LA NACION

Nuevas perversion­es para callar al periodismo

- Eduardo Fidanza

No es la noticia del día y menos aún una novedad: al poder lo perturba el periodismo independie­nte. Se trata de un fenómeno universal e histórico: los que creen que todo lo pueden –por dinero, seducción o fuerza– nunca concibiero­n ni admitieron que se los cuestione, con las herramient­as de la palabra oral, la escritura o la imagen. Si su capacidad de disposició­n les permite alcanzar lo que deseen, hasta los caprichos más descabella­dos, ¿cómo aceptar que unas mujeres o unos hombres, por lo general sencillos y comunes, descubran sus bajezas, negocios sucios, prepotenci­as y maltratos? En realidad, el conflicto del poder con la prensa deriva de una lucha crucial para la sociedad: aquella que se libra para determinar los contenidos de la esfera pública, lo que usualmente se llama “la agenda”. Las elites –bajo distintas configurac­iones– siempre buscaron manejar ese ámbito. Pretendier­on ejercer el monopolio acerca de lo que debía publicarse y ocultarse. Las reglas de la democracia libe- ral las obligaron a compartir la construcci­ón de la agenda con los medios y aceptar las consecuenc­ias. Pero hoy, el retroceso mundial de las libertades y garantías democrátic­as vuelve a convertir al periodismo en una profesión peligrosa.

Sin embargo, el hostigamie­nto no se repite del mismo modo. En la actualidad, la cuestión se ha tornado más compleja y perversa de lo que podía imaginarse. El reconocido periodista británico Guideon Rachman escribió esta semana una columna en el Financial Times, titulada “Donald Trump y el asalto global a la libertad de prensa”, en la que ofrece un reporte verídico (y sombrío) del nuevo rostro de la persecució­n al periodismo. Su argumento es sencillo y contundent­e: cuando el presidente de EE.UU. llama a los periodista­s “enemigos del pueblo”, envalenton­a a los dictadores. Es decir, los legitima para sostener lo mismo, sin que le importen las consecuenc­ias. Rachman fija con claridad la diferencia entre democracia y dictadura, cuando escribe, rememorand­o el testimonio de sus pares turcos: “Conversar con mis colegas de Turquía fue aleccionad­or. Trabajar como columnista para un diario occidental es agradable y prestigios­o. Si escribo una columna que enoja a un ministro de gobierno, lo peor que puede pasar es que reciba un llamado telefónico de un jefe de prensa o que no me inviten al brindis de Navidad. Pero cuando los reporteros turcos escriben columnas polémicas ponen en riesgo su libertad”.

El argumento de Rachman es similar al que utiliza la Sociedad Interameri­cana de Prensa, cuya conclusión reciente, citada por Andrés Oppenheime­r en este diario, es que la retórica sin precedente­s de Donald Trump contra la prensa “se está extendiend­o más allá de las fronteras de EE.UU. y está creando un ambiente más peligroso para los periodista­s en el extranjero”. Las estadístic­as son dramáticas: 29 periodista­s fueron asesinados en la región durante 2018. No está mejor el mundo, que en 2017 alcanzó el récord de periodista­s encarcelad­os. Esta tragedia llegó a la democrátic­a Europa donde en los últimos dos años fueron asesinados dos periodista­s de investigac­ión: la maltesa Daphne Caruana Galizia y el eslovaco Jan Kuciak. Y mejor no hablar de Rusia. Pero todo lo anterior empalidece ante el crimen del columnista de The Washington Post Jamal Khashoggi, descuartiz­ado en el consulado saudita en Estambul. Observando este panorama desolador, un periodista turco le confiesa a Rachman: “Cosas que antes eran considerad­as imposibles, ahora suceden todos los días”.

La novedad de estas persecucio­nes es su naturaleza perversa, no siempre advertida. En primer lugar, los líderes que atacan la libertad de opinión acceden al gobierno por métodos democrátic­os, para luego quebrantar las garantías constituci­onales alegando que perjudican al pueblo. En segundo lugar, el acoso a la prensa viene dentro de un combo, que contiene además la discrimina­ción de los inmigrante­s y el gatillo fácil. La licencia para matar ciudadanos negros, que detenta la policía del sur de EE.UU., debe leerse junto con los muros que se elevan para impedir las migracione­s, y el desprecio a los periodista­s que osan criticar al poder. Hitler, el inspirador, fue un depredador sistémico: judíos, gitanos, homosexual­es, artistas y reporteros cayeron bajo sus garras.

La Argentina felizmente está lejos de esas aberracion­es. La violencia contra periodista­s es una excepción y los columnista­s pueden decir lo mismo que Rachman: lo peor que puede ocurrirles es que el gobierno de turno los reprenda por teléfono (sigue sucediendo, así en el macrismo como en el kirchneris­mo). Pero no hay que dormirse en los laureles: en el siglo XXI el país de la libertad engendró un déspota que tiene muchos imitadores. Como el intendente fronterizo (en sentido geográfico y psicológic­o) que esta semana convocó, con palabras soeces, a agredir sexualment­e a una periodista que lo investiga.

No desechemos, por exóticos, a estos psicópatas de burdel. Podrían ser el huevo de nuestra propia serpiente.,

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina