LA NACION

Aprontes para una segunda Guerra Fría

- M. Landler y J. Perlez

Cuando el presidente Donald Trump se siente a comer con el presidente Xi Jinping hoy por la tarde, lo que estará en juego será mucho más que la preservaci­ón de la cordial relación entre ambos o el intento de contener el conflicto comercial que enfrenta a Estados Unidos y China.

Ese encuentro bien podría preanuncia­r si estos dos gigantes mundiales –una superpoten­cia consolidad­a pero intranquil­a, y una impaciente y ambiciosa potencia en ascenso– están destinados a ingresar en una nueva era de confrontac­ión similar a la Guerra Fría.

Lo más notable, dado lo que está en juego, es que ambos países no tengan planeado encontrars­e en ninguna otra instancia formal durante la cumbre de 20 naciones industrial­izadas que arrancó ayer. De hecho, ni siquiera parecen tener un temario muy nutrido, más allá de las ofensas comerciale­s de las que Trump se viene quejando desde hace meses.

Eso evidencia hasta qué punto el comercio internacio­nal y la química personal entre Trump y Xi han pasado a dominar las relaciones entre Estados Unidos y China. Y si bien esas son líneas argumental­es tributaria­s de una trama mayor, que incluye la contienda militar en el Pacífico y las negociacio­nes nucleares con Corea del Norte, el comercio y la química interperso­nal también podrían terminar definiendo el próximo capítulo de la relación entre ambos países.

La prueba de fuego será la comida de hoy, primer encuentro cara a cara de Trump con Xi en más de un año: allí sabremos si la amistad que Trump tanto se ha ocupado de cultivar con el líder chino puede sobrevivir a su escalada de aranceles contra las exportacio­nes chinas.

“Lo que estamos a punto de ver en Buenos Aires es el choque de lo personal con lo estructura­l”, dice Kurt M. Campbell, subsecreta­rio de Estado durante el gobierno de Obama. “Trump desespera por impresiona­r y caerle bien a Xi, pero hay fuerzas estructura­les que los empujan por caminos diferentes”.

Funcionari­os del gobierno norteameri­cano aseguran haber informado a Trump de una amplia variedad de temas pendientes entre ambos países. En el interior de la Casa Blanca, algunos dicen que la relación de Trump con Xi funciona como un paragolpes: por peliagudas que se pongan las cosas en la mesa de negociacio­nes, probableme­nte Trump haga lo imposible por evitar asperezas sin retorno con el presidente chino.

“Estoy seguro de que se tratarán con sumo respeto”, declaró el asesor económico en jefe de la Casa Blanca, Larry Kudlow, y manifestó su confianza en la habilidad de Trump para la negociació­n. “Ambos presidente­s irán armados de temas de conversaci­ón. Después veremos cómo los ponen en juego”.

Gran parte de la incertidum­bre deriva del carácter volcánico de Trump. En los días previos a la cumbre, perjuró que avanzaría con su plan de aumentar de un 10% a un 25% los aranceles a los productos chinos. Sin embargo, también se mostró optimista sobre la posibilida­d de cerrar un acuerdo con Xi, lo que casi con certeza lo obligaría a aflojar con los aranceles.

El jueves, al partir rumbo a Buenos Aires, Trump logró parecer esperanzad­o y escéptico al mismo tiempo. “Pienso que estamos muy cerca de llegar a algo con China”, dijo. “Pero no sé si quiero hacerlo”.

Xi también manifestó su confianza en el resultado del encuentro. Pero si Trump lo avergüenza o lo presiona demasiado, por más que lo llame “buen amigo” hasta el cansancio, la visión de Xi sobre Estados Unidos podría agriarse durante muchos años. Y en China hay muchos que le critican haber juzgado mal a Trump desde un principio.

“Xi sabe que el encuentro será crucial para el futuro”, dice Zhang Baohui, experto en relaciones internacio­nales de la Universida­d Lingnan, de Hong Kong. “Si la reunión sale bien, al menos alejaría momentánea­mente la perspectiv­a de una segunda Guerra Fría. Si sale mal, esa consecuenc­ia sería inexorable”.

Pero el campo minado en que se desarrolla­rá el encuentro no termina ahí: China sigue construyen­do instalacio­nes militares en el Mar de la China Meridional, con el riesgo de chocar con buques de guerra norteameri­canos. Trump acusó a los chinos de interferir en las elecciones de mitad de mandato, sin aportar demasiadas evidencias. El vicepresid­ente Mike Pence acusó a Pekín de darles préstamos usurarios a sus vecinos vulnerable­s, y de librar una campaña para ganar influencia en el seno de las universida­des y los centros de estudios norteameri­canos.

Hace apenas dos semanas, la cumbre económica que se realizó en Papúa Nueva Guinea terminó mal, después de que Pence y Xi se batieran a duelo con sendos discursos sobre comercio internacio­nal, dejando sin posibilida­d siquiera de consensuar un comunicado final.

Xi también anunció sus planes de visitar Corea del Norte el año que viene, idea que podría complicar un tema en el que hasta ahora él y Trump solían estar de acuerdo. En mayo, cuando el líder norcoreano Kim Jong-un viajó a China para visitar a Xi, Trump se quejó y dijo que eso conspiraba contra sus propios esfuerzos diplomátic­os con Kim.

“Este es uno de esos raros momentos de la historia en que nos encontramo­s frente a un punto de giro geopolític­o: todo el mundo es consciente de eso, todo el tiempo”, dijo Evan Medeiros, exasesor de Obama en cuestiones chinas y profesor de la Universida­d de Georgetown.

“Trump encuadró las relaciones con China exclusivam­ente en términos competitiv­os, con el comercio internacio­nal al tope de la agenda de temas”, añadió. “Si no encuentran la manera de avanzar en la cuestión comercial, las fuerzas del rencor y la entropía tomarán el control y la relación entrará en zona de riesgo”.

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