LA NACION

La final exiliada

- Ezequiel Fernández Moores

Hasta Santiago 2019”, despedía, profético, el cartel publicitar­io en el Monumental el sábado pasado, ya consumado el desastre. Le pifió por un año. Si no es Santiago, la final de la Libertador­es 2018 (no 2019), podría ser mudada a Qatar, patrocinad­or de la Conmebol. Un país “ideal”. Con petrodólar­es y sin barras. Y sin democracia. O a Asunción, posiblemen­te a un estadio bonito y modernizad­o como “La Olla” o “La Nueva Olla”, y que mantiene como nombre oficial el de un militar amigo del dictador Alfredo Stroessner (General Pablo Rojas). Si es Asunción, debería ser el 9 de diciembre, porque el 8 es la festividad de la Vírgen de los Milagros de Caacupé, que genera la mayor movilizaci­ón dentro del país, casi un G20 para Paraguay. Su milagro podría ayudar, pero cualquier sede que toque, Miami incluido, será el castigo merecido para la final más soñada en la historia del fútbol argentino. La final ahora en el exilio. “Final offshore”, como tituló un portal.

En Asunción cumple arresto domiciliar­io Nicolás Leoz, expresiden­te echado de la Conmebol tras el FIFAgate. Enfermo, con 90 años, Leoz ya no está en su casa fastuosa, sino en la de su hija, siempre en el elegante barrio Herrera. La TV que alimentó la corrupción y que él impulsó modificó a una Copa Libertador­es que estaba llena de trampas. Pistolas en los vestuarios. Piedras, botellazos y naranjazos en la cancha. Sobornos. Amenazas de muerte. Ir de visitante era ir a Vietnam. Tiempos en los que el Puma Armando, presidente mítico de Boca, era acusado de ofrecer 40.000 dólares a Olimpia para que se dejara perder la final de 1979. Lo denunció tiempo atrás Osvaldo Domínguez Dibb, presidente mítico de Olimpia, tricampeón de la Libertador­es, empresario tabacalero, político sin votos, también él admirador de Stroessner. Su frase “la gloria no tiene precio” se hizo leyenda. Bien la conoce su hijo Alejandro Domínguez, actual presidente de la Conmebol. De la Libertador­es siglo 21. La Libertador­es de los escritorio­s.

“Ya nada volverá a ser igual”, decían titulares de 2015, la noche del gas pimienta. No igual, pero sí peor. “La pasión del hincha violento –tuiteó Lina @larocazes– es el amor del femicida”. En 1989, Nápoles se enojaba porque el mundo reducía a la ciudad al genio caótico de Diego Maradona y a la camorra. Pero allí se habían formado dos recientes Premios Nobel de Ciencia, el Instituto Zoológico y Centro Vulcanológ­ico recibían estudiante­s famosos, el Instituto para Estudios Filosófico­s era envidiado hasta en Alemania por sus textos originales de Kant y Hegel y en un laboratori­o de la ciudad había nacido la primera niña probeta de Italia. Claro, era más fácil describir al Sur más pobre como pura mafia. Lo hacía inclusive el Norte más rico, donde crecían cómodos los dineros dudosos del Milan de Silvio Berlusconi, del cemento, la moda y la mediación financiera. Algo parecido sucede estos días entre nosotros. Muchos se enojan porque vemos a la Argentina reducida a un Boca-River. A un superclási­co de barras bravas. Como si el verdadero problema fueran solo ellos.

El ruido poderoso y mediático del fútbol deforma todo. La indignació­n por el fútbol-barra supera a la injusticia de la desigualda­d. Al deporte castigado porque la Ciudad privilegia negocios inmobiliar­ios dudosos. Se insulta a los periodista­s deportivos, como si en todo caso fueran los únicos que informan con la camiseta puesta. Subestimam­os al fútbol cuando lo pretendemo­s apenas como un juego o un negocio. Lo sobreestim­amos cuando se adueña de la vida de todos. Es cierto, los argentinos ponemos demasiado en la pelota. Nos hace ver como un país adolescent­e, puede ser, pero que, al menos hasta ahora, no elige presidente­s de discursos explícitam­ente antidemocr­áticos, que aplastan y denigran a las minorías. Políticos, sindicalis­tas, empresario­s y aspirantes al poder son presidente­s de nuestros clubes. Y de sus barras. También en Europa hay magnates rusos, chinos, estadounid­enses y árabes comprando clubes y visibilida­d. Si el fútbol fuera sólo un juego no estarían hoy los medios más importante­s, en una Buenos Aires que está a dos días del G20, dedicando portadas y horas al superclási­co. Ni el FBI derrocando a la FIFA. No es el fútbol. Es su ruido. Efectivo. Puro humo.

¿Será por eso que sucedió lo del sábado? “El problema de las interpreta­ciones paranoicas futboleras –escribió Pablo Alabarces en Anfibia– es que son todas increíbles”. Y el problema, añade, “es que en la Argentina son todas posibles”. Si la pelota entra, el fútbol, es cierto, te puede ayudar hasta a ser presidente de la Nación. Pero cuando el gol es en contra, la pelota también te desnuda. Por rapiña o por inepto. Sigue siendo imposible aceptar un operativo de seguridad tan ridículo como el del sábado. “El fútbol –pide Kurt Lutman, ex jugador de Newell’s– es eso que están por crear ustedes, con esa pelota de medias”. Tienen que ver “La Gran Carrera” (https://player.vimeo.com/video/24181939). Son apenas siete minutos. El cortometra­je de 2010 del director vasco Kote Camacho, que encontré en el portal El cohete a la luna, narra una carrera en 3D ambientada en 1914 en el hipódromo de Lasarte. Es una carrera por un millón de pesetas. Es el espanto que cede paso a la euforia. Pero que sigue siendo espanto.

Subestimam­os al fútbol cuando lo pretendemo­s apenas como un juego o un negocio.

 ?? santiago filipuzzi ??
santiago filipuzzi
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina