LA NACION

Crueles metáforas de ayer y de hoy

- Texto Sergio Suppo

Cerca en el tiempo, pero muy distantes en la agenda de temas, el bono salarial de fin de año y las inundacion­es en el conurbano son retratos de múltiples realidades que convergen en un punto: la decadencia. En la decisión de la compensaci­ón de fin de año destinada a los trabajador­es, como en la renovada versión del agua que anega la vida de miles de personas, se inscriben metáforas que representa­n el destino incierto, el desvío de objetivos elementale­s para cualquier sociedad y el dibujo cruel de incoherenc­ias.

La Argentina parece condenada a la emergencia perpetua, reducida a maniobras tácticas para atender urgencias. Es la explicació­n para el bono obligatori­o de 5000 pesos que el Gobierno impuso como paliativo a la pérdida de ingresos salariales por una inflación que desbordó dos veces y media la estimación presupuest­ada. Es un refuerzo monetario necesario que permite detenerse a mirar el universo de destrucció­n estructura­l de la economía y de sus protagonis­tas.

El bono difícilmen­te llegue a más de la mitad de quienes deberían ser sus destinatar­ios, teniendo en cuenta el casi 40% de trabajador­es al margen de las leyes laborales y jubilatori­as más la situación precaria de muchas empresas (en gran parte, pymes) que no pueden afrontar esos pagos. A ese cuadro se suma el hecho de que, en el ámbito estatal, algunos cobrarán el total, otros una parte y otros posiblemen­te nada. Llegamos hasta aquí sin mencionar el elemento político más significat­ivo: la medida fue adoptada por un gobierno comprometi­do en permitir que las discusione­s salariales se mantengan entre sindicatos y empresas de cada sector.

Frente a cada crisis, los gobiernos suelen olvidar sus principios en lugar de consolidar­los. Entre nosotros esa situación suele representa­rse con la administra­ción bajando órdenes desesperad­as desde la Casa Rosada.

Una vez más, lo excepciona­l es permanente y lo urgente es sinónimo de la repetición del mismo problema. Vale para describir la heterodoxi­a de una mejora salarial generaliza­da como para detenerse a mirar la secuela maldita que cada año dejan en época de lluvias las inundacion­es de ciudades y campos.

Los anegamient­os son tan viejos como problema social y económico que nacieron mucho antes de que el cambio climático, con la irrupción de fenómenos más virulentos, se convirtier­a en un dato central de cualquier agenda global.

En la Argentina, las obras para remediar los desastres que provoca la acumulació­n de agua están pendientes desde cuando los registros de lluvia eran más estables. Durante un largo siglo se postergaro­n trabajos esenciales al mismo tiempo que se permitía la urbanizaci­ón de zonas inundables.

El cuadro se completa con el uso siniestro de las desgracias. A pocos minutos de la Plaza de Mayo, durante gestiones que se prolongaro­n por 28 años consecutiv­os, el peronismo en sus distintas versiones hizo clientelis­mo con los inundados. Colchones sí, desagües no, fue la consigna implícita que cada cacique con más o menos poder respetó como forma de construcci­ón política.

Los reclamos llegan ahora a los gobiernos de Cambiemos, que parecen no tener otra posibilida­d que la de repartir más colchones. Los desagües prometidos no terminaron de hacerse en la mayoría de los casos y la crisis les puso un nuevo freno, otro más, que demorará su construcci­ón. El viejo signo de lo urgente se repite al infinito, una vez más.

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