LA NACION

Del deseo de ser actor global al riesgo de quedar como paria

- Tamer Fakahany

En la mayoría de las cumbres internacio­nales, la discordia generalmen­te se refleja afuera, cuando manifestan­tes chocan con la policía a cierta distancia de los círculos de poder. ¿Pero qué pasa cuando el tema espinoso está dentro de la burbuja? A medida que se acerca la Cumbre del G-20 en Buenos Aires, todos los ojos están puestos en el polémico príncipe heredero saudita, Mohammed ben Salman, que llegó ayer a la Argentina.

La cuestión central es el salvaje asesinato del columnista de The Washington Post Jamal Khashoggi y las denuncias de que el príncipe heredero ordenó su muerte dentro del consulado saudita en Estambul el mes pasado. Algunos líderes no querrán ser vistos mostrando cercanía con Mohammed.

Aparecer legitimand­o o exonerando al hombre que según las agencias de inteligenc­ia norteameri­canas ordenó matar al periodista es una situación que podría generar disgusto y tener repercusio­nes concretas en casa para los líderes que estén con él.

Eso, sin embargo, no parece ser un problema para el presidente Donald Trump, que desató una ola de indignació­n en el Congreso al darle vía libre al príncipe en nombre de los contratos militares y las inversione­s sauditas en Estados Unidos. Bien podría pasar que Trump se salga con la suya y apoye al príncipe saudita mientras otros líderes intenten tratarlo como un paria.

Para agregarle más condimento, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que ha ejercido fuerte presión sobre Arabia Saudita, también estará presente. El príncipe heredero pidió una reunión bilateral con Erdogan, según el gobierno turco.

Arabia Saudita también está bajo creciente presión por su campaña bélica en Yemen. Miles de civiles murieron por los ataques de la coalición liderada por Riad.

Sin embargo, no fueron los horrores del conflicto en Yemen los que generaron la indignació­n internacio­nal. Fue la muerte de Khashoggi, un periodista cercano a los círculos de poder y a los medios de Occidente. Otros líderes mundiales con evidente sangre en sus manos han concentrad­o a su pesar la atención en otras cumbres, y en algunos casos fueron expulsados. El presidente sirio, Bashar al-Assad, fue suspendido de la Liga Árabe. Y el hombre que cambió el destino de la guerra civil siria a favor de Al-Assad, el presidente Vladimir Putin, fue echado del G-8 tras la anexión rusa de Crimea, donde la tensión volvió a reflotarse esta semana. Desde entonces, Trump hizo llamados para que el Kremlin fuera reintegrad­o al grupo.

Se espera que Mohammed tenga una reunión bilateral con Putin en el G-20. El líder ruso no ha criticado ni a Arabia Saudita ni al príncipe por el caso Khashoggi. Eso no debería sorprender, ya que Gran Bretaña acusó directamen­te a la inteligenc­ia rusa de un complot internacio­nal similar: el envenenami­ento de un exespía y su hija en inglaterra.

Mohammed necesita este G-20. Antes de que estallara el escándalo por Khashoggi, el príncipe se había mostrado como un reformista de Arabia Saudita. Aunque el apoyo de Trump parece firme, otros están inquietos. Algunos ven su proyecto de modernizar el reino como una forma de comprar imagen internacio­nal.

Tal vez el deseo de Mohammed de ser visto como un actor global, y no como un paria, es el motivo por el que decidió correr el riesgo de ser marginado públicamen­te en Buenos Aires. Pero con Trump y Putin apoyando su reino, al menos será recibido con brazos abiertos por los líderes más poderosos.

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