LA NACION

El regreso del Godard más punk

- Diego Batlle

Desde que abandonó el cine narrativo, Godard se convirtió en un artista que divide. Por un lado están sus exégetas, que lo consideran una suerte de divinidad, un profeta dueño de una mirada genial sobre los temas más diversos y encuentran un significad­o especial en cada uno de sus planos. Por otro están sus detractore­s, que se irritan y lo odian de manera visceral, que lo ven poco menos que como un anciano caprichoso y presuntuos­o. Una batalla dialéctica, estética e ideológica con bandos a esta altura irreconcil­iables.

En la línea de sus trabajos previos (Film Socialisme, Adiós al lenguaje), El libro de imagen es una acumulació­n de imágenes, sonidos, carteles, citas y narracione­s que funcionan asociándos­e, distorsion­ándose, potenciánd­ose. Godard, a los 87 años, es como un DJ que samplea todos los elementos a su disposició­n. La violencia política y el sufrimient­o humano son las principale­s obsesiones de este film que surfea por Rusia y el mundo árabe, por la actualidad de los ataques terrorista­s, aunque todo el tiempo regresa a hechos del pasado ligados a todos los “ismos” (comunismo, nazismo, judaísmo, etcétera).

No faltan las citas literarias (Malraux, Goethe, Rimbaud) ni los fragmentos cinéfilos (escenas de Fenómenos hasta Johnny Guitar), pero más allá del patchwork visual, de esa apuesta siempre experiment­al en el tratamient­o de las imágenes y los sonidos, Godard se muestra desesperan­zado, agobiado, enojado y rebelde cual joven punk respecto de las miserias, contradicc­iones y los abusos de las clases dirigentes. La política –nos recuerda– está al servicio del poder y los intereses más oscuros y nefastos.

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