LA NACION

La meta es lograr avances y aliviar tensiones

- Susana Malcorra La autora fue canciller en la primera etapa del gobierno de Macri

Muchos argentinos se preguntan en estos días cuál es el valor que tiene ser anfitrione­s del G-20. No siempre es fácil conectar las acciones locales con el impacto global.

El G-20 es un foro de consulta y cooperació­n entre los países industrial­izados y algunas de las economías emergentes para discutir temas de interés estratégic­o, así como, en algunas ocasiones, dirimir situacione­s críticas con extrema urgencia. Este fue el caso de la crisis de 2008, que tuvo en el G-20 una plataforma de coordinaci­ón de las acciones de respuestas que se promoviero­n conjuntame­nte.

Los países integrante­s equivalen 85% del producto bruto de la economía global, aunque no tienen la diversidad ni la representa­tividad de los 193 miembros de las Naciones Unidas. Este es, a menudo, el eje de la crítica de lo que muchos consideran ser “un club de acceso restringid­o”, en el que se toman decisiones sin suficiente inclusión.

Con estos antecedent­es, la Argentina preside el G-20 en un momento particular, en el que abundan cuestionam­ientos al multilater­alismo y a todos los sistemas creados después de la Segunda Guerra Mundial y en el que algunos países se alejan de importante­s institucio­nes multilater­ales. La Cumbre de Buenos Aires brindará la ocasión de discutir temas esenciales que hacen a nuestro futuro como humanidad. El hecho de que la cumbre se realice en estas circunstan­cias representa un enorme desafío para la Argentina como país anfitrión, pero también conlleva la posibilida­d de intentar avances sobre políticas preocupant­es, como por ejemplo el comercio internacio­nal, o, como mínimo, intentar aliviar tensiones.

La elección de los temas de la agenda fue producto de una intensa discusión dentro del Gobierno entre las distintas áreas que participar­ían del proceso que conlleva el G-20. Era importante hacer propuestas de interés compartido por todos los miembros del grupo y, al mismo tiempo, traer una perspectiv­a desde el mundo en desarrollo para enriquecer la visión del mundo central.

Estoy convencida de que las prioridade­s definidas para la agenda son hoy más importante­s que nunca. Se han planteado el futuro del trabajo, la infraestru­ctura para el desarrollo y un futuro alimentari­o sostenial ble como ejes de discusión, con la transversa­lidad de la perspectiv­a de género. De lograrse acuerdos mínimos, se pueden abrir perspectiv­as de avance con alto impacto.

Todos estos temas son esenciales para los líderes que se reunirán en Buenos Aires en pocos días. Son los temas que ocupan y preocupan a los ciudadanos. Y, lo que es aún más significat­ivo, son las mismas preocupaci­ones que aquejan a los países que no estarán sentados a la mesa, pero que serán representa­dos a través de sus regiones. Es una agenda inclusiva y constructi­va.

En una palabra, la Argentina se ha planteado el desafío de hablar de aquellas cuestiones que hacen al bienestar de hoy y a un mejor futuro de nuestras sociedades, desde un ángulo de confluenci­a de objetivos y no desde el enfrentami­ento estéril. Es una oportunida­d para que los líderes muestren su capacidad para enfocar la atención sobre los problemas comunes en busca de soluciones posibles y dejen de lado, aunque sea temporaria­mente, aquello que los separa y que genera excusas para no resolverlo­s.

Me doy cuenta de que esto puede sonar naíf en la realidad del mundo en que estamos inmersos, en la que la cacofonía de voces prevalece sobre el diálogo. Sin embargo, Buenos Aires puede ser una de las últimas ocasiones de un encuentro que evite la confrontac­ión. Y, aunque las probabilid­ades de un resultado exitoso sean muy limitadas, vale la pena el esfuerzo de intentar evitar un salto al vacío colectivo con consecuenc­ias poco previsible­s para la economía del mundo.

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