Herbie Hancock y el secreto para divertirse sin perder la calidad esencial
En El luna park
★★★★ muy bueno. intérpretes: Herbie Hancock (piano, teclados), James Genus (bajo), Justin Brown (batería), Michael Mayo (voz) y Grégoire Maret (armónica). sala: Luna Park.
Herbie Hancock se divierte; se sigue divirtiendo. Puede parecer sorprendente en un señor que tiene 78 años muy bien llevados, que ha conocido todas las cimas, que arrancó con el jazz más clásico y recorrió muy distintos caminos, que es un prestigioso maestro universitario y que, podría suponerse, está más para recoger que para sembrar. Pero seguramente el secreto para que Hancock se divierta y se muestre alegre frente a un Luna Park muy entusiasmado está en que siga encontrando la posibilidad de recrear sus propios temas, de renovarse en los músicos que lo acompañan, en descubrir y presentar nuevos valores; y posiblemente, él nos dirá que, además, su adhesión al budismo le ha permitido comprender mejor algunos sentidos profundos de la vida y que eso también tiene mucho que ver.
La banda de este viaje prometía a su viejo compañero Vinnie Colaiuta en la batería. Un problema de salud no lo hizo posible y en su reemplazo llegó un joven baterista californiano que tiene una sólida formación jazzística pero que no reniega del sonido rockero que el propio líder le propone. Y por cierto que estuvo a la altura de las circunstancias. El responsable del bajo, con un instrumento de cinco cuerdas que mantuvo durante todo el concierto, fue una vez más James Genus, otro constante camarada de Hancock, conocido y admirado desde hace tiempo por acá. Su estilo sobrio, de marcación firme, quizá con menos brillantez solística que el resto de la banda, es sin embargo lo que este grupo necesita para todo lo demás pueda suceder sin perder jamás la base. Y el combo se completó en este caso con dos novedades. Sin trompetas o saxos al frente, el canto “solista” quedó alternativamente para el armoniquista suizo Grégoire Maret y para otro joven que Hancock presentó como su alumno, el cantante de Los Ángeles Michael Mayo.
Con todo eso y con su indudable virtuosismo para las teclas –que muy lejos está de ser destreza puramente gimnástica–, Hancock volvió sobre varios de sus clásicos: “Overture”, “Actual Proof”, “Come Running to Me”, “Watermelon Man” –en una muy larga versión que estuvo entre lo más destacado del concierto– o “Secret Source”. Pero los temas, como es habitual en él, fueron apenas una excusa. Arranca presentando melodías que son conocidas por su público, pero desde allí da espacio y rienda suelta a sus propios solos y a los de sus compañeros, a las improvisaciones, a las variaciones que pueden seguir patrones jazzísticos más o menos convencionales o irse para discursos más ligados al rock con el que siempre coqueteó. Hancock tiene un estilo personal y eso hace que su discurso pueda, por momentos, hacerse algo reiterado a medida que va transcurriendo el show. Pero siempre sabe sacar un conejo de la galera y reciclarse. Del Steinway de cola pasó a un teclado Korg Kronos X, y de allí a otro colgante que le permitió jugar como si fuera un guitarrista de rock. El veterano músico dirige la batuta pero sus cuatro laderos no le van en zaga y también aportaron a esa recreación constante. Maret fue creativo en sus solos. Brown se despachó a ratos como si fuera el baterista de una banda de rock sinfónico pero sin perder jamás el toque jazzístico. Genus fue, como decíamos, la base imprescindible. Y el más que prometedor Mayo se sumó como si su voz fuera un instrumento, canturreando o imitando el sonido de un trombón, y hasta tuvo su lucimiento personal sampleando e improvisando cuando el líder lo dejó solo en el medio del escenario.
Para el final quedó “Chameleon”, otro hit. La fiesta había llegado a su punto máximo después de dos horas de música; solo faltaba esa frutilla.