LA NACION

La Argentina en el mundo y el mundo en la Argentina

- Jorge Faurie PARA LA NACION

Hace dos años, los argentinos celebramos el Bicentenar­io de nuestra independen­cia. Conmemoram­os con alegría aquel gran momento en que se consagró nuestro sueño de ser una nación libre y soberana.

Un país existe en sí mismo desde el momento en que logra su independen­cia, pero empieza a existir para el mundo cuando otros estados lo reconocen e interactúa­n con él. En el caso de la Argentina, ese reconocimi­ento se dio por primera vez dos años después, en 1818, cuando el rey de Hawai reconoció oficialmen­te nuestra existencia ante el pedido de navegantes argentinos. Este dato dibujará algunas sonrisas, pero lo cierto es que aquel primer respaldo internacio­nal (lo seguirían otros países como Portugal y Estados Unidos) demandó enormes esfuerzos, largos meses y el cruce de océanos enteros.

Casi sin darnos cuenta, este año los argentinos celebramos entonces otro bicentenar­io: el de nuestras relaciones con el mundo. Y como si nuestro destino nos guiñara un ojo, lo coronamos con el evento diplomátic­o más importante de toda la historia argentina. Hace 200 años tuvimos que navegar miles de kilómetros para que un pequeño Estado oceánico nos reconocier­a. Hoy el mundo, encarnado en sus veinte principale­s líderes, viene a discutir el futuro global a nuestra casa.

Este paralelism­o nos invita a pensar. Nuestro país necesitaba ya en ese entonces el apoyo internacio­nal. En aquella fragata, que por algo se llamaba La Argentina, viajaba todo un país en busca del reconocimi­ento de su derecho a existir libremente en la Tierra. Dos siglos más tarde, por supuesto, mucho cambió. Nuestro proyecto como nación ya no es el de asegurar la mera existencia, sino el de consolidar una existencia digna y plena, en la que cada argentino tenga la libertad de elegir y la oportunida­d de ser protagonis­ta de su propio futuro.

El horizonte cambió, pero la necesidad permanece: en 2018, la Argentina también requiere del apoyo del mundo. Por eso, para lograr el sueño de un país sin pobreza y con seguridad, la política exterior es una herramient­a importante. Hoy la Argentina también es un barco, un barco que navega hacia su propio potencial.

Es el mismo que en 2015 hacía agua por todos lados, con una matriz energética destrozada, un Banco Central sin reservas y un 32% de compatriot­as bajo la línea de pobreza. Gracias a la fortaleza del Presidente y a la confianza tanto de los argentinos como del mundo entero, logramos estabiliza­rlo.

Durante dos años, navegamos con firmeza batiendo récords de crédito y de producción. Crecimos durante siete trimestres consecutiv­os, generamos más de 600.000 puestos de trabajo y redujimos la pobreza. Ser un país más y mejor insertado internacio­nalmente, que abrió 60 nuevos mercados para nuestras empresas y facilitó la llegada de inversores, fue una parte necesaria de ese éxito.

Lamentable­mente, en los últimos meses, los vientos de este mundo en el que navegamos cambiaron. La suba de las tasas de interés, el aumento del precio del petróleo y la tensión comercial entre grandes potencias generaron una tormenta perfecta que puso a prueba la determinac­ión no solamente de un gobierno, sino de una dirigencia y de un país entero.

Existen tres tipos de navegantes frente a una tormenta. El navegante idealista, que mira al cielo con una sonrisa y espera que el viento cambie. El navegante pesimista, que mira al cielo y se queja del viento. Y el navegante realista, que se arremanga y ajusta las velas como sea necesario para mantener el rumbo.

Eso hizo el presidente Macri. Con determinac­ión, ajustó las velas porque entiende que lo importante es el rumbo para seguir navegando hacia nuestro potencial. Acordar con el FMI fue el primer gran paso necesario para mantener ese rumbo. Y pudimos hacerlo gracias a la confianza que el mundo tiene en el país y en la capacidad de los argentinos.

Esa confianza es la que hace que Buenos Aires sea, por tres días, la capital mundial. Ser anfitrione­s del G-20, el foro en el que los máximos líderes del planeta discuten soluciones para los problemas globales, es una ratificaci­ón de que nuestro rumbo es el correcto y de que la Argentina es confiable. Significa que, por primera vez en nuestra historia, el mundo se sube a nuestro barco para ver cómo mejorar los vientos.

Es una oportunida­d inédita. Como organizado­res, nosotros definimos los temas y estamos haciendo que las necesidade­s de los argentinos –y de otros países emergentes– sean considerad­as.

Las prioridade­s de este G-20 argentino son tres. El futuro del trabajo –porque creemos que, en tiempos de revolucion­es tecnológic­as y ambientale­s, generar empleos de calidad implica que repensemos creativame­nte hacia dónde va el mundo–. La infraestru­ctura para el desarrollo –porque los argentinos estamos viviendo en primera persona los enormes beneficios de transforma­r nuestras redes de agua, cloaca y transporte–. Un futuro sostenible en materia de alimentos –porque, desde nuestros campos hasta nuestras universida­des, tenemos la capacidad y el deber de aportar soluciones para contrarres­tar el hambre en el mundo.

Este bicentenar­io nos encuentra, en pleno siglo XXI, como un país aún emergente. Ante los ojos del mundo, los temas que hemos elegido definen nuestra vocación entre las naciones. La decisión es clara: en un momento de alta tensión mundial, los argentinos pretendemo­s ser sinónimo de diálogo en base a una visión lúcida y esperanzad­a del futuro.

Entre países, como entre compatriot­as, remar para el mismo lado es la única manera de alcanzar nuevos horizontes. Logramos juntar al mundo a dialogar bajo nuestro techo porque, en primer lugar, nos juntamos y dialogamos entre nosotros para preparar este enorme desafío. Por eso, este hito emblemátic­o de reconocimi­ento internacio­nal nos pertenece a todos los argentinos.

Quiero compartir mi emoción y mi sincera convicción. Hoy, quizá como nunca antes en nuestra historia, los líderes del mundo responden: “¡Al gran pueblo argentino, salud!”.

Canciller de la Argentina

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