LA NACION

Prótesis mamarias: aún dan batalla judicial muchas mujeres

Hace más de ocho años que se lanzó la primera alerta mundial del uso de gel de silicona no homologado para uso médico; largos procesos y débiles controles

- Maia Jastreblan­sky e Iván Ruiz

El 30 de marzo de 2010 sonó a nivel mundial la primera alerta sobre las prótesis mamarias de la marca francesa Poly Implant Prothèse (PIP), rellenas con gel de silicona no homologado para uso médico. Esta adulteraci­ón –para abaratar costos– derivó en un escándalo global: las prótesis fueron prohibidas y hubo una catarata de demandas en distintos países. El fabricante de la marca terminó en la cárcel.

En la Argentina la batalla judicial de las mujeres damnificad­as por las PIP sigue abierta, a más de ocho años del suceso que dejó al desnudo las debilidade­s de los controles sanitarios en el país. Muchas pacientes vieron estallar los implantes en sus cuerpos. Unas 300 damnificad­as ya recibieron un primer resarcimie­nto y esperan una indemnizac­ión. Otras aún tramitan los papeles para sumarse a la demanda mundial.

Hasta la primera alerta, a la Argentina habían ingresado 13.500 prótesis PIP defectuosa­s, según datos brindados por la Administra­ción Nacional de Medicament­os, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat).

Sin embargo, nunca se pudo saber cuántas fueron implantada­s en mujeres argentinas. “En ese momento no había trazabilid­ad de las prótesis, y la Anmat no pudo identifica­rlas porque las mujeres no tenían el sticker de la marca en la mayoría de los casos”, advierte la abogada Virginia Luna, que representa a 1500 damnificad­as en la demanda judicial colectiva iniciada en la Argentina y en Francia. Ella misma es una damnificad­a.

La Anmat prohibió la comerciali­zación y le ordenó a la importador­a autorizada, Pro Estetica SA, retirar el remanente que había en el mercado y monitorear a la población implantada. Pero las damnificad­as quedaron desam- paradas. “Cerró la empresa y no se pudo encontrar a nadie, ni recuperar los papeles de a quién se las habían vendido”, dijo Luna.

“Me enteré del escándalo por televisión, en 2010. Enseguida recordé que mis prótesis eran PIP, pero no encontré los stickers. La realidad es que el sticker tiene el tamaño de un papel de caramelo, no se puede depender de eso. Estuve varios años sin encontrarl­os, desesperad­a”, recuerda María Laura Román, rosarina y profesora de inglés de 48 años. En 2012, estando embarazada, una de las prótesis explotó y el material se extendió por su axila derecha.

Zonas oscuras

Hoy, el sistema de controles sobre implantes, prótesis y otros dispositiv­os médicos sigue teniendo zonas oscuras. Y es un problema global. Así lo revela la investigac­ión The Implant Files impulsada por el Consorcio Internacio­nal de Periodista­s de Investigac­ión (ICIJ). Por la Argentina, participan la nacion, Infobae y Perfil. El trabajo revela las fallas de las agencias sanitarias a escala global y analiza más de 8 millones de documentos sobre eventos adversos en la salud.

Según el análisis de ICIJ en base a los datos sobre eventos adversos de la Administra­ción de Alimentos y Medicament­os de los Estados Unidos (FDA), la cifra de lesiones vinculadas con implantes mamarios pasó de 200 en 2016 a más de 4500 en 2017 y 8200 avisos en el primer semestre de 2018.

El aumento súbito de reportes no significa que los implantes mamarios se hayan convertido en poco seguros. Lo que ocurre es que, durante años, la FDA le permitió a las fabricante­s informar las rupturas de las prótesis como eventos de rutina que no requerían ser difundidos a la opinión pública.

“La silicona adulterada formó ganglios en la axila y luego se me fue a los brazos. Tenía desparrama­da la silicona en mi cuerpo. Es- tuve muy mal, deprimida, hasta el punto de que me quise quitar la vida”, recuerda Graciela Fernández, un ama de casa de 61 años de Mataderos cuyo cirujano, tras el escándalo, negó haberla operado.

La Anmat emitió un primer comunicado sobre las PIP el 1° de abril de 2010 informando que había una alerta de la Agencia Sanitaria de Francia. Pedía que a la población y a los médicos que “se abstengan de usarlas” mientras analizaba la situación. Cuando la agencia francesa inspeccion­ó la planta de fabricació­n constató que la mayoría de los implantes producidos desde 2001 habían sido elaborados con un gel de silicona no homologado.

Una semana después del episodio en Francia, la Anmat prohibió la importació­n, comerciali­zación y el uso de las PIP. Por la disposició­n 1510/10, dispuso su retiro del mercado, y sugirió la consulta médica.

Gabriela Albela, otra damnificad­a por los implantes PIP, analizó: “Al estar autorizado­s afuera no los controlaro­n en la Argentina. Esa fue la falla mayor. Porque no podés confiar en que al estar homologado en otro país, podés recibirlo en este. Si no, podés ser el basurero del mundo”.

Para Luna, “la Anmat tuvo un rol tibio y dejó en manos de los médicos contactars­e con las pacientes”. “Solo en el 5% de los casos los médicos comenzaron a llamar a sus pacientes. Pero en la gran mayoría se enteraron por los medios, y tuvieron que empezar a averiguar y reclamar”, manifestó.

Según un informe del National Health Service, el servicio de salud británico, los implantes PIP tenían una tasa de ruptura y escape de gel más elevado –de 2 a 6 veces– que otros implantes en los cinco años siguientes a su implantaci­ón.

En 2013, la Anmat dictó la resolución 727 que obligó a las importador­as a tener una trazabilid­ad de los dispositiv­os. Ocho tipos de implantes –los del sistema nervioso central, de columna, de mamas, auditivos, intraocula­res, o las prótesis de cadera o rodilla– deben contar con un juego de tres tarjetas de implante: una para la empresa importador­a, otra para la historia clínica y la tercera para el paciente.

Además, para autorizar prótesis importadas, se solicitan otros requisitos. “El tema del control queda más en manos de la importador­a que de la Anmat. Si bien inspeccion­a eventualme­nte, se fija que la importador­a tenga la documentac­ión respaldato­ria y chequea papeles, pero no calidad”, advierte Luna.

Cuando a Luna se le fisuró una de sus prótesis consultó a su médico, pero no obtuvo respuesta. Buscó el sticker y comenzó un largo camino de reclamos judiciales. En contacto con otras damnificad­as en 2011 inició una demanda colectiva en la Argentina y en Francia.

Llegó a representa­r a 1500 argentinas con prótesis PIP, que integran el Grupo 2 y Grupo 3, dentro de las 20.000 mujeres del mundo que demandaron a la empresa francesa –que se declaró en quiebra– y a la certificad­ora alemana TÜV Rheinland. El fundador de la marca PIP, Jean-Claude Mas, fue condenado en 2016 a cuatro años de cárcel.

La causa en la Argentina, por ser el denunciand­o un extranjero, no tuvo grandes avances. Pero el proceso contra la certificad­ora alemana avanzó y unas 300 damnificad­as argentinas ya cobraron una indemnizac­ión provisoria de entre 1500 y 3000 euros, a cuenta del monto que fije la sentencia definitiva. González y Albella fueron parte de este grupo.

Con la colaboraci­ón de Ricardo Brom

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