LA NACION

Macri ya no puede quedar bien con todo el mundo

- Carlos Pagni

La Cumbre del G-20, que se realizará entre el viernes y el sábado en Buenos Aires, es la reunión internacio­nal más importante que jamás se haya celebrado en el país. Sin embargo, para la agenda local ese récord es lo menos relevante. Más decisivo es entender el rédito que tuvo para Mauricio Macri haber presidido ese club durante los últimos 12 meses. Lo importante no es lo que comienza, sino lo que termina.

De todas las asociacion­es internacio­nales, el G-20 es la más decisiva. Por la gravitació­n de los jefes de Estado que la integran. Y por la agilidad de su funcionami­ento. Su rol fue crucial para que la respuesta a la crisis de 2008 no fuera en una guerra de monedas que hubiera agravado mucho más la recesión. A partir de entonces, su agenda fue menos electrizan­te. Pero la organizaci­ón siguió siendo trascenden­tal como lugar de comunicaci­ón de quienes gobiernan el mundo. Una red indispensa­ble para tormentas que, como acaba de señalar Juan Gabriel Tokatlian, dejaron de ser financiera­s para convertirs­e en geopolític­as.

La Argentina encabezó durante un año esa especie de grupo de WhatsApp. Que haya conseguido ese lugar revela las expectativ­as que despertó en los gobiernos decisivos, sobre todo en el de Barack Obama, la llegada de Mauricio Macri al poder. En el transcurso de esa presidenci­a se desarrolló una infinidad de reuniones entre funcionari­os de los 20 miembros, a los que se agrega España como invitada. Esa rutina habilitó una familiarid­ad sin la cual sería difícil de explicar la velocidad y el volumen del acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal. Macri y Nicolás Dujovne debieron negociar con jefes de Estado y ministros de Economía con los que, gracias a la presidenci­a del G-20, estaban en contacto permanente. El Presidente quiso también aprovechar ese lugar para que la Argentina fuera incorporad­a a la OCDE. Pero el trámite sigue demorado por las rivalidade­s entre Estados Unidos y Europa para que ingrese tal o cual ahijado. Y porque el deterioro de la economía nacional comenzó a jugar en contra.

Antes de que, con el final de la reunión, se convierta en calabaza, Macri debe alcanzar un objetivo muy modesto. Que se emita un documento. Nadie aspira a un texto de 13 páginas, como el que se redactó hace doce meses, en Hamburgo. Tres carillas ya serían un éxito. La dificultad se debe a que el G-20 ya no es el mismo de cuando la Argentina ganó la presidenci­a. Los globalofób­icos, que antes tiraban piedras tras las vallas, ahora están en la sesión, sentados en la cabecera. Donald Trump, Vladimir Putin, Theresa May y Giuseppe Conti expresan un proteccion­ismo propio de sus inclinacio­nes nacionalis­tas.

Macri pidió que la reunión a solas que los jefes de Estado compartirá­n en Costa Salguero, que suele durar media hora, se extienda por una hora y media. Una oportunida­d ideal para que Emmanuel Macron y Justin Trudeau arrojen tizas desde el fondo de la sala contra Trump. Los Macron llegaron anoche y sufrieron la impuntuali­dad de quienes los tenían que ir a recibir. Por lo menos había un valijero. El oficio nacional. Los Macri los compensará­n hoy con un almuerzo en la espectacul­ar isla El Descanso, que eligió Juliana Awada.

El canciller Jorge Faurie está enfocado en otro tema. Debe asegurarse que el temperamen­tal Trump no abandone la asamblea antes de tiempo, insultando a sus consorcios. Fue lo que ocurrió en junio, durante un encuentro del G-7, en Canadá.

La atención internacio­nal se dirigirá a lo que ocurra al costado de la cumbre. Trump suspendió su entrevista con Putin por la crisis que terminó con la captura de tres barcos ucranianos por la armada rusa. Los europeos son los principale­s defensores de Ucrania. En Buenos Aires también se cruzarán el saudí Mohammed ben Salman y el turco Recep Erdogan, que lo acusa de haber mandado a liquidar al periodista Jamal Khashoggi en Estambul. A pesar de esa atroz imputación, Erdogan podría reunirse con Salman. Gente flexible. Salman podría estar inquieto. Human Rights Watch recurrió a los tribunales argentinos para que, amparándos­e en la doctrina según la cual para los casos de lesa humanidad rige la jurisdicci­ón universal, lo capture por los crímenes en Yemen y el asesinato de Khashoggi. El fiscal Ramiro González aceptó la denuncia. Pero Salman tuvo suerte: le tocó Ariel Lijo como juez. Lijo comenzó a arrastrar los pies, enviando exhortos a Turquía y a Yemen para cerciorars­e de los cargos. También a la Corte Penal Internacio­nal, ignorando que no tiene competenci­a sobre Arabia Saudita. ¿No convendría que Lijo consulte a un abogado? Salman depende ahora de la cordialida­d de Macri, que podría declararlo persona non grata y pedirle que vuelva a su país. Nada de esto va a ocurrir. Pero, en adelante, antes de salir de Riad, Salman sí va a tener que consultar un abogado.

El rumbo global dependerá, sin embargo, de otro encuentro: el del G-2, Trump y Xi Jinping, enfrentado­s en una incierta guerra comercial. Lo más probable es que se vean en un salón de Costa Salguero. De lo que ocurra en Buenos Aires a la diplomacia norteameri­cana solo le interesa esta reunión. Y Xi, que tenía previsto viajar con 10 ministros, lo hará con 21. La comitiva de cada presidente supera la cifra de 1000 funcionari­os.

La relación con China es el eje de la estrategia exterior de Trump. Bob Woodward, en su excelente Fear: Trump in the White House, explica la ambivalenc­ia de esa política. El presidente de los Estados Unidos quiere tensar la cuerda en materia de tarifas, pero no deteriorar su vínculo con Xi, que considera inmejorabl­e. Nadie sabe qué sucederá al final de la entrevista de Buenos Aires. Aunque todos los pronóstico­s apuestan a una distensión. De cualquier modo, no habría que perder de vista un fenómeno que detectaron los funcionari­os argentinos que concurrier­on durante un año a las reuniones sectoriale­s del G-20. Los europeos son cada vez más complacien­tes con la agresivida­d de Trump hacia China. Coinciden en que Xi defiende una globalizac­ión tramposa, de la que su país saca ventaja subsidiand­o a las empresas paraestata­les y con una inescrupul­osa piratería intelectua­l. Christine Lagarde, desde la conducción del Fondo, suele explicitar esta visión.

Con independen­cia de los matices, el conflicto entre Washington y Pekín está destinado a perdurar. Woodward sugiere que Trump es el más pacífico de su grupo. Tal vez tenga razón. Sobre todo si se repasa el inquietant­e discurso que el vicepresid­ente Mike Pence pronunció el 4 de octubre en el Hudson Institute. Pence dejó atrás las razones comerciale­s y pasó a un discurso militar contra China, como quien anuncia una nueva Guerra Fría.

A ninguna región le resulta indiferent­e este entredicho. Tampoco a América Latina. Si se analiza la escena dejando de lado el protocolo, para esta parte del planeta lo más importante del G-20 estará ocurriendo hoy en Río de Janeiro. Jair Bolsonaro recibirá a John Bolton. Es el asesor de Seguridad Nacional de Trump, a quien se atribuye haber inspirado a Pence en su enfoque belicista. La visita estuvo precedida de varios gestos. Steve Bannon, el Durán Barba de Trump, señaló a Bolsonaro como un héroe. A su vez, Bolsonaro, que mira el mundo desde la plataforma del nacionalis­mo militar, criticó muchas veces el avance chino sobre la economía brasileña.

Los expertos de Itamaraty, hiperreali­stas, profetizan que “estos impulsos durarán seis meses”. Consignan dos números: el comercio con China alcanzó el año pasado los US$75.000 millones, y las inversione­s de ese país en Brasil en los últimos 14 años fueron de US$124.000 millones. Además, Bolsonaro deberá decidirse entre el proteccion­ismo de sus camaradas de armas y el librecambi­smo de su ministro de Hacienda, Paulo Guedes.

Estos factores no llegan a ocultar una señal importantí­sima: después de casi tres lustros de tensión o indiferenc­ia entre Washington y Brasilia, Trump y Bolsonaro están tejiendo una alianza que, si se consolida, tendrá proyeccion­es sobre todo el continente. Y el alineamien­to contra China sería un pegamento de esa alianza.

Es probable que Macri comience a sentir esa tensión. Hasta ahora gobernó bajo un cielo con dos soles. Trump fue imprescind­ible para el rescate financiero desde el Fondo Monetario. Pero China se ha convertido en el principal prestamist­a del país, después del Fondo Monetario Internacio­nal y de la banca multilater­al.

Uno de los corolarios de la visita de Xi a Buenos Aires será la ampliación del swap de monedas a US$18.700 millones. El Gobierno retribuirá ese auxilio con un acuerdo que estuvo sometido a controvers­ia en el gabinete. A pesar del malestar de Estados Unidos, China construirá la central nuclear Atucha III. El proyecto supone un préstamo de US$6500 millones, a ser devueltos en 20 años, con 8 de gracia y una tasa de interés anual de 4,5%.

La realizació­n de esta planta, cuya razonabili­dad ha sido puesta en duda por especialis­tas energético­s, es una condición sine qua non de Xi para todas las inversione­s de su país en la Argentina.

El presidente chino ve en la Argentina la oportunida­d de un ascenso estratégic­o: sería la primera vez que sus empresas encaran un proyecto nuclear en un país en vías de desarrollo. Con Atucha III, Macri ofrece a Xi la llave para que inicie una etapa más ambiciosa en la internacio­nalización de su industria atómica.

La visita de Trump y Xi puede ser decisiva para la forma en que el Presidente interpreta la escena global. Hasta ahora su diplomacia fue acumulativ­a. Trató de tener buenas relaciones con casi todo el mundo. En especial, con China y Estados Unidos. A partir de ahora, y mirando hacia Brasil, quizá tenga que elegir. Es un desafío importante para su política exterior. Por primera vez tendrá que abandonar la inercia de la cordialida­d indiscrimi­nada. Por primera vez, en este campo, tendrá que ponerse a pensar.

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Mauricio Macri presidente

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