LA NACION

Ojo, quizá la declaració­n final solo tenga dos palabras

- Carlos M. Reymundo Roberts

Es cierto que cuando escribo esto la cumbre está en pañales y todavía pueden pasar muchas cosas. Pero en un abrir y cerrar de ojos Macri ha conseguido lo que buscó tozuda y equivocada­mente durante tres años. Primero, que lleguen inversione­s. La Argentina conducida por Christine Lagarde genera tantas expectativ­as que los principale­s líderes del mundo han querido venir ellos mismos a traer la plata. Y Christine vino para llevársela, antes de que nos la patinemos. Segundo logro, incentivar el consumo. Empobrecid­os los que vivimos acá, la Casa Rosada apostó a las 20.000 personas que vinieron al G-20, todas las cuales comprarán algún tarro de dulce de leche, comerán en alguna parrilla, patearán la ciudad hasta conseguir un cuaderno Gloria, se tomarán un taxi o un Uber para ir a sacarse una selfie a Libertador y Quinteros, harán turismo de aventura por alguna de las villas de la Capital o el GBA y se llevarán desde obeliscos de acero y pañuelos de las Madres hasta productos de cuero y el libro de las grandes estancias de Lázaro Báez. Macri también consiguió, por fin, impulsar las exportacio­nes con valor agregado: le vendimos el Superclási­co a España.

Miradas así las cosas, ¿podríamos decir que la cumbre ya es un éxito para nosotros? No. Junto a esos brotes verdes estamos viendo una rebelión en la granja. El mayor problema es Trump. Desde que puso un pie en Buenos Aires tiene cara de traste, una cara que Macri no había visto desde que fue recibido por primera vez por el papa Francisco, en febrero de 2016. Trump está a disgusto, odia las cumbres, odia el G-20, odia a los chinos y, lo más grave por tratarse del presidente de la mayor potencia mundial, odia al mundo. Además, odia la diplomacia. Después del encuentro bilateral con Macri en la Casa Rosada, su vocera declaró que habían hablado de la “actividad económica depredador­a” de China. A un anfitrión que te recibe con los brazos abiertos, y que también es anfitrión de Xi Jinping, no se le hace eso. Pero Trump estudió buenos modales a distancia, por internet, un día que no tenía señal de wifi.

A ver. Organizar una reunión del G-20 en estos tiempos no es fácil. El año pasado la organizaro­n los alemanes y casi les queman Hamburgo. Aunque estés en todos los detalles, se te pueden escapar pavaditas, como que a Macron lo tenga que recibir un banderille­ro.

Juan Gabriel Tokatlian me explicó que del G-20 original, suerte de bombero económico-financiero, se pasó a este G-20 político-social, que puede llegar a ocuparse del medio ambiente, las migracione­s, el comercio o los últimos estrenos de Netflix. Sarasa. El contexto tampoco es bueno: Europa partida por el Brexit, la guerra Washington­pekín, el conflicto en Ucrania, las secuelas del asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi.

“Estando en crisis organismos multilater­ales como las Naciones Unidas, la Organizaci­ón Mundial del Comercio, el Mercosur y el propio G-20, lo importante de la cumbre no es la cumbre, sino los encuentros bilaterale­s”, dice el experto de la Universida­d Di Tella. Es cierto: Trump-xi, Macri-trump, Macri-xi, Macri-theresa May, Cristinapa­rrilli.

En la “foto de familia” de Costa Salguero eso salta a la vista. Al príncipe que mandó matar a Khashoggi lo dejaron aislado, cosa de que no pudiera hablar de libertad de prensa con nadie. Macri se colocó entre Trump y Xi para evitar que se fueran a las manos. La Lagarde estaba, obviamente, en el fondo. Al canadiense Trudeau, que al llegar se declaró feminista (una forma políticame­nte correcta de decir que le encantan las mujeres), lo rodearon de hombres. Para compensar lo de Ezeiza, a Macron lo ubicaron en primera fila, pero para castigarlo por seguir postergand­o el acuerdo Mercosurun­ión Europea, pegado lo tenía a Trump. A Putin, experto en venenos, lo flanqueaba­n dos tipos que le llevaban una cabeza: para mí que eran guardaespa­ldas.

Insisto: no es fácil organizar una cumbre de esta naturaleza. A los que están en favor de tan magno evento los expulsás de la ciudad o no los dejás moverse de sus casas, y a los que se oponen rabiosamen­te les armás un paseo triunfal hasta el Congreso. Así, el único día en que estábamos salvados de los piquetes, te arman una protesta multitudin­aria de piqueteros. De paso: los que hablan de “cumbre neoliberal” (¡estando aquí Xi y Putin!, y Trump, que es neo, pero no liberal) son los mismos que hablaban de la desaparici­ón forzada de Santiago Maldonado. Sigo. Es complicado montar estos tinglados con tanta gente rara y tantos hechos extraños. Jair Bolsonaro, que por suerte no pudo venir, petardea desde afuera sin siquiera haber asumido. Merkel llega tarde por problemas en el avión que la traía. Trump (quiero dejar de hablar de él y no lo consigo) lo hizo esperar media hora a Macri en la Casa Rosada, y después, enojado por una traducción, tiró los auriculare­s al piso. Al príncipe heredero saudita le pidieron la captura internacio­nal apenas tocara Buenos Aires. El primer ministro indio, Narendra Modi, se fue a dar una clase de yoga, o de meditación, a la Rural. Y la frutilla del postre: ayer a la mañana, la ciudad de Buenos Aires y el conurbano temblaron por un sismo de magnitud 3,8° en la escala Richter, aparenteme­nte provocado por la caída desde una silla del ego de Felipe Solá.

Por estas horas, todos cruzamos los dedos y elevamos al cielo nuestras plegarias. ¿Para que ninguna reunión bilateral termine en el Luna Park? ¿Para que caigan las barreras del comercio internacio­nal? ¿Para que en el mundo reinen la paz y la armonía? Nada de eso. Lo que buscamos como país organizado­r es que no pase nada y que haya un comunicado final. Esa es la gran aspiración. Poder parir un documento conjunto. Al menos, un documentit­o. Un par de párrafos. Algo. Los expertos dicen que si no se logra consenso para emitir una declaració­n, aunque sea lavada, será difícil que no se hable de fracaso. Dios no lo quiera. O sí. Acaso es mejor blanquear que el mundo se ha dado problemas enormes y se ha dado, al mismo tiempo, líderes chiquitos para enfrentar esos problemas.

Quizá convenga que el documento final solo diga dos palabras: “Go home”.

En la foto, Macri se puso entre Trump y Xi para evitar que se fueran a las manos

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