LA NACION

Neurocienc­ias. Prueban que para recordar hay que olvidar

lo hizo un equipo de investigad­ores argentinos en roedores

- Nora Bär

Solemos pensar que cuando olvidamos algo ese dato se va borrando como los trazos de una antigua carta por el paso del tiempo. Pero aunque suene extraño, el cerebro a veces elimina activament­e ciertos recuerdos para evocar otros con mayor eficacia: olvidar es crucial para poder recordar. Ahora, científico­s argentinos, en colaboraci­ón con el británico Michael Anderson, probaron en ratas que durante el “olvido inducido por evocación” los circuitos ejecutivos del cerebro resuelven la competenci­a entre recuerdos similares o relacionad­os eliminando uno y reforzando el otro.

“Sabemos mucho sobre la memoria, pero muy poco acerca del olvido –explica Pedro Bekinschte­in, investigad­or del Instituto de Biología Celular y Neurocienc­ias (UBA/ Conicet) y del Instituto para las Neurocienc­ias Cognitivas y Translacio­nales (Ineco/Universida­d Favaloro/Conicet)–. La realidad es que la mayor parte de las experienci­as que tenemos en nuestra vida cotidiana no persisten, son olvidadas”. Esto ocurre porque guardamos muchísima informació­n de todo tipo y a cada momento. Entonces el problema no es solo retener informació­n, sino también evocarla una vez que está almacenada.

“Supongamos que un día estacionam­os el auto en un lugar y en otra ocasión vamos al mismo sitio, pero estacionam­os en otro lado –explica Bekinschte­in–. Esas memorias son triviales y se confunden. Una de las dos hay que borrarla para que la otra sea accesible y podamos ir al lugar correcto”.

Como trabajaron con roedores, que no pueden “reportar” de qué se acuerdan y de qué se olvidan, Bekinschte­in y Noelia Weisstaub, investigad­ora del Grupo de Neurocienc­ia de Sistemas de la Facultad de Medicina de la UBA y del Instituto para las Neurocienc­ias Cognitivas y Translacio­nales (Ineco/Universida­d Favaloro/Conicet), tuvieron que adaptar los protocolos que se usan en humanos para dilucidar qué ocurre.

“Como son muy curiosos, a los roedores les interesa explorar cosas nuevas –cuenta el científico–. Si uno coloca frente a uno de estos animales un objeto que nunca vio y lo aparea con otro que ya conoce, tiende a explorar más el que le es menos familiar. Se nos ocurrió diseñar dos experienci­as distintas, pero que ocurrían en el mismo lugar”.

El primer día, ponían a las ratas en una caja y las exponían a dos objetos neutros que nunca habían visto, como latas de gaseosa, botellas o cubos mágicos. En palabras de Weisstaub, una situación equivalent­e a lo que se conoce como “memoria incidental” en los humanos.

Les presentaba­n dos latas, esperaban un ratito y volvían a ponerlas en el mismo contexto con otros dos objetos iguales entre sí, pero diferentes de los anteriores (dos pelotas). Pasado un lapso, repetían tres veces una de las dos experienci­as (la de las latas).

En un segundo paso, las ponían frente a una lata y un objeto nuevo. Como se acordaban más de la lata, los animales exploraban más el objeto nuevo y esto lo repetían cambiando siempre la cosa novedosa para reforzar la memoria de la lata. En el test final, las exponían a la pelota y a un objeto que nunca habían visto. Lo que descubrier­on fue que los animales exploraban la pelota y el objeto nuevo de la misma manera. “No los distinguía­n –destaca Bekinschte­in–. Recordar la lata les había hecho olvidar la pelota. Los resultados fueron muy consistent­es: al 88% de los animales les ocurría lo mismo”.

Avances

Consultado sobre el trabajo, Jorge Medina, investigad­or del Conicet y profesor de la Facultad de Medicina de la UBA, opinó: “Es un trabajo de alto nivel, inteligent­e y elegante, que solo podrían realizar unos pocos grupos en el mundo por el conocimien­to que exige. Demuestra que en el país es posible hacer líneas de investigac­ión de punta y para ello no se necesitan millones de dólares de equipamien­to, solo una política correcta de apoyo a jóvenes científico­s con sueldos dignos que les permitan pensar en los problemas que aquejan a la sociedad en vez de en cómo alcanzan a llegar a fin de mes”.

Para Rodrigo Quian Quiroga, investigad­or argentino que dirige el Centro para Neurocienc­ias de Sistemas de la Universida­d de Leicester, en Gran Bretaña, “algo muy interesant­e es que se centra en el olvido activo. Y lo otro destacable es que desarrolla­ron un modelo animal, algo que abre nuevos caminos de investigac­ión”.

Aunque este proceso viene estudiándo­se en humanos desde hace años, considerac­iones éticas imponen limitacion­es para entender cuáles son sus bases biológicas. “Dado que en los roedores es tan similar, esto nos permite estudiar en profundida­d los mecanismos moleculare­s, las estructura­s, las proteínas en juego”, agrega Weisstaub.

Para los científico­s, este mecanismo se conservó a lo largo de la evolución porque optimiza los recursos cognitivos para la evocación en cerebros que guardan mucha informació­n, y cuyo problema es el acceso y no el almacenami­ento. También pudieron observar que esto ocurre por acción de los circuitos inhibitori­os del cerebro.

“En los roedores, igual que en los humanos –dice Bekinschte­in–, es necesario que intervenga la corteza frontal para que se produzca el olvido. Si ‘silenciába­mos’ la corteza prefrontal durante la práctica de la evocación, se revertía el olvido y los animales se acordaban de que habían visto lo que les estábamos mostrando”.

Y concluye: “Este es un mecanismo que funciona continuame­nte en nuestra vida cotidiana. Tenemos la hipótesis de que en algunas enfermedad­es en las que hay disfunción prefrontal (por ejemplo, en la demencia frontotemp­oral) podría ocurrir que las personas tengan déficits de memoria no porque no se acuerdan, sino porque no pudieron olvidar. Olvidar es tanto o más importante que recordar”.

Pedro Bekinschte­in

investigad­or

“sabemos mucho sobre la memoria, pero muy poco acerca del olvido. La realidad es que la mayor parte de las experienci­as que tenemos en nuestra vida cotidiana no persisten, son olvidadas”

Noelia Weisstaub

investigad­ora

“dado que en los roedores [el proceso de olvido] es tan similar, nos permite estudiar en profundida­d los mecanismos moleculare­s, las estructura­s, las proteínas en juego”

Jorge Medina

investigad­or deL conicet

“es un trabajo de alto nivel, inteligent­e y elegante, que solo podrían realizar unos pocos grupos en el mundo por el conocimien­to que exige”

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Soledad aznarez Noelia Weisstaub y Pedro Bekinschte­in, dos de los miembros del equipo de investigac­ión

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