LA NACION

La familia que se baña y cocina con el agua de la laguna en la que viven los chanchos

Tres hermanitos se encargan de juntar el líquido en bidones para llevarlo a su vivienda; a veces, lo toman

- Micaela Urdinez ENvIADA ESPECIAL

LAS HACHERAS, Chaco.– Zulma Leal, con 9 años, sale al patio de su casa para ocuparse de una tarea cotidiana: ir a juntar agua de la laguna para poder bañarse, cocinar, lavar la ropa y los platos. Incluso, cuando no queda más alternativ­a, también tomarla.

Tiene una remera roja, un short rosa y está descalza. Selecciona los bidones de cinco litros que están vacíos y los carga en un carro que fue construido para esta misión. Tiene dos ruedas grandes, una base que es una especie de carrito de supermerca­do mediano en donde ponen los bidones y una palanca de la que los chicos tiran para moverlo. Entran nueve bidones, por lo que llegan a cargar alrededor de 45 litros de agua.

Adán Leal tiene 7 años. Con su remera celeste gastada, short azul y sandalias celestes, empuja desde atrás el carro para ayudar a su hermana, que va guiando el camino y esquivando las ramas del monte. A su lado camina Enzo Leal, de 11, dando algunos consejos de cómo ir más rápido. “Empujalo con las dos manos”, dice, divertido.

Los tres viven con un cuarto hermano –Néstor, de 15–; su mamá, Miriam Leal, y su padrastro en un ranchito precario en este rincón del Impenetrab­le chaqueño.

El trayecto hasta la laguna lo hacen casi corriendo porque van sin peso y, por momentos, Zulma se detiene para sacarse algunas espinas de los pies. Llegan a una laguna convertida en un charco de agua porque hace mucho que no llueve. Está casi todo seco y, en la parte en la que hay un poco de barro, nueve chanchos de diferentes tamaños disfrutan de bañarse y tomar un poco de agua.

“El agua de la laguna está muy sucia por los chanchos que viven ahí, por el viento y el barro. Usamos esa agua para bañarnos, para lavarnos y para regar las plantas. También le ponemos una pastilla potabiliza­dora que nos da la monjita para poder tomarla. Se corta con un cuchillo y se mezcla con el agua”, agrega Enzo.

Los Leal no tienen ni luz, ni agua ni baño. Solo cuentan con un tanque de agua en el que juntan agua de lluvia para tomar. En las épocas de sequía, no les queda otra que usar la de la laguna. “El tanque está casi vacío ahora”, explica Adán.

Zulma apoya el carrito al borde de la laguna, agarra un bidón y un cacharrito de chapa. Se acerca a un palo de madera que flota dos metros adentro de la laguna y hace equilibrio en la punta. En una mano tiene el cacharrito con el que saca el agua de la laguna y en la otra, el bidón que va llenando por intervalos. Desandar el camino por el palo con el bidón de cinco litros lleno es mucho más difícil y Zulma termina por caerse en los últimos pasos.

Los bidones se llenan de un agua completame­nte turbia, llena de microbios y enormes riesgos para la salud de cualquier persona. Entre los tres hermanos arrastran el carrito hasta la casa. “Yo esto igual lo hago solo”, dice Adán para demostrar que él también es grande. Este trayecto lo hacen una o dos veces por día para poder conseguir toda el agua que necesitan para subsistir.

Para Roberto Acosta, ministro de Desarrollo Social de Chaco, el principal desafío en la zona del Impenetrab­le es el acceso al agua, que se va a estar solucionad­o este año gracias al proyecto del acueducto. “Hace cinco años que estamos trabajando, pero lo importante es que ahora se va a terminar. La obra tiene diferentes ramales para que lleguen las conexiones a las diferentes poblacione­s. Estamos a un 2% de que se termine y va a tener un gran impacto en la vida de la gente”, dice el funcionari­o.

Apellido materno

“Los chicos llevan mi apellido porque son míos”, sentencia Miriam, y deja entrever que el padre no tiene mucha incidencia en su vida. Enzo explica que su papá se llama Julio y que vive en Miraflores. “No lo vemos hace dos años. Extraño jugar a hacer balines o gomerear con él”, dice.

En total son nueve hermanos, pero los más grandes ya migraron a otros lugares en busca de trabajo. Los tres más chicos –Enzo, Zulma y Adán– van a la escuela primaria, que queda a un kilómetro. Su mamá los lleva y los trae todos los días en moto.

“No fue tanto trabajo tener tantos hijos. Yo los crié a todos por igual. Solo una de mis hijas terminó la secundaria. Quería seguir estudiando, pero no pudo. Los demás dejaron todos. Otra termina séptimo grado este año y va a seguir la secundaria. Para mí es importante que estudien porque así es más fácil la vida”, detalla Miriam, que solo pudo hacer hasta cuarto grado porque vivía en La Rinconada, a ocho kilómetros de su escuela. “A veces venía en burro o en bicicleta y después cuidaba a los chivos, los chanchos y las vacas”, recuerda.

Le preocupa mucho el futuro de sus hijos porque en la zona no hay demasiadas opciones. Los hombres trabajan en el monte sacando madera o elaborando ladrillos y carbón. Y las mujeres hacen alguna artesanía y se dedican a ser madres y amas de casa.

“Cuando sea grande quiero ser milico”, dice orgulloso Adán. Es hincha de Boca y lo que más le gusta del colegio es jugar y estudiar las letras. Todavía no sabe leer, pero reconoce las letras y los números hasta el 10.

“Mi maestra se llama Silvana. Ella escribe en el pizarrón y yo lo copio. También nos da tarea y yo la hago solo”, cuenta, mientras muestra los lápices de colores que tiene en su cartuchera.

Su comida favorita es el arroz y le gusta ayudar en la huerta de la organizaci­ón social La Higuera, en la que cosechan frutas y verduras. “Ponemos la semilla, regamos y después sale la planta”, expresa. Si pudiera pedir un deseo, sería tener más juguetes, como un tractor.

Miriam cobra $8000 de su pensión por madre de 7 hijos y su marido no trabaja. La casa la fueron construyen­do ellos, ladrillo por ladrillo, y tiene dos habitacion­es. En una duermen los padres y en la otra, los hermanos todos juntos.

“La vida es sufrida acá. Peor ahora no alcanza la plata; como una la agarra, la gasta toda. Antes podía comprar la mercadería y me quedaba algo para comprarle zapatillas o ropa a los chicos”, dice esta mujer que agradece que sus hijos desayunen y almuercen en la escuela.

También tienen algunas gallinas, un par de chivos y unos chanchos que son los que viven en la laguna. “Nosotros les damos de comer y los criamos desde que nacen. Como mamá se encariña, después no los quiere comer. Para Navidad, compramos algún chancho”, aclara Zulma entre risas.

Los hermanos se hacen chistes, se divierten entre ellos y se cuidan. Cuando no están en el colegio o ayudando con las cosas de la casa (enjuagando la ropa, cocinando, buscando leña o agua), juegan al fútbol en una canchita que tienen al frente. Consta de dos arcos de madera y un piso de barro duro en el que corren descalzos detrás de la pelota. “A mí también me gusta jugar con las canicas, y con mis perros Lobito y Kiri”, agrega Adán.

En esta vida de estos niños, además de la falta de agua existen otros peligros asociados con estar en el campo y no tener una casa de material. Los chicos juegan en el piso de tierra. “Ayer encontramo­s una víbora entre los juguetes. Estaba sacando un juguete y la vi metida en el medio. Salí corriendo, agarré un palo y me picoteaba porque se enojaba. Después salió disparada por la puerta”, narra Enzo.

Lo que más ansía Miriam es poder arreglar su casa y que le hagan la conexión para poder tener luz. “Tengo el pilar y el transforma­dor, pero hace falta que la hagan bajar. Nos arreglamos con la linterna o con el teléfono para hacer luz de noche. Para cocinar hacemos fuego”, cuenta.

Los colores preferidos de Zulma son el rojo y el blanco porque es de River. Le encantan las cuentas. “En el colegio estoy aprendiend­o a hacer divisiones”, dice, mientras va pasando una por una las hojas de su carpeta.

A Enzo le gustaría seguir estudiando, pero todavía no sabe qué. Su pasión es el fútbol y tiene una habilidad impresiona­nte. En el picadito con sus hermanos, además de tener ventaja por ser el más grande, les gana en velocidad y en el manejo de la pelota con sus pies. Nunca se cansa de hacer goles.

“También toco la guitarra y me gusta dibujar animales”, se entusiasma Enzo. Su carpeta está llena de leones, jirafas y caballos de colores. “No tuvimos prueba todavía en el colegio. La materia que más me gusta es Matemática y escribimos muchos dictados”, explica.

 ?? Joaquín rajadel ?? Enzo, Zulma y Adán Leal, junto al carrito en el que trasladan los bidones para recolectar agua en una laguna
Joaquín rajadel Enzo, Zulma y Adán Leal, junto al carrito en el que trasladan los bidones para recolectar agua en una laguna
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