LA NACION

DÍAS DE PRECUELAS Y SECUELAS

Gracias a la demanda creciente de más y más contenido que consumir, el atractivo dramático y filosófico de las muertes y despedidas en las ficciones tiende a desaparece­r

- Amanda Hess ThE NEw york TimES

La “era de la secuela” terminó. Vivimos en la “era de la secuela de la secuela”. También en la de la precuela, la reunión, el relanzamie­nto, el reboot, el spinoff y la película autónoma ambientada en el universo de la saga. Las series de TV canceladas vuelven a la vida. Los personajes resucitan. Las películas no comienzan ni terminan, sino que deambulan eternament­e por la pantalla. Además, las redes sociales están pensadas para ver contenido sin parar. Ninguna serie puede descansar en paz: ni Roseanne,

Murphy Brown ni Will & Grace.

La velocidad con que las historias se expanden está superando nuestra capacidad lingüístic­a. “Secuela” no termina de definir a Avengers: Infinity War.

La película es la continuaci­ón de 18 films previos del Universo Cinematogr­áfico de Marvel que, a su vez, se usó para el argumento de la quinta temporada de la serie Agents of Shield. Hace poco, el hombre que creó a los Minions (nacidos de la película Mi villano favorito), amenazó con “reiniciar” Shrek, con los mismos personajes y el mismo reparto: una reproducci­ón espantosa de éxitos taquillero­s del pasado. Mientras tanto, en las pantallas más chicas se fomenta el surgimient­o de máquinas de contenido perpetuo.

¿Acaso la palabra final no solía significar algo en concreto? Los finales les otorgaban un significad­o a las historias y nos daban espacio para reflexiona­r sobre ellas. Además, nos hacían sentir vivos: la historia terminaba, pero nosotros no. Esto era cierto por lo menos desde que la novela reemplazó a la tradición oral. En su ensayo El narrador, Walter Benjamin escribió que el novelista “invita al lector a un entendimie­nto del significad­o de la vida al escribir ‘Fin’”. Y agregaba: “Lo que atrae al lector a la novela es la esperanza de consolar su vida que flaquea al leer sobre una muerte en un libro”. Necesitába­mos que las historias terminaran para darles sentido. Necesitába­mos que los personajes murieran para quedarnos tranquilos.

Actualment­e, la tradición de la novela ha sido reemplazad­a por la del cómic: las narracione­s se extienden indefinida­mente, sus inconsiste­ncias narrativas se disfrazan con superpoder­es, magia y sueños. O quizás ahora cada historia es una telenovela: ningún muerto lo está para siempre, ni siquiera los superhéroe­s víctimas de genocidio en Infinity War. Desde luego, para los encargados de las finanzas de Hollywood, las secuelas son simples extensione­s de su propiedad intelectua­l. Sin embargo, algo más profundo está sucediendo: la lógica de internet lo coloniza todo.

Narración vs. informació­n

Los finales escasean desde hace tiempo. Las noticias de Twitter tienen como precedente los canales de noticias 24 horas del cable. Star Wars debutó en pantalla con la amenaza de una saga de films épicos. Y muchos programas de TV –como Doctor Who– fueron creados para durar. No obstante, nuestro panorama cultural no siempre fue tan infinito.

Las listas de las películas más taquillera­s de las últimas décadas dan cuenta de la erosión constante del final: en los años 80, seis de los veinte films que más dinero recaudaron en los Estados Unidos fueron secuelas. En esta década, 17 de las veinte películas más vistas son secuelas. En la TV, los productore­s están experiment­ando con una nueva frontera del descaro, extrayendo cada vez más contenido de historias olvidadas. Al mismo tiempo, las redes sociales rompen los límites de lo infinito. Lo que Instagram ha denominado “Stories” es un suministro sin fin de imágenes, frases y efectos especiales que no pretende tener progresión alguna. Todo lo que hace es “continuar”.

La narrativa limitada de la novela fue una innovación tanto formal como tecnológic­a. Benjamin era escéptico, y le adjudicó su populariza­ción a la propagació­n de la prensa. Sin embargo, incluso en 1936, un nuevo formato asomaba en el horizonte: la informació­n. Una novela debe terminar porque al libro en algún momento se le acabarán las páginas. No obstante, los flashes radiales y las alertas noticiosas siguen llegando. Como dijo Benjamin: “Casi nada de lo que sucede beneficia a la narrativa; casi todo beneficia a la informació­n”.

Ahora, a la informació­n la llamamos de otra forma: contenido. La arquitectu­ra sin límites de la web ha potenciado su dominio. Las historias se han convertido en datos. Netflix puede encargar una nueva versión de una serie en base a cuántos usuarios vieron la original.

La costumbre de la “maratón” ha acabado con la escasez mediática. El director de Viudas, el británico Steve McQueen, dijo que la llamada era de oro de las series no era más que “relleno”, historias para ocupar espacio. Las redes sociales están menos interesada­s en facilitar el intercambi­o de ideas que en mantener a los usuarios pegados a la aplicación, ingiriendo constantem­ente lo que sale de ahí. El imperativo de la narración ha quedado atrás: reina la permanenci­a.

Para Hollywood, el atractivo es evidente. Para los artistas, puede ser una oportunida­d tentadora. Una serie que se canceló demasiado pronto, sin poder ofrecer un buen final, ahora tendrá la posibilida­d de crearlo: Deadwood concluirá con un telefilm, años después de su salida de HBO. Una ficción que vivió más allá de lo convenient­e –como Gilmore Girls, que tuvo allá por 2007 una decepciona­nte temporada final sin su creadora, Amy Sherman– pudo intentar revivir en Netflix.

¿Qué es lo que obtenemos a cambio de perder los finales? Algo de qué hablar. Una palabra en uso en Silicon Valley (“comunidad”) parece aplicarse cada vez más a nuestras obras culturales. Mientras Mark Zuckerberg nos vende su vehículo publicitar­io moralmente dudoso bajo la bandera de la conectivid­ad, Hollywood recicla sus tediosas secuelas y nuevas versiones con el argumento de que lo hace para complacer a los fanáticos.

La seguridad que brindan los personajes conocidos y una comunidad integrada de fanáticos que comparten referencia­s puede ser más importante que la obra en sí. Las críticas de los medios dan lugar a las teorías de los fanáticos, infinitas en sus posibilida­des, escasas en su relevancia.

Por el camino, la tradición de la fan fiction que supo proliferar en internet ahora se ha profesiona­lizado por completo. Eso pasó primero literalmen­te (50 sombras de Grey comenzó como una ficción erótica inspirada en Crepúsculo) y luego espiritual­mente: los fanáticos solían tener espacio para hacer sus propias historias, pero ahora los creadores están retomando el poder. La figura del autor también ha regresado de entre los muertos.

Mientras J. K. Rowling recuenta el pasado del universo Harry Potter en la serie de películas de Animales fantástico­s, también tiene una gran presencia en Twitter, donde recalibra su historia y sus reglas diciéndole­s a los fanáticos cuáles interpreta­ciones de sus obras son aceptables (Dumbledore era homosexual) y cuáles no lo son (Jeremy Corbyn no es Dumbledore). La narrativa se somete a las ideas que al autor se le ocurren después de “terminar” sus historias.

Por su parte, los regresos de las series de televisión no parecen motivados por oportunida­des narrativas, sino proyectos que mezclan sumisament­e el contenido original con entornos de actualidad. Las imágenes de Grace Adler, de Will & Grace, remodeland­o el Salón Oval de Trump no proporcion­a ni la satisfacci­ón de la introspecc­ión ni el consuelo de la nostalgia. En el peor de los casos, apenas brinda momentos perturbado­res. Como muñecos o figuras de cera, estos objetos reanimados ofrecen una experienci­a casi real, pero no del todo. Eso solo le funciona a David Lynch y a nadie más.

Por estos días, incluso nuestras fantasías culturales sobre el final con mayúsculas están mutando. En su obra El sentido de un final, el crítico Frank Kermode escribió sobre la relación entre los finales en la literatura, las muertes de los personajes y la antigua fascinació­n humana con las fantasías apocalípti­cas.

Así como la novela le impone una estructura a la experienci­a humana, la especulaci­ón sobre un apocalipsi­s inminente busca que un patrón encaje en toda la historia. Sin embargo, ahora nuestros lamentos irónicos en Twitter unen las metáforas del fin del mundo con otras que sugieren que el tiempo ha implosiona­do: “Vivimos en el más estúpido de los mundos posibles”.

Por lo menos este artículo sí tiene fin.

 ??  ?? En Avengers: Infinity War, el villano Thanos decide eliminar a la mitad de la población de la Tierra, incluyendo a sus superhéroe­s (sabemos que revivirán)
En Avengers: Infinity War, el villano Thanos decide eliminar a la mitad de la población de la Tierra, incluyendo a sus superhéroe­s (sabemos que revivirán)
 ??  ?? Doctor Who, la serie británica con medio siglo en pantalla
Doctor Who, la serie británica con medio siglo en pantalla
 ??  ?? En Animales fantástico­s, el pasado es presente
En Animales fantástico­s, el pasado es presente
 ??  ?? Will & Grace se despidió, para luego volver
Will & Grace se despidió, para luego volver

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