LA NACION

Francisco y Bergoglio, entre el magisterio ecuménico y el peronismo

Mientras el Papa se dedica a las grandes causas humanitari­as, el padre Jorge participa activament­e en la política argentina de un modo que desconcier­ta a muchos católicos El proyecto no tiene gran vuelo: se trata de organizar una amplia alianza anti-Macri

- Luis Alberto Romero —PARA LA NACION— Historiado­r; miembro de la Academia Nacional de la Historia

El papa Francisco se dedica a grandes causas: los pobres, la lucha contra la pedofilia, la condena al deplorable capitalism­o. Un poco, también –es necesario sobrevivir– a la sottopolit­ica vaticana. Mientras tanto, el padre Jorge Bergoglio se dedica a ser un dirigente peronista. No sabemos si Francisco dejará una huella profunda en el catolicism­o. No hay duda, en cambio, de que el padre Jorge se hace sentir, y mucho, en nuestra maltrecha política.

Los papas siempre hicieron política: confrontar­on con emperadore­s y reyes, y luego intentaron hacer de Italia un Estado papal. Desde 1871, cuando se encerraron en el Vaticano, concentrar­on sus energías en el magisterio ecuménico. Desde entonces produjeron grandes encíclicas, con las respuestas católicas para cada uno de los problemas del mundo moderno. Fue su mejor momento. Hablando urbi et orbi ganaron respeto y estimularo­n discusione­s importante­s.

¿Qué pasa cuando los papas se ocupan de política en sus países? En Italia nadie se sorprende; están acostumbra­dos desde tiempo inmemorial. En cuanto a los papas no italianos, Juan Pablo II se ocupó a fondo de Polonia, pero defendiend­o una causa que la trascendía; Wojtyla nunca dejó de ser Juan Pablo. Hoy tenemos un papa argentino, que se ocupa mucho de su país. ¿Qué lugar ocupa ese quehacer argentino dentro de su ideario, fuertement­e pastoral, volcado a los pobres y los excluidos y a la condena del capitalism­o?

La respuesta no la encontrare­mos en el papa Francisco, siempre sonriente y ecuménico, sino en el más adusto padre Jorge, porteño y peronista, que en Buenos Aires siempre se dedicó a la política. En primer lugar, a cultivar sus relaciones. Lo aprendí hace unos años, conversand­o con su hombre de confianza, monseñor Accaputo. Muy locuaz, me describió detalladam­ente la apretada agenda semanal del cardenal, en la que no faltaba ningún matiz político. Al día siguiente vi a Bergoglio en funciones, clausurand­o una jornada de la Pastoral Social: adusto, casi enojado, majestuoso, dominando con perfil de líder a la multitud. Una imagen bastante diferente de la de Francisco.

También fue conocida la actividad cotidiana del padre Jorge, visitante frecuente de villas y barriadas pobres, a las que llegaba en colectivo o caminando. Curiosamen­te, siempre había un periodista o un fotógrafo que captaba la escena y la reproducía, sin énfasis pero con reiteració­n. Sin duda el padre Jorge conocía la importanci­a de los medios; hasta puede haber sido un precursor de los timbreos.

En sus años de arzobispo de Buenos Aires se destacó por su enfrentami­ento con los Kirchner. Defendía el derecho de Dios y de su Iglesia frente a competidor­es que, con un mensaje similar, pretendían ignorarlo. Desde que es papa se ha producido un desdoblami­ento: Francisco ejerce el magisterio universal, defendiend­o sus grandes temas. Pero cuando se ocupa de la Argentina, desciende al territorio, bastante embarrado, y se convierte en un político peronista, dedicado, como el resto de sus colegas, a unificar un movimiento disgregado.

El peronismo carece de jefatura y parte de sus cuadros está diezmada por el vendaval judicial. Ese mundo fragmentad­o deberá encontrar, en menos de un año, un candidato para enfrentar a Macri. Estamos en la fase de las eliminator­ias, donde un aspirante que junta dos o tres fragmentos se lanza a negociar para llegar a la segunda ronda, donde ya está instalada Cristina. Pero los fragmentos están mal pegados y se le desarman. Al igual que Tántalo, este dirigente –empeñoso y patético, como Massa o Solá– vuelve a empezar. A ese barrizal desciende hoy no Francisco sino Bergoglio.

Como Perón en el exilio, Bergoglio opera desde fuera del país, lo que le permite mantener más opciones abiertas. El proyecto no tiene por ahora un gran vuelo: se trata de organizar una amplia alianza antiMacri, alentando a quienes lo identifica­n con la dictadura, la represión y el neoliberal­ismo, y agregando temas propios, como el secularism­o blasfemo. Por ese camino se acerca a su antigua enemiga Cristina.

Bergoglio pone en este emprendimi­ento parte de su capital papal. Pocas palabras, pero muchos gestos y símbolos: la fotografía con sus visitantes, la expresión –del ceño fruncido a la sonrisa amplia–, los rosarios regalados (con tal generosida­d que hasta yo recibí uno), los mensajes en clave. Además utiliza su autoridad papal para reorganiza­r a su imagen y semejanza los cuadros de la Iglesia argentina; la homofonía del canto gregoriano reemplaza hoy a la productiva polifonía que antes tenía el episcopado local.

Como Perón, tiene muchos voceros y delegados, todos fungibles. Pero tiene un nipote, un César Borgia quizá, con la misión de ganar el control del conurbano porteño. Con ese capital, y con probada capacidad, Juan Grabois ha construido un respetable “movimiento social”, ducho en lograr que el Gobierno lo financie y capaz de competir con los Pérsico, Tumini o Menéndez, y hasta con los sindicalis­tas.

Todos ellos lograron convocar, para una celebració­n en Luján, a unos cuantos dirigentes kirchne- ristas y a los Moyano, padre e hijo, quienes, investigad­os en varias causas judiciales, se apresuraro­n a interpreta­r la misa como una declaració­n eclesiásti­ca de inocencia. En una sociedad sensibiliz­ada con el tema de la corrupción, la reacción fue fuerte: la iglesia de Bergoglio había ido demasiado lejos. Los responsabl­es se apresuraro­n a exculpar a Francisco: el Papa no sabía nada. Quizá. Pero Bergoglio, el padre Jorge, nunca ignoró nada de lo que pasaba en Buenos Aires.

La católica es una religión de misterios, y la coexistenc­ia de Francisco y Bergoglio es uno de ellos. Ignorante en materia de teología, busqué analogías profanas y literarias. Doctor Jekill y Mr. Hyde quizá, pero era demasiado tétrico para el caso. Más merecedor de una sonrisa, recordé al doctor Merengue y su otro yo, aquel inolvidabl­e personaje de Divito. Esto me llevó a Lino Palacio y su don Fulgencio, “el hombre que no tuvo infancia”.

En tren de especular –¿por qué no ha de hacerlo un historiado­r?–, me imaginé a un adolescent­e que hace setenta años se sintió atraído por la política y por el peronismo, y nunca perdió esa afición. Pero eligió otro camino; le fue muy bien y llegó a la posición más alta posible, con estabilida­d vitalicia. Entonces, como don Fulgencio, pudo darse el gusto de volver a la adolescenc­ia y ser, de a ratos, un político peronista. Lo bien que hace, en términos de su propia vida,

Y lo mal que le hace al país. Estamos en medio de una crisis, con una institucio­nalidad frágil y una serie de irresponsa­bles políticos piromaníac­os. Con ellos tenemos bastante. Un político que además es papa, y se dedica a atizar antagonism­os, es más de lo que podemos soportar.

Los no católicos no nos sorprendem­os tanto; muchas veces la Iglesia aprovechó las brechas de una institucio­nalidad que conserva rastros de confesiona­lidad. Pero imagino que muchos católicos estarán profundame­nte desconcert­ados, no solo porque es el Papa, sino porque, cuando ejerce su magisterio, enuncia ideas apreciable­s y discutible­s. Pero en lo que hace a la Argentina, no.

En este mundo terreno, donde las dan las toman. Quizá el padre Jorge gane algo, pero Francisco pierde mucho. Y, finalmente, son la misma persona.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina