso humano venezolano se desplaza para ofrecer su potencial a otros países.

Venezuela atraviesa una etapa en la evolución de la población que se conoce como bono demográfic­o. Es un fenómeno que se da cuando el grueso de la población está en el grupo de adultos jóvenes y de mediana edad. Momento en el que la fuerza laboral potencial crece más rápidament­e que la población dependient­e. Todas las poblacione­s pasan por este período en el que la concentrac­ión de adultos en edades activas en su punto máximo puede contribuir hasta en 1% al crecimient­o anual del PBI. Este aumento de recursos económicos deriva en capacidad de ahorro, más inversión pública y desarrollo.

Se calcula que el bono demográfic­o dura aproximada­mente 30 años y se está dando en América Latina como resultado del crecimient­o de su población. En poco más de un siglo, la población se multiplicó por ocho. De 60 millones de habitantes en el año 1900, creció hasta alcanzar 588 millones en 2010. En cambio, Europa atraviesa una etapa demográfic­a desfavorab­le, con una fuerza laboral reducida y la población dependient­e en crecimient­o. Razón por la que países como Francia –cuyo bono demográfic­o coincidió con el período de bonanza conocido como Estado de Bienestar– acostumbra­ron a su población a unos beneficios que hoy no pueden sostener. Un ejemplo claro del peso de la población dependient­e en Francia es la necesidad de tomar medidas imposterga­bles como la de extender la edad jubilatori­a. Sin duda con un costo político muy alto. Como Francia, muchos otros países de Europa, Japón, Canadá y Australia quisieran contar con población joven, nativa y calificada para engrosar su fuerza laboral sin tener que recurrir a los migrantes.

Mientras tanto, Venezuela deja escurrir por sus fronteras y diseminars­e por toda América Latina uno de sus activos más importante­s: los jóvenes que, con una edad promedio de 31 años y, en su mayoría, con algún grado de formación, huyen de su país como claro ejemplo del malestar en el que viven. Y no como dijo en una entrevista transmitid­a por el canal Televen el vicepresid­ente del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Diosdado Cabello: “No es por culpa de la revolución, es una campaña que ha convertido en zombi a una cantidad de gente, y familias se han despedazad­o por una gran campaña” que busca “destruir la autoestima del venezolano”. Si pensamos en el costo que tiene la educación, expulsar mano de obra calificada es como dejar que el petróleo se derrame sin control.

Si bien la contracara del bono demográfic­o es el aumento de la desocupaci­ón en las sociedades que no logran incorporar­lo al mercado laboral, la situación de quienes componen el flujo migratorio venezolano es llamativa. Según encuestas realizadas por la Organizaci­ón Integral para las Migracione­s, que depende de la ONU, más del 50 por ciento trabajaba en relación de dependenci­a antes de emprender el viaje y el 85 por ciento cuenta con estudios secundario­s completos. Este dato pone de manifiesto razones inocultabl­es de la irracional administra­ción de Maduro, quien, contando con uno de los recursos naturales más rentables a nivel mundial, no es capaz de mantener en el país a la población que todavía tienen trabajo. Los primeros en dejar su lugar de origen son aquellos que tienen algún recurso para hacerlo, puede ser dinero o capacidad de trabajo. Por lo tanto, la población que queda es el grupo dependient­e y los jóvenes menos capacitado­s.

Venezuela se desangra a la vista de todos sin encontrar el rumbo. Los responsabl­es se ocultan detrás de la máscara de la conjura internacio­nal en su contra. Sin embargo, los hechos demuestran que el sufrimient­o de los venezolano­s tiene rostro, nombre y apellido: Nicolás Maduro Moros.

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