LA NACION

Un primer paso hacia el fin de los privilegio­s y las desigualda­des

- Hernán Cappiello

La Corte dio ayer un mensaje: si la Justicia quiere reconcilia­rse con la sociedad debe eliminar sus privilegio­s.

El fallo que obliga a pagar el impuesto a las ganancias a los jueces que lleguen a la magistratu­ra desde el propio Poder Judicial no es fundamenta­l por su impacto económico, sino por su implicanci­a simbólica y porque abre las puertas de una negociació­n a largo plazo para que todos los jueces, fiscales, magistrado­s y funcionari­os tributen el impuesto a las ganancias.

En 2016, a instancias del Gobierno y con el impulso de Pablo Tonelli, el Congreso aprobó una ley que obliga a pagar impuesto a las ganancias a los jueces que sean elegidos desde 2017 en adelante.

Así comenzaron a pagar los nuevos jueces que venían de la calle, de ejercer la profesión de abogados. Pero los jueces que ya estaban en la nómina del Poder Judicial como secretario­s presentaro­n un recurso de amparo para no pagar, porque ya no lo estaban haciendo. La Justicia les dio la razón.

Hasta ayer, pues, la Corte con su sentencia obliga a pagar el impuesto a estos 90 funcionari­os judiciales nombrados después de 2017 y que ya estaban en el Poder Judicial. Lo que se recaudará son unos 4.500.000 pesos al mes, aproximada­mente. No más. Por ahora.

Sin embargo, la importanci­a de la decisión de la Corte es que plantea una equidad con el resto de los contribuye­ntes que no visten toga y con los funcionari­os judiciales que llegaron al Poder Judicial desde la calle, ejerciendo la profesión de abogados.

Hoy son solo 12 los jueces que no provienen del Poder Judicial, sino de la profesión, que llegaron por

concurso a la judicatura, los que pagan el impuesto a las ganancias. Hasta ayer los magistrado­s que eran secretario­s y ascendían a jueces, por ejemplo, estaban exentos de ese impuesto que pesa sobre los salarios. El fallo de la Corte Suprema vino a componer esa desigualda­d y hoy todo ellos deben tributar.

La otra consecuenc­ia de esta sentencia, que fue dictada por unanimidad por los miembros del tribunal, es que abre una etapa de negociació­n para que todos los jueces, los nuevos y los viejos, paguen el impuesto a las ganancias.

Aún quedan sin pagar los jueces, fiscales, defensores, funcionari­os y magistrado­s que fueron nombrados antes de 2017. De los 19.600 empleados judiciales, los alcanzados por este impuesto –en caso de que se generalice su aplicación- serían unos 1600.

La Asociación de Magistrado­s había presentado el recurso de amparo que la Corte Suprema hizo caer ayer. El gremio de los jueces sabía que iba a perder cinco a cero y está dispuesto a negociar la letra chica de una reglamenta­ción para minimizar los alcances de este fallo, que abre un rumbo en el blindaje que tenían los jueces para sus salarios, pues alegan que su intangibil­idad es garantía de su independen­cia.

El Gobierno prevé dos escenarios de negociació­n: la propia causa judicial o una comisión tripartita entre jueces, Poder Ejecutivo y legislador­es. Cualquiera que sea el escenario, la condición para la negociació­n es que la solución no se vaya a judicializ­ar, porque se trataría de un cuento de nunca acabar.

Lo ideal es que el Poder Judicial se autorregul­e con una acordada de la Corte que establezca sobre qué conceptos se aplica el tributo (sueldo básico, antigüedad, etcétera), pues ese camino obturaría la posibilida­d de que los magistrado­s sigan reclamando en los tribunales.

La intención del Gobierno y del radicalism­o en el Congreso es que los jueces tributen sobre los porcentaje­s de aumento, de modo que con el paso del tiempo la pérdida que implica en el salario se licue. Algunos jueces están de acuerdo con esta iniciativa.

Para la sociedad fue fundamenta­l que la Corte fallara por unanimidad, pues así dio un mensaje claro de que se empezaron a terminar los privilegio­s y las desigualda­des.

Pero para el interior del Poder Judicial fue mucho más relevante la unanimidad de los magistrado­s, ya que a pesar de sus diferencia­s, dieron una señal inequívoca de que establecie­ron una nueva política de fondo para uno de los poderes del Estado.

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