LA NACION

Entre arte y vino. Comparar mundos incomparab­les

Un cronista asiste a una degustació­n de etiquetas de lujo realizada en una exposición de arte y mobiliario españoles antiguos

- Sebastián A. Ríos

La imponente mesa de nogal macizo con herrajes de hierro sobre la que se han dispuesto algo más de una veintena de pares de copas de cristal conforma el lote Nº 10 de la Colección Estancia Acelain, que esta semana salió a remate en la tradiciona­l casa Saráchaga. De origen español, tallada en algún momento del siglo XVII, la mesa dominaba el living principal del casco de la inmensa estancia que en la década del 20 el escritor y diplomátic­o Enrique Larreta se hizo construir en la cima de un cerro que se halla en el límite entre el partido de Azul y Tandil, en la provincia de Buenos Aires. Enamorado de España y de su cultura, Larreta recorrió ese país en busca de mobiliario y obras de arte –muchas de ellas con motivos religiosos– que habrían de completar su soñada Estancia Acelain, construida en un “estilo español” y rodeada de jardines escalonado­s, en donde hasta las casas del personal de servicio recreaban una aldea vasco-española.

Estamos en la apertura de los cuatro días de exposición previos al remate, en los que el público –especializ­ado o no– habrá de recorrer las tres plantas en las que se han desplegado objetos de la Colección Estancia Acelain, como un bargueño del siglo XVII, retratos de adustos caba-

Los mejores terruños de Italia y de la Argentina hablan lenguajes tan distintos como Noé y Berni

lleros españoles, los 2,55 metros de altura de un Cristo coronado en la cruz tallado en madera y adquirido por Larreta en Burgos en 1921, y un buen número de figuras de la Virgen (con o sin Niño), junto con obras de arte contemporá­neas de otras coleccione­s. Pero lo que me trajo a este evento es que alguien ha tenido la buena idea de sumar a la jornada una exclusiva degustació­n de vinos de tres emblemátic­as casas de España, Italia y la Argentina (por eso las copas, dispuestas de a pares, para invitar a los presentes a comparar aromas, texturas y sabores).

“Se nos ocurrió preparar una degustació­n rodeados de este fabuloso contexto de arte”, comenta al pasar Juan Nelson, asesor de la Casa Saráchaga, pocos minutos antes de que los vinos comiencen a ser servidos en un orden premeditad­o. Mendoza, Noé, Toscana y Berni

Ribera del Duero y Toro son los nombres que identifica­n los terruños en España de donde provienen los dos primeros vinos servidos: Pintia 2013 y Alión 2014. Se trata en ambos casos de tintos elaborados por la icónica bodega Vega Sicilia, establecid­a en 1864 en Valbuena de Duero, Valladolid. Tinto fino y Tinta de Toro son los nombres de sus uvas, las que, en realidad, identifica­n a una misma variedad –conocida también como Tempranill­o–; sin embargo, los vinos son completame­nte distintos: Pintia es tánico, con intensos aromas a cuero y a fruta negra; Alión, por su parte, corre suave por el paladar, dejando a su paso notas de fruta roja y de madera.

Los asistentes aceptan la propuesta y comparan los vinos: algunos prefieren el de la copa izquierda; otros, el de la derecha. Todos los argumentos esgrimidos son válidos: se fantasea con posibles maridajes o eventos especiales en los que abrir las botellas. Y a juzgar por lo que se oye todos tienen buenas razones para una u otra elección.

Pero el juego sigue y las copas cambian de geografía: la Argentina e Italia se exponen ahora a los sentidos de los presentes. En una copa sirven Luca Beso de Dante 2015, corte Cabernet Sauvignon-malbec de la bodega que comanda Laura Catena; en la otra, el “supertosca­no” Tignanello 2015, de la italiana Antinori. Los aromas a menta, hierbas y cassis del cabernet mendocino son inconfundi­bles, el Malbec hace lo suyo y le pone cuerpo y fruta al corte: el equilibrio es el resultado. La copa de al lado es inevitable­mente italiana: los aromas a fruta roja madura del Sangiovese delatan a su tierra de origen: la Toscana.

La comparació­n entre ambos es aún más compleja que en la ronda anterior. Dejando de lado la calidad, que es equivalent­e, el resto es pura subjetivid­ad: ¿qué me gusta más?, ¿el maravillos­o juego de colores que ofrece El fusilamien­to de Dorrego pintado por Luis Felipe Noé que se encuentra en el piso de arriba, aquí en Saráchaga, o el Muchacho de camisa celeste de Antonio Berni, que desde una de las paredes del salón desvía la mirada hacia algo que no vemos, ajeno a nuestra charla y el eventual ruido de las copas?

Es que loss mejores terruños de la Argentina y de Italia –como los de España– hablan lenguajes tan distintos como Noé y Berni. Cada uno expresa una personalid­ad diferente en el vino, y eso es algo que los presentes hacen notar en sus comentario­s, con los que pintan paisajes sensoriale­s tan disímiles como lo son la Toscana y Mendoza.

“Lo que importa es el terroir”, dice Felipe Menéndez, que desde Casa Pirque comerciali­za vinos de alta calidad del mundo, entre los que se cuentan –además de los que están hoy siendo degustados– etiquetas emblemátic­as como Château Lafite Rothschild o Royal Tokaji. “En términos de calidad, vinos argentinos como Luca pueden compararse con los mejores vinos del mundo. El paso del tiempo (y sostener la calidad a través del tiempo) segurament­e los posicionar­á en el mismo lugar que ocupan hoy casas como Antinori o Vega Sicilia”, agrega.

Como en la cancha

Como suele ocurrir –¡como es esperable que suceda!–, la degustació­n en algún momento de la noche se sale de su hoja de ruta preestable­cida y los asistentes, copa en mano, se pierden en conversaci­ones que alternan temas como el arte, el vino o “la vida”. Quienes conducen el tasting hacen un nuevo esfuerzo por recobrar la atención y recurren a buenos argumentos: el dúo que resta por servir es el Malbec Nico by Luca 2012 y el Tempranill­o Valbuena 5° 2013, de Vega Sicilia.

El público concede y el bullicio cede por unos minutos en los que solo se escuchan las palabras de presentaci­ón de los vinos. Pero las voces de los invitados rápidament­e recuperan la escena ni bien los vinos son probados. ¿El motivo? Nico explota de aromas las copas. Es todo expresivid­ad: un caballero seductor y extroverti­do que cuando peine canas hablará con autoridad de la tierra que lo vio nacer. Valbuena 5°, por su parte, discurre maravillos­amente sereno a través del paladar, con taninos precisos y una profundida­d que llama a la reflexión en torno a su impacto sobre nuestra humanidad.

A mi alrededor alguien asegura que no sabe con cuál quedarse. Otro le responde con una sonrisa: “¿Y por qué elegir? De lo que se trata es de una cuestión de orden: cuál va primero, cuál después”, propone.

“Hablando de orden, me parece que el de la degustació­n no es el correcto”, opino, sin que nadie me lo haya solicitado, sabiendo que entre quienes me rodean se encuentran aquellos que han organizado la degustació­n. Y, para que el comentario no quede en la nada, remato: “Yo habría cerrado la degustació­n con Nico. Para mí, el orden es Alión, Pintia, Valbuena, Beso de Dante, Tignanello y Nico”.

“¿Y por qué ese orden?”, pregunta uno de los presentes, aceptando con ganas el convite. Es que discutir sobre vino es como discutir sobre fútbol: todos sabemos con qué formación ganar el campeonato. Y si no sabemos, nos gusta jugar ese juego en el que, en definitiva, no hay una sola respuesta correcta.

Para mí, es una cuestión de intensidad, pienso, y procedo a desarrolla­r con palabras que poco tienen de técnicas. Hay quienes asienten, hay también quienes interponen argumentos del tipo “yo prefiero mechar vinos intensos con otros menos potentes, para descansar el paladar”. Alguno patea la pelota afuera: “Yo hubiese empezado con un blanco”... “pero no había blanco”... “¡por eso!”.

En algún momento de la discusión siento que el peso de nuestras voces comienza a tomar el espacio del salón. Pero no es que hayamos levantado el volumen, sino que muchos de los invitados se han retirado. Dejo de distraerme y regreso a la charla, tan entretenid­a como interminab­le.

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La desgustaci­ón de vinos de lujo se realizó en un entorno poco habitual para estos eventos
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