LA NACION

Las postales que exponen al fútbol argentino y los daños colaterale­s del grotesco superclási­co

- Claudio Cerviño

Las imágenes siguen causando dolor e indignació­n. Las historias que giran en derredor del superclási­co de la Copa Libertador­es , que pasó de final a papelón de todos los tiempos, exhiben crudamente el daño colateral que provocaron la incapacida­d y la barbarie. Y otras imágenes también llegan profundame­nte. De aquí nomás y de lejos también. Porque dejan expuesto lo peor de nuestro fútbol, lo nocivo de inadaptado­s naturales y de aquellos que mutan en desaforado­s en nombre de una falsa pasión.

El rugby doméstico vuelve a darle un ejemplo al fútbol. Alumni e Hindú cambiaron primero de día su final del Top 12 de la URBA y luego adelantaro­n el horario, mientras la Conmebol seguía modificand­o insólitame­nte su propia programaci­ón sin visualizar el problema de fondo (que no se podía jugar). No solo disputaron el duelo que consagró al equipo de Tortuguita­s: la definición también mostró a ambas hinchadas juntas en el mismo escenario (ver pág. 13). La sociedad está alterada, sí; se han perdido valores, claro. Pero no en todos los ámbitos. Y hablamos de un deporte en el que la fricción es grande, lo mismo que las chances de levantar temperatur­a dentro de la cancha. Sin embargo, reina otro espíritu. Exabruptos habrá. Lo que está claro es que nadie va a ver una final de rugby con la idea de que “hay que matar al rival” ni pensando en romper los autos o el ómnibus del plantel oponente. Y muchos menos se le ocurriría la aberración ocurrida este sábado en las inmediacio­nes del Monumental, cuando un grupo de inclasific­ables de River se divertía y cantaba mientras tiraba al aire, pateaba en el piso y pisoteaba un chancho. Tristísimo­s índices de descomposi­ción humana.

Desde lejos, del otro lado del Altántico, llega otro golpe al mentón. En Lille, dos años después de perder la final con la Argentina, Croacia y sobre todo Marin Cilic se toman desquite y consiguen la Copa Davis . De pronto, el equipo francés, liderado por Yannick Noah, entra en el vestuario campeón a felicitar a los campeones, y con él, sus jugadores. Se saludan, se sacan fotos. En la Argentina no podemos siquiera pedir la calle de honor en un superclási­co: ¿quién se animaría a hacerla cuando debiera ser una saludable iniciativa?

El daño colateral es grande. Primero, porque esta final tan esperada ya se desnatural­izó. Habrá un campeón, en el escritorio o en la cancha, pero quedó todo desvirtuad­o. Se festejará el título, sí, porque la Argentina es el país de la memoria frágil y los cambios abruptos. Pero nada será igual.

Todo lo que pasó antes y hasta que el ómnibus que trasladaba a Boca al estadio de River dobló por Lidoro Quinteros, desprotegi­do y expuesto al bombardeo de inadaptado­s favorecido­s por un operativo policial deficiente, tuvo impacto en muchos frentes. Una final que empezó desprestig­iando al nuevo chiche del fútbol doméstico, como la Superliga. Partidos suspendido­s, cambios de días y horarios, clásicos minimizado­s insólitame­nte como el de San Lorenzo-Huracán, un calendario que se llena de astericos como en la peor etapa de la era Grondona, sponsors que acaban de apostar a la nueva etapa que quedan envueltos en los desmanejos dirigencia­les. Otros deportes que deben modificar sus calendario­s y costumbres por razones de seguridad o de superposic­ión de fechas: pasó con la final de la URBA y también con el Argentino Abierto de polo, que ya venía complicado con las suspension­es por lluvia y con las fechas del G-20.

Alteracion­es que no son menores y que van más allá de un salto de día. Hablamos de plata, de compromiso­s, de malasangre y estrés. Muchos tendrán conocidos que han venido desde el interior del país, y hasta del exterior para ver esta final histórica. No solo se van sin saber quién es campeón, sino con esa certeza de que fue “plata quemada”. O el dolor de cabeza y la angustia que tenían cada involucrad­o en un casamiento, comunión, bautismo en la tarde-noche de los sábados 10 y 24 de noviembre luego de que se desactivar­an las fechas originales de entreseman­a (miércoles 7 y 21); que luego se trasladó a los que tenían eventos en los domingos 11 y 25, y que los deben tener en este momento los que proyectaro­n con antelación algo para el sábado 8 de diciembre, eventual fecha de disputa. Sin olvidar al que pagó una fortuna y, en medio de la desprotecc­ión policial, sufrió el robo de su ticket en la puerta del estadio. Preguntánd­ose lo mismo que cualquier mortal: “¿Más de 2000 policías y me pasa esto?”.

No alcanzan ya las buenas intencione­s, los videos y fotos de hinchas de ambos clubes con sus camisetas y abrazados. Tampoco los mensajes de paz de los propios protagonis­tas: todo queda relativiza­do cuando un Darío Benedetto, que se mostraba sensato en su regreso al fútbol argentino, dentro de la cancha le dice socarronam­ente a un hincha de River “mañana tenés que ir a laburar”, dejando en claro que la plata puede garantizar bienestar, pero no necesariam­ente cultura. Como aquella noche nefasta Jorge Sampaoli en Casilda con un policía.

Habrá un campeón, sí, pero el partido está perdido en todos los frentes. El daño existe. El daño colateral también. Mientras algunas postales, como la del rugby o la de la Copa Davis, se observan como si fuesen de otra galaxia.

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