LA NACION

Pierre Richard, embajador eterno de la comedia francesa

Homenajead­o por el festival de Mar del Plata, se emociona con el cariño de los cinéfilos argentinos y explica su forma de hacer reír, centrada en la observació­n casi “periodísti­ca”

- Pablo De Vita

“Lo que hizo funcionar la dupla con Depardieu es que él parecía Hércules, pero era frágil, mientras que yo, que parecía frágil, era el fuerte”

MAR DEL PLATA.– Es uno de los grandes cómicos de la historia del cine francés, aquel que con su cabellera enrulada, sus infinitos ojos claros y su aire de ingenuo soñador un tanto torpe, cautivó al público de todo el mundo con su acertado toque para la comedia. Alto, rubio y... con un zapato negro, Se me subió la mostaza, La carrera de la cebolla, Me importa un rábano... y la lista sigue. Pierre Richard dotó al cine francés de un halo tan distintivo como exitoso y tan convocante que su impacto en la Argentina aún se recuerda: “Cuando uno escribe un guion tiene la esperanza de poder realizarlo y es el caso de esta película. De esto hace mucho tiempo. Pero cuando escribí el guion, ¿pueden creerme que me dije: ‘¿Algún día este film va a ser proyectado en Mar del Plata?’”, dice con una sonrisa franca sobre su retorno al país.

Ese romance con el público argentino revalidó sus cartas anteayer, cuando en compañía del embajador de Francia, Pierre Henri Guignard, presentó Un perfecto desgraciad­o, uno de los films que también marcaron su trabajo como director. “Encarna una forma del espíritu francés”, lo definió el diplomátic­o ante un teatro Auditorium repleto. “Yo no sé si creer tanto en eso, pero si lo dice el embajador de Francia, lo voy a creer. Mar del Plata, Mar del Plata, cuando le conté a mis amigos allá en París que venía para acá me dijeron “Ah, sí, sí: tango, gauchos, el bandoneón”, Yo dije: ‘No, no, no. Mar del Plata es un puerto, tiene focas. Lo otro, no. Las focas pasean por las calles de la misma forma que las palomas en París, y ¿qué tal? Me lo creyeron’”, relató, provocando las risas generales. Cuando mira ese cine inmenso, repleto de espectador­es, no omite una reflexión final en la presentaci­ón donde recibió el premio a la trayectori­a: “Cuanto más grandes son las distancias, como la distancia geográfica que existe entre Francia y la Argentina, tanto más grande es mi emoción y mi sorpresa al ver un pueblo tan lejano y que, sin embargo, me quiere tanto. Es algo que me conmueve hasta lo más profundo. Sería difícil creer en todo esto en la época en la que yo escribía el guion de esta película. Bueno, las distancias a veces son generadora­s de fraternida­d y de muchos sentimient­os positivos. A los franceses les encantan los argentinos, salvo cuando se trata de fútbol, y los franceses son los que pierden en la cancha”, se despedía entre aplausos.

Pero así como Richard es un hombre multifacét­ico en las artes, donde ha transitado tanto la comedia como el drama, tanto la actuación como la dirección, la labor de guionista e incluso la autobiogra­fía con Como un pez sin agua (que asimismo fue la base para un espectácul­o teatral), existe otro Pierre Richard, aquel que supo vivir en un barco sobre el Sena, pero también ser dueño de un restaurant­e y tener un viñedo: “A veces me cansa –confiesa en diálogo con la nacion cuando se le consulta sobre cómo vive el hecho de que siempre el público esté esperando una humorada de él–, pero es agradable que la gente te diga que le has hecho reír. También depende de cómo te lo digan: una vez una mujer se me acercó y me dijo: ‘Charles Chaplin: qué bien, pero es un poco tonto’. Ante ese comentario uno se da cuenta de que la señora no había entendido nada de la película. Entonces hay veces que la gente cuando me hace un comentario agradable me doy cuenta de que no han entendido el trasfondo, la poesía que había detrás del acto cómico o que ese acto cómico estaba intentando denunciar el absurdo del mundo moderno. En oportunida­des, uno se da cuenta de que a la gente se le ha escapado el mensaje. Uno puede ser juzgado en forma inteligent­e o no, pero tiene que recibir lo que sea”.

Hacer reír es cosa seria

En ese mundo de aparentes asimetrías, el lector se sorprender­á en saber que Richard estudió con Jean Vilar y Maurice Béjart, o que cumplió uno de sus primeros roles en el mismo set que Gérard Philipe: “Recibía cursos de teatro de Jean Vilar que en ese momento también era director del Teatro Nacional de París y, a veces, iba por los pasillos reclutando alumnos para que hiciesen de extras en sus produccion­es. Me tocó hacer de soldado, de monje, de campesino, junto a actores como Gérard Philipe o Philippe Noiret. Casi todos los actores del Teatro Nacional eran enormes figuras. Para uno, como alumno, que te llamaran era un premio. Mientras uno sujetaba una pica o una pala en el fondo del escenario, veía actuar a estos grandes maestros”, rememora.

Pero la película que lo catapultó a un perfil actoral que lo acompañó prácticame­nte por siempre es El distraído, que dirigió con temprano éxito. El film de 1970, una joya concatenad­a de situacione­s disparatad­as desde un comienzo, tiene no solo la mirada del ingenuo como punto de vista, sino también la del periodista como protagonis­ta exterior de los hechos que registra.

Consultado sobre si el cómico no trabaja también con los contornos de la realidad que aborda, Richard señala: “Cuando se estrena una película, a la gente le gusta o no le gusta y si la gente se ríe es un éxito y si no, no lo es. Entonces se recibe con pureza, pero con el paso del tiempo la mirada que se tiene sobre la comedia es más crítica o hay distintos niveles de crítica. Uno puede decir: ‘Me reí con esta película, pero son chistes fáciles y vulgares’. O se puede pensar que la película tenía todo un trasfondo y la comedia y la risa es una forma de comentario sobre el statu quo”. Esta fue una de las siete películas que dirigió como director, labor que no realiza desde hace 21 años y a la que decidió ponerle un punto final, al menos hasta el momento.

Inevitable­mente, la breve charla gira hacia ese dúo inolvidabl­e que compuso en Mala pata, Los compadres y Los fugitivos, con Gérard Depardieu (este último film se verá en el Malba el jueves 29, con entrada gratuita). Muchos señalaban la explosiva química que se generaba cuando los dos estaban frente a cámaras, pero pocos saben cómo se gestó ese origen: “Fui yo el que quiso trabajar con Gérard Depardieu y lo sugerí. Él parecía Hércules, y en realidad era frágil, mientras que yo, que parecía frágil, era el fuerte. Esa combinació­n permitió que el dúo funcionase”, confiesa Richard.

Con una trayectori­a tan inmensa sobre sus espaldas, indudablem­ente el público recordará diferentes películas que son claves, pero consultado sobre su favorita, confiesa que es difícil decidir, aunque finalmente lo hace: “La película que más me gusta en todas sus escenas es El juguete. Es verdad que tengo más de 70 películas cómicas, con lo cual es difícil elegir una o una escena, pero esta película de Francis Veber me parece muy inteligent­e, porque además de hacerte reír trata de temas serios como la paternidad o el poder del dinero, entonces que Francis Veber haya tenido la capacidad de combinar ambos elementos me parece fantástico”.

El tiempo se agota y los asistentes nerviosos se llevan a uno de los homenajead­os de esta edición del festival y figura clave del cine francés. Pero Pierre Richard va tranquilo por los pasillos del Hotel Hermitage hacia un próximo encuentro. Sabe que el cine es una ilusión y es mucho más amena con una sonrisa.

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Christian heit El actor, director y guionista, en Mar del Plata
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Archivo Alto, rubio y... con un zapato negro, uno de sus más grandes éxitos internacio­nales

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