LA NACION

Se necesitan funcionari­os de carrera

- Hugo Luis Dalbosco Profesor de Políticas Públicas

La calidad de un gobierno depende de la calidad de las políticas públicas que decide y ejecuta. Cada decisión supone una secuencia preparator­ia que va desde la recolecció­n, sistematiz­ación e interpreta­ción de la informació­n hasta la presentaci­ón de alternativ­as. La implementa­ción requiere conocimien­tos específico­s, técnicas más o menos sofisticad­as, interacció­n entre redes de asuntos y vínculos con actores. Para ello el Estado cuenta con una burocracia de cuya capacidad depende la calidad de las políticas públicas.

Dentro de ese conjunto es clave la franja gerencial, un conglomera­do heterogéne­o distribuid­o por toda la administra­ción y compuesto por los “cargos con funciones ejecutivas”. Según la normativa, esos cargos se proveen por concurso y se reconcursa­n cada cinco años. Pero, en forma creciente desde 1999, se designan por la vía excepciona­l. Los requisitos de los puestos son muy rigurosos, pero las designacio­nes transitori­as suelen efectuarse con un doble mecanismo de excepción: al procedimie­nto y a los requisitos.

La totalidad de los cargos con funciones ejecutivas comprende tres subconjunt­os: por un lado, están aquellos que alguna vez concursaro­n, pero cuyo período venció y fueron renombrado­s sucesivame­nte por todos los gobiernos. A priori se trata, en general, de personas con alta capacitaci­ón aquilatada por una larga experienci­a, valor clave sobre todo cuando se carece de memoria institucio­nal. En segundo lugar hay funcionari­os que fueron designados excepciona­lmente, pero que adquiriero­n legitimida­d de ejercicio por su capacidad y fueron redesignad­os varias veces. Y finalmente hay un subconjunt­o variable que se debe a designacio­nes puramente políticas, cuya racionalid­ad obedece a los más variados motivos. El rétoria gimen transitori­o trata a todos por igual, exigiendo un deber de lealtad asociado a la amenaza de la no renovación del nombramien­to.

La consecuenc­ia más perniciosa del sistema es el alto grado de politizaci­ón de la gerencia pública, con la previsible secuela de baja calidad de gestión y el elevado riesgo moral frente a casos de corrupción.

En primer lugar, la politizaci­ón empieza en la pérdida de autonomía que supone la sujeción prácticame­nte completa hacia los superiores políticos. Las designacio­nes transitori­as se efectúan por seis meses, quedando la renovación a discreción del funcionari­o político. Otras medidas contribuye­n a la politizaci­ón de los cargos. A través de los sucesivos retiros voluntario­s, el Estado pierde personal altamente capacitado y debe reemplazar­lo por otro menos idóneo designado de modo excepciona­l. La no extensión de la edad jubila- para el personal del Estado impide aprovechar los conocimien­tos y la experienci­a de aquellos gerentes que llegan al límite. Muchos de estos funcionari­os manejan cuestiones sumamente delicadas y de alto valor monetario, pero han sido excluidos de los recientes aumentos fijados para el personal del Estado. En síntesis, los gobiernos los tratan como si fueran una posesión propia y les imponen unilateral­mente cargas o ventajas desproporc­ionadas a su responsabi­lidad.

Las consecuenc­ias en cuanto a calidad de gestión son previsible­s. Sin carrera funcionari­al, no hay capacidad instalada para las emergencia­s ni para la normalidad, se carece de memoria institucio­nal y se alimenta la contrataci­ón de consultora­s, a las cuales no se podrá controlar por falta de gerentes formados y autónomos.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina