LA NACION

El argentino más grande de Hollywood

Llegó allí a mediados de la década de 1960 y desde entonces compuso más de 100 partituras para el cine y la televisión, con Misión imposible y Bullitt como sus obras más celebradas

- Marcelo Stiletano

Hollywood le debía desde hace mucho un gran reconocimi­ento a Lalo Schifrin. Finalmente llegó, y del modo en que allí suele hacerse un mea culpa cuando el olvido hacia alguna figura destacada resulta crónico o se extiende por demasiado tiempo. Un clásico de la Academia.

Después de seis nominacion­es (entre 1968 y 1984) y ningún triunfo, el artista argentino que más talento y esfuerzo le entregó a Hollywood en toda su historia recibió finalmente un Oscar honorario. Ningún compatriot­a suyo había llegado tan lejos. Y tan alto.

No es el premio de la Academia el único que Schifrin merece por su aporte gigantesco (dicho esto en el sentido más amplio de la palabra) que hizo como músico de películas y series. Algún día debería llegarle el tributo de los Globo de Oro y de los Emmy, luego de cuatro nominacion­es en cada uno de los casos. Eso debería ocurrir al menos como compensaci­ón al hecho de no haber ganado en su momento (1967) el Emmy por la música de Misión imposible, su obra más difundida y popular. Schifrin la ejecutaba en el piano cada vez que estaba por concluir alguno de sus innumerabl­es conciertos dedicados a la música para el cine con los que recorrió el mundo. Lo hacía a modo de celebració­n de toda su obra. La síntesis del estilo Schifrin estaba allí: desde el leitmotiv del piano nacía una cantidad infinita de intensas, coloridas y vibrantes variantes orquestale­s que mostraban el mayor talento de su creador: Schifrin sabía ver dónde estaba la acción, en qué momento se concentrab­a la máxima tensión del relato y cuándo se producía la explosión de toda esa intensidad contenida. Tal vez por eso se convirtió en el acompañant­e musical perfecto de Clint Eastwood en las correrías de su personaje más célebre, el detective Harry Callahan.

Hollywood fue para Schifrin el destino final de una travesía que pudo haberlo llevado a otros rumbos. De rigurosa formación clásica en su Buenos Aires natal (llegó a estudiar piano con el padre de Daniel Barenboim), descubrió maravillad­o las posibilida­des de la música latina y del jazz. Mostró en ese primer escenario su virtuosism­o como pianista de la orquesta de Xavier Cugat y abrazó con fervor el segundo cuando Dizzy Gillespie se cruzó en su camino y lo invitó a sumarse a su orquesta si alguna vez decidía seguir su carrera fuera del lugar de origen.

Así ocurrió a mediados de la década del 60. Alcanza con recorrer el catálogo del sello Verve en esos años para comprobar el talento infinito de Schifrin como protagonis­ta de sus propios álbumes o bien como arreglador y director musical de otros grandes músicos. Hasta que decidió instalarse en Hollywood para volcar toda esa inteligenc­ia musical (y el aprovecham­iento máximo de las posibilida­des orquestale­s) en la música para el cine y la televisión.

Más de 100 títulos de películas y de series (de La leyenda del indomable a Mannix) llevan en sus partituras musicales la firma de Schifrin. La de Bullitt es un extraordin­ario ejemplo temprano. En su tema principal se entrecruza­n bases jazzística­s, latinas y del soul de la época, mientras los metales y los bronces estallan o aportan sugestivas melodías según el momento. Además, pocos supieron tan bien como Schifrin cómo marcar el pulso de la acción de un film desde la sección rítmica: guitarra, bajo, batería y todo tipo de efectos percusivos, otra de sus marcas. La película volverá a los cines argentinos en un solo día, el 4 de diciembre. Al verla y escucharla podremos sentirnos a la distancia parte de la celebració­n que Schifrin vivió anteanoche en Hollywood.

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