Rutinas y nervios alterados en una ciudad vedada
Muchos vecinos de las zonas restringidas optaron por el trabajo a distancia y las mudanzas temporales; otros todavía no saben cómo llegarán a sus empleos
Cómo llegar al lugar de trabajo que se encuentra dentro de los perímetros de seguridad, qué medios de transporte serán los alternativos durante el fin de semana, qué pasará con la atención sanitaria en los hospitales y cuáles serán los riesgos de circular por las calles durante la Cumbre del G-20, que comienza mañana, son algunos de los interrogantes que empezaron a plantearse los vecinos de la ciudad, horas antes de la llegada de los principales líderes del mundo.
Hasta el sábado próximo se enfrentarán a situaciones que alterarán sus rutinas y que les generarán algo de estrés, sumado al fuerte despliegue policial en algunas zonas de la ciudad. “¿Hay programa el viernes? ¿Y cómo hago para venir desde Castelar si no hay trenes ni subtes?”, se preguntó Diana, locutora en una radio que se encuentra en el microcentro y dentro de la zona afectada por el operativo policial.
Al igual que ella, sus compañeros del equipo de producción dudaban de cómo llegar a su trabajo. Tampoco tenían muchas certezas sobre si podían acceder al perímetro que rodea la emisora, entre Callao, Córdoba, Eduardo Madero e Independencia. “¿Habrá anillo de seguridad? ¿Nos permitirán el paso? ¿Tenemos que mostrar alguna carta del director de la radio para entrar? ¿Se podrá circular con el vehículo?”, se preguntaban.
Los comerciantes de la zona céntrica cerca del Teatro Colón, donde habrá un anillo de seguridad restrictivo que solo permitirá el ingreso a los acreditados al G-20, también tenían ciertas incertidumbres. “El viernes es un día perdido, no creo que circule nadie por acá. El feriado es administrativo, por lo que a nosotros no nos afecta. Será todo un problema llegar hasta acá”, sostuvo Oscar Salvador, empleado de una pizzería de la avenida Corrientes.
Tribunales está incluido en el perímetro del Colón. Desde hoy, allí también se transformará la rutina de los trabajadores. “Estuvo muy raro el ambiente durante los últimos días. Por eso, trans- ferimos las líneas de teléfono a nuestros domicilios particulares y cada persona se llevó las carpetas a su casa para trabajar fuera de la oficina”, admitió Sabrina Martínez, que trabaja en una escribanía de la zona. Y agregó: “Además, el encargado de seguridad no sabe si viene porque no puede resolver cómo volverse: el transporte público estará todo alterado. Eso genera un estrés terrible”.
La zona del Palacio San Martín es otro de los puntos restringidos y con mayor presencia de efectivos de seguridad que ayer ya comenzaron a desplegarse por toda la ciudad. “Opté por irme de mi casa porque quedo literalmente prisionera, tal como me pasó el año pasado cuando vivía en Puerto Madero y se hizo ahí la cumbre. Mucho más porque mi casa está justo en la cuadra del Palacio San Martín”, explicó Flavia Alemann, una vecina que vive en Esmeralda y Juncal y que también deberá modificar su rutina diaria. “Los empleados de los comercios comentan que no saben cómo van a regresar a sus casas, sobre todo aquellos cuyos turnos terminan después de las 20. Hoy [por ayer] ya empezaron los cortes, las sirenas, la invasión de policías varios y gendarmes”, agregó Alemann.
La preocupación por el G-20 también se metió en el chat de las madres. Un audio anónimo de una supuesta enfermera del Hospital Udaondo advertía a las madres evitar los shoppings y lugares públicos por temor a atentados. Pero desde el Ministerio de Salud de la ciudad aseguraron que era una información falsa y que la cartera había dispuesto un operativo especial de contingencia en los centros médicos públicos, que atenderían como siempre.
El impacto de las restricciones también se siente en el sector educativo. “La profesora tiene que darnos la devolución del trabajo práctico final. Lamentablemente, al tener menos tiempo de clase, porque el instituto cerrará al mediodía, vamos a perder la devolución personalizada y la explicación detallada cómo será el examen final”, se quejó Lucía Castro, alumna del traductorado de inglés de la sede del Lenguas Vivas en Retiro.