La lengua española
En el editorial del miércoles pasado se hacen justas referencias al próximo Congreso Internacional de la Lengua Española (Córdoba, 2019) y al juicio que sobre el llamado “lenguaje inclusivo”, tema de resonante actualidad, hizo público el actual director de la Real Academia Española, en armonía con lo indicado en un capítulo del Libro de estilo de la lengua española, recientemente publicado por esa institución. Obviamente, y como lo hemos señalado en meses recientes ante variadas consultas, compartimos lo que nuestro ilustre colega piensa sobre la curiosa pretensión de intervenir y modificar la lengua de todos con la intención de que sea ella la que tome a su cargo la reivindicación de un sector de la sociedad que se siente silenciado o discriminado. Pero lo que como presidente de la Academia Argentina de Letras no puedo dejar de manifestar es mi desagrado ante un malentendido grave y de penoso arrastre que subyace en el editorial. Me refiero a la tácita y errada suposición de que las normas por las que se rige la lengua común de más de 500 millones de hablantes se fijan en España y son responsabilidad de la Real Academia Española, razón por la cual su opinión parecería merecer una consideración privilegiada. Bastaría considerar la naturaleza “panhispánica” anunciada en el título mismo del Libro de estilo citado para aventar el error; las normas acatadas por quienes hablamos español o castellano son el resultado de cuidadosos y regulares consensos alcanzados por las 23 academias nacionales agrupadas en la Asale (Asociación de Academias de la Lengua Española), entidad creada en 1951. Mal podría un único país erigirse en tribunal de un idioma que no es de su empleo exclusivo, que ha variado en el tiempo en su propio territorio, que excede sus fronteras y que es utilizado en más de una veintena de naciones que llevan dos siglos de vida política (económica y cultural) independiente. Sería no solo una inconsecuencia histórica, sino un extravío lingüístico: en procesos inexorables, cada nación modela su variedad día a día, la modifica y altera, la enriquece y la perfila diferentemente en respuesta a sus tradiciones populares y cultas. Para advertirlo, sería suficiente contrastar el español empleado por sendos diarios de Madrid, México, La Habana y Buenos Aires. El verdadero prodigio es que todos nuestros países (también España, como uno más) han convenido en conservar una matriz común, de competencia y responsabilidad de todos y de cada uno, puesta bajo el acuerdo y la tutela de una suerte de sociedad anónima de accionistas igualitarios, con idénticos derechos de voz y de voto.
Me consta que esa es también la opinión de la hermana academia española y de las restantes americanas. La Argentina cumplió 208 años; en su lengua escribieron Hernández, Sarmiento, Dávalos, Banchs, Borges y Cortázar. A cuatro meses de ser anfitriones del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, flaco favor haríamos los argentinos a nuestra dignidad nacional (ya suficientemente hostigada), si persistiésemos en descuidar o ignorar que el idioma castellano o español se cultiva bajo una soberanía compartida. José Luis Moure
Presidente de la Academia Argentina de Letras
N. de la R.: Desde mucho antes de que el remitente presidiera la Academia Argentina de Letras, la nacion ha exaltado con reiteración que la unidad de la lengua española, gestación de indudable raigambre popular, reposa sobre el trabajo mancomunado de 23 academias nacionales. De modo que no hay ninguna contradicción entre lo que el remitente pregona y la tesis del editorial que menciona. Si tal editorial hizo pie en manifestaciones del director de la Real Academia Española, don Darío Villanueva, ha sido por la actualidad y el coraje civil con el cual este se ha pronunciado ante los desvaríos de supuestos progresistas por quebrantar la lógica de la lengua cervantina.