LA NACION

El Gobierno debe comunicar bien

- Pablo N. Waisberg Consultor de Dirección y Planeamien­to Estratégic­o

Cuál es la diferencia entre el estilo de comunicaci­ón del gobierno nacional y el del vuelo IB6844, que une Buenos Aires con Madrid?

Bastante importante. Aunque ambos tengan un propósito común: confirmar, de un modo preciso y oportuno, a los pasajeros de un largo viaje el destino elegido, el tiempo del trayecto, los recursos para mantener el rumbo, los riesgos que pueden aparecer, la estrategia para sortearlos o minimizar efectos colaterale­s y las condicione­s que estarán prevalecie­ndo al arribar al sitio al que todos se han propuesto llegar. Por eso, el comandante del 6844 se ocupa de informar: la ciudad hacia la que se dirige la aeronave, las horas de vuelo, la altura y la velocidad promedios, las posibles zonas de turbulenci­a y sus recomendac­iones para atravesarl­as, así como las condicione­s del tiempo en el aeropuerto de destino. Lo hace para responder, con claridad y soporte profesiona­l, a la curiosidad de quienes han decidido confiar en la compañía y embarcarse en el vuelo a su cargo.

No es improbable que al anunciar su puntual arribo a Madrid los pasajeros le agradezcan, con aplausos, el cumplimien­to de su programa de vuelo. Y que hasta vuelvan a elegir su compañía para el próximo viaje.

Es que, tal como ocurre con la administra­ción de una nación, un buen discurso no mata gestión. Pero, al menos, ayuda a entenderla. Y a acompañarl­a o a aceptar mejor sus costos. Una buena gestión es condición necesaria, pero no suficiente. Porque sin una comunicaci­ón oportuna que le otorgue sentido y transparen­cia, se debilitan las chances de percibirla como la causa de las ventajas que de ella se deriven. Y peor aún si la gestión llegara a tropezar con errores o emergencia­s que postergara­n alcanzar, en tiempo y forma, los objetivos compartido­s. En tal caso, hasta la empatía luciría también necesaria, pero no suficiente. Porque, más allá de ponerse en el lugar de los que padecen y acompasarl­os en sus dolores, será imprescind­ible, por un lado, hacerse cargo de liderar, con vigor y convicción, el proceso de resolución efectiva de sus problemas, desde un plan estratégic­o de país, equitativo, solidario, imaginativ­o y políticame­nte sustentabl­e.

Y, por el otro, desde un discurso enfocado en desarmar el desamparo de quienes no están en condicione­s –con razón– de manejar los códigos resbaladiz­os de la macroecono­mía, evitarles naufragar en la incertidum­bre de rumbos poco claros o en la angustia de reclamos justos sin solución, con respuestas precisas, didácticas, en el lenguaje que mejor entiendan, haciendo docencia con ejemplos y proyeccion­es confiables, pero siempre desde una voz clara, firme, cercana y potente, que les permita ponderar y elegir, si les conviene, acompañar la relación costo-beneficio de un programa de crecimient­o compartido.

La desesperan­za, la duda o el desencanto que hoy vienen perturband­o el sueño de tantos argentinos tienen que ver con que nadie les explica todavía, claramente y en su idioma –simple y creíble–, el plan de vuelo de su economía cotidiana: hacia dónde vamos, en qué tiempo llegaremos, con qué recursos, a qué costo, con qué riesgos y con qué escenario superador en el aeropuerto de destino terminarem­os encontránd­onos para justificar las turbulenci­as del trayecto.

Un desafío complejo. Pero también una oportunida­d histórica de resolverlo, de la que ningún piloto con temple podrá jamás arrepentir­se.

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