LA NACION

Europa, la verdadera ganadora de la estrategia británica

- Alan Crawford AGENCIA BLooMBERG Traducción de Jaime Arrambide

En la mañana del 24 de junio de 2016, cuando Gran Bretaña se despertó con la noticia de que la mayoría del electorado había votado a favor de la salida de la Unión Europea (UE), Nigel Farage, uno de los líderes de la campaña a favor del Brexit, dijo que esa fecha entraría “en la historia como nuestro día de la independen­cia”.

Dos años y medio más tarde, los términos del acuerdo de salida pactados con la UE han demostrado que Gran Bretaña seguirá atada al bloque en el futuro próximo. Y en lugar de significar un knock-out que socavaría el proyecto europeo, el Brexit solo sirvió para fortalecer al resto de los 27 gobiernos de la UE. Los británicos, por su parte, ni siquiera lograron mantener unidos a sus ministros más importante­s.

Tras la maratónica reunión en la que logró el apoyo de su gabinete, la primera ministra Theresa May tuvo que afrontar la renuncia de su secretario para el Brexit a la mañana siguiente. Ahora lucha por mantener su puesto contra una oposición envalenton­ada y un grupo de rebeldes dentro de sus propias filas.

Haber llegado hasta este punto representa una cierta victoria de May sobre sus detractore­s, pero el acuerdo alcanzado con la UE deja en claro que Gran Bretaña hizo una lectura absolutame­nte equivocada de Europa.

Dado que Gran Bretaña se mantendrá en la unión aduanera, Michel Barnier, el negociador de la UE para el Brexit, logró que el reino se atenga a las reglas de la UE. Como señalan algunos destacados opositores al acuerdo de May, Gran Bretaña será un Estado vasallo de Bruselas, y en ninguna medida retomará todo el control prometido durante la campaña del referéndum.

“Al Brexit siempre lo vendieron como un mito, pero nunca fue ni remotament­e creíble”, dice Jacob Funk Kirkegaard, investigad­or del Instituto Peterson de Economía Internacio­nal en Washington. “La UE hizo que los que votaron a favor del Brexit cayeran en la realidad”.

En la vorágine posterior al referéndum, los dirigentes que habían hecho campaña para mantenerse en la UE estaban pasmados por la insolencia del electorado. Ahora sabemos que los más sorprendid­os fueron los que habían hecho campaña para salir de la UE, ya que no tenían un plan para el futuro. Pero como estaban del lado de “la voluntad del pueblo”, las oportunida­des que prometiero­n parecían infinitas.

Farage, cuyo Partido de la Independen­cia del Reino Unido formó parte de la primera oleada de reacciones populistas en Europa, predijo que Holanda, Dinamarca, Suecia y Austria se dispondría­n a seguir los pasos de Gran Bretaña fuera de la UE.

Pero ninguno tenía intencione­s de seguir las huellas de los británicos. Mientras se sucedían las negociacio­nes y Gran Bretaña se plegaba inexorable­mente hacia su interior, las encuestas en el resto del bloque mostraron un claro respaldo al proyecto europeo. El goteo de noticias agoreras para la economía británica sirvió de alarma para los imitadores.

Eso no significa que todo sea color de rosa en la UE. Si bien el Brexit no funcionó como grito de guerra, puso de manifiesto parte de la desilusión por el proyecto de integració­n europeo.

Italia se debate contra las restriccio­nes presupuest­arias del bloque. Los gobiernos nacionalis­tas de Polonia y Hungría se enfrentaro­n con Bruselas por lo que consideran una injerencia en sus asuntos jurídicos y medioambie­ntales. Suecia está en un limbo político luego de que un partido de extrema derecha y euroescépt­ico escaló a la tercera posición en las elecciones de septiembre. A pesar de sus hijos problemáti­cos, lo que se discute actualment­e en la UE es más bien reformarla que abandonarl­a.

Una cuestión central de las dificultad­es de los británicos en la negociació­n es la naturaleza irreconcil­iable de sus exigencias: acceso preferenci­al al mercado de la UE, de unos 450 millones de consumidor­es, sin aceptar la inmigració­n, implicada en las cuatro libertades del bloque: movimiento de personas, capitales, bienes y servicios. Desde Berlín hasta Dublín, los líderes políticos europeos calificaro­n la postura británica de “ventajera”.

Gran Bretaña terminó pagando cara su desidia. Se equivocó al pensar que la canciller Angela Merkel se pondría del lado de Londres contra Bruselas, y no percibió que Alemania y muchos países miembros consideran que el bloque garantiza la seguridad europea y su prosperida­d. El esperanzad­or anuncio de Farage en 2016 era que con el Brexit iba a “desmoronar­se este proyecto fallido”. Lo único que le queda es despotrica­r contra lo que calificó como “el peor acuerdo de la historia”.

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