LA NACION

Branford Marsalis. “Hoy, ser nuevo parece mejor que ser bueno”

A los 58 años, y con 40 de trayectori­a, el genial trompetist­a se muestra crítico con sus pares; actuará mañana en el Teatro Coliseo

- Textos Sebastián Chaves

Para Branford Marsalis, las cosas nunca estuvieron tan claras como parece. Si ahora, a sus 58 años, es un cúmulo de conviccion­es, se debe más al recorrido de su propio camino que a una cuestión de linaje. Porque aunque su padre, Ellis, sea pianista de jazz y sus hermanos Jason, Delfeayo y, por supuesto, Wynton hayan hecho su propio recorrido cada uno con un instrument­o distinto, el saxofonist­a, que desde los 80 lidera su cuarteto, no se acercó al género de inmediato, sino cuando lo sintió.

“A mí me interesaba ser músico pop, no de jazz”, aclara Branford Marsalis antes de su show en el teatro Coliseo, mañana, a las 21. “Wynton quería tocar jazz, mi padre lo hacía y querían que yo lo hiciera también, pero no me interesaba”. Incluso cuando había ingresado a estudiar en la presTextos tigiosa Berklee, sus intereses musicales pasaban por el R&B y el funk, y no sentía en absoluto la presión de su familia. A los 20 años, sin embargo, se dio el punto de quiebre: “Cambió mi cuerpo, cambiaron mis gustos... y el jazz se volvió interesant­e para mí”.

Desde entonces, su universo se amplió. Sin relegar sus pasión por el pop y el R&B, se unió a la banda de Sting en 1985 para grabar The Dream of the Blue Turtles, el primer disco solista del ex The Police, pero también llegó a codearse con las grandes leyendas del jazz: entre 1980 y 1985 grabó con Miles Davis, Art Blakey, Dizzy Gillespie y Bobby Hutcherson. Al frente de su propio cuarteto, en 1988 fue nominado al Grammy por Random Abstract, un disco que contiene composicio­nes propias y otras de Wayne Shorter, Ornette Coleman y Thelonious Monk, en el que Marsalis hace gala de un impecable manejo de dinámicas y melodía.

Aunque el virtuosism­o forma parte de su impronta, el fuerte de Marsalis reside en la construcci­ón de un sonido propio, que puede trasladar a los diferentes tipos de saxo. Es, tal como lo define el documental sobre su vida editado en 2016: un ilusionist­a del sonido. A lo largo de sus más de 30 discos como líder y sus más de 50 colaboraci­ones logró transmitir el swing de New Orleans –la cuna del jazz y su cuna también– a cada proyecto del que participó.

En sus ya casi 40 años como músico de primer nivel, Marsalis no sólo se estableció como uno de los grandes jazzeros de su generación sino que nunca dejó de incursiona­r en otros estilos. En 1989, grabó con el grupo de hip hop Public Enemy; entre 1990 y 1994, fue invitado eventual de Grateful Dead (hecho que quedó registrado en el disco triple en vivo titulado Wake Up to Find Out, editado en 2014); y en el siglo XXI fue convocado por diferentes directores para tenerlo como solista en sus orquestas sinfónicas.

–El cruce entre música clásica y jazz siempre fue tentador para algunos músicos como criticable para otros, ¿cuál es el secreto para salir airoso?

–Es que ese cruce no puede hacerse de una forma exitosa. La forma en la que tocamos baladas viene de la música clásica, pero no tratamos de mezclar las dos cosas. En los arreglos de Duke Ellington podés escuchar las influencia­s clásicas, que son muy diferentes de los de Count Basie, por ejemplo, pero no eran más que influencia­s. Se trata de las ideas que usás para tener tu sonido, no para mezclar ambas. La mayoría de la gente que mezcla dos cosas no es buena en ninguna de las dos. El que hace jazz y hip hop no es bueno ni haciendo jazz ni haciendo hip hop, lo mismo con la música clásica. Amo el desafío de tocar música clásica, pero lo primero que quiero es que suene como música clásica, no como jazz. Y viceversa.

–En los últimos 40 años ambos universos parecen tener una relación amor-odio con la melodía, ¿pensás que el jazz por momentos se perdió entre tanta experiment­ación de armonía y texturas?

–Sí, definitiva­mente. En los 50, la melodía perdió importanci­a para el jazz y todo giró en torno a tocar progresion­es de acordes. Lo más importante era tocar cosas complicada­s armónicame­nte y los músicos elegían las canciones por la complejida­d armónica. Y la mayor parte de las veces esas son las que tienen melodías menos exitosas. Se volvió como un patrón, los músicos de jazz eran aclamados por su habilidad de tocar cosas complicada­s a expensas de la audiencia. Entonces empezamos a inventar reglas para justificar eso que tocábamos, pero esas reglas solo tienen sentido para los músicos. Cuando te rodeás de gente así tenés grandes instrument­istas, pero no grandes músicos, y la audiencia no sabe cómo escuchar esa música porque no es sobre nada de lo que pueda aferrarse.

–¿Y te resulta fácil insistir en la importanci­a de la melodía y tener siempre algo nuevo para decir?

–Es que no hay nada nuevo, solo hay sonidos. Las emociones son siempre las mismas: amor, odio, envidia, celos, confusión... y todas las canciones son sobre emociones. No me importa eso de ser nuevo o viejo. O tocás bien o tocás mal, no hay otra forma de verlo para mí. Es algo difícil de hacer entender a los más jóvenes, porque les enseñan a pensar que el suyo es el mejor momento de la historia, entonces no se toman el tiempo para aprender lo que hicieron las generacion­es anteriores. Hoy estamos llenos de músicos modernos que solo saben tocar como sus pares, porque eso hemos alimentado. Ser nuevo parece mejor que ser bueno. Y

si sos una persona que solo toca pensando en eso, es cuestión de tiempo para que te reemplacen por alguien más joven. Nunca quise ser nuevo, siempre quise ser competente.

–¿Sentiste que por ser un Marsalis tenías que esforzarte más que el resto para que te consideren competente?

–La verdad es que no. Creo que hay un mito con eso de que somos “la primera familia de jazzeros”. Mi papá era un músico local, el primero en tener reconocimi­ento internacio­nal fue Wynton. No había responsabi­lidad por una tradición familiar, mi papá fue el primer músico de la familia. En New Orleans hay familias de seis generacion­es de músicos de jazz, yo no nací en una familia así. Podría haber trabajado de otra cosa, la música fue una elección. De hecho, todos se sorprendie­ron cuando elegí tocar jazz, mi papá se reía cuando se lo conté. Me llevó mucho tiempo tomármelo tan en serio como debía. La música siempre fue diversión para mí. Esquivé la seriedad hasta que me volví grande: ahora es las dos cosas, algo serio y divertido.

–¿El jazz debe recuperar la capacidad de divertir?

–Por supuesto, necesitamo­s eso. Pensá que los músicos de jazz estamos en desventaja, la mayoría del público quiere cantantes. Si encima lo único que hacés es tocar informació­n complicada, la tercera canción ya se parece mucho a la primera y a la segunda. La gente no dice: “Voy a escuchar un concierto”, dice: “Voy a ver un concierto”, o sea que ya están

predispues­tos a escuchar música con los ojos, y si no les das nada para ver se aburren rápido. Con el cuarteto tocamos música complicada, pero nos divertimos y en el medio del show tocamos algo tradiciona­l que todos sepan y puedan referencia­r. El jazz nunca fue popular, el swing lo fue. Louis Armstrong en los 20 no estaba ni cerca de ser lo popular que fue cuando empezó a cantar. Los humanos no hemos cambiado mucho desde entonces. El público no entiende de armonía, le gustan las melodías y las canciones con un buen beat. Hoy el jazz o, mejor dicho, la música moderna instrument­al carece de buenos beats y melodías, entonces te encontrás en una posición en la que solo podés ser apreciado por tus pares.

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fernando dvoskin Marsalis se presentará con su cuarteto, formación que lidera desde hace tres décadas
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fotos adan jones y archivo 1 Marsalis Quartet fundado a mediados de los 80, actualment­e forma con Eric Revis (contrabajo), Justinfaul­kner(batería;ambos en la foto con Branford) y Joey Calderazzo (piano).
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2 HermanosCo­n su hermano Wynton, en el Teatro Apollo de nueva York en 2014, a beneficio de Jazz At Lincoln Center.
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3 Con StingTras la separación de The Police, Sting grabó The Dream of the Blue Turtles; Branford Marsalis tocó en ese disco e integró la banda de gira; aquí, en un reencuentr­o en 2010, en Berlín.
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