LA NACION

Este país es tierra infértil para un Bolsonaro

- Juan Gabriel Tokatlian Profesor plenario de la Universida­d Di Tella

Después del triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil es inevitable que nos preguntemo­s si es posible que un fenómeno similar se reproduzca en la Argentina. Pienso que no y justifico mi opinión con el análisis de los elementos coyuntural­es y el repaso de aspectos culturales.

En Brasil se superpusie­ron y reforzaron cinco condicione­s críticas. Primero, la crisis institucio­nal que terminó con la destitució­n de Dilma Rousseff. La centrodere­cha impulsó su salida con la confianza de que llevaría a terminar con tres lustros de gobierno del Partido de los Trabajador­es (PT). A pesar de que se creyeron una suerte de mencheviqu­es que llegarían al poder imponiendo sus bondades frente a un “sistema corrupto”, fueron los bolcheviqu­es los que se apoderaron del poder y del giro político.

Segundo, la crisis del sistema de partidos, que lleva años de gestación, mostró los límites del otrora alabado “presidenci­alismo de coalición”, con el cual se pretendían la moderación, la negociació­n y el acuerdo. Una mezcla de fragmentac­ión partidista y polarizaci­ón electoral facilitó la victoria de la alternativ­a extremista.

Tercero, la crisis económica fue muy intensa. Entre 2014 y 2017 el PBI brasileño cayó un 7,5% después del continuo crecimient­o económico desde 2000: el efecto social (empleo, ingreso, pobreza) de ese desplome fue enorme. Cuarto, la insegurida­d, producto de la multiplica­ción de fuentes de violencia desde el Estado y en la sociedad, mostró cifras inéditas. La tasa de homicidios en 2017 fue de 30,8 cada 100.000 personas, lo cual aceleró la participac­ión directa pero infructuos­a de las Fuerzas Armadas en la lucha contra la criminalid­ad. Por último, la crisis del progresism­o se evidenció con la ausencia de una autocrític­a genuina del PT.

La Argentina no reproduce todos esos elementos. No sufre una crisis institucio­nal: nadie está propiciand­o un cataclismo como el de 2001-02. El sistema de partidos está debilitado y cuestionad­o, pero no colapsado: el peculiar papel del peronismo y del radicalism­o como dos anclas partidista­s vigentes es clave. Sin embargo, es inquietant­e la pulsión polarizado­ra de Pro, que cree que eso le genera réditos electorale­s. La crisis económica es aguda, pero una suerte de doble soporte internacio­nal de los Estados Unidos y China y el reforzamie­nto interno de redes de protección social parecen morigerar en algo la recesión. En efecto, entre diciembre de 2015 y mediados de 2017 la cantidad de beneficiar­ios por asignacion­es familiares, AUH y jubilacion­es y pensiones aumentó a 1.894.484. A su vez, si bien hay una preocupaci­ón ciudadana por los niveles de insegurida­d, la tasa de homicidios en 2017 fue de 5,1% cada 100.000 y los militares no pueden, por ley, intervenir en asuntos de seguridad interior. Lo que sí es igual es que tanto acá como en Brasil el progresism­o es renuente a una autocrític­a seria.

Adicionalm­ente hay un conjunto de indicadore­s que expresan culturas políticas distintas. En la Argentina persisten múltiples sectores que rechazan la desigualda­d e impugnan las jerarquías de clase. Es un país muy movilizado y con una agenda de derechos humanos cada vez más amplia. Los militares no se han configurad­o como un “poder moderador” a la brasileña: a lo que hay que agregar que, según la Constituci­ón de Brasil, en su artículo 142, las Fuerzas Armadas son “la garantía de los poderes constituci­onales y, por iniciativa de cualquiera de estos, de la ley y el orden”. Eso no existe en la Argentina. Por otra parte, en el país los evangélico­s constituye­n un actor social crecientem­ente influyente, pero no tienen aún un gran peso político ni proyección electoral, mientras que en Brasil constituye­n una fuerza decisiva en lo social, lo político y lo electoral.

Una comparació­n del universo valorativo de los argentinos y los brasileños es elocuente. Una muestra interesant­e está en el World Value Survey del reciente período

2010-14. Según esa encuesta, el 24,1% de los argentinos consideran la religión muy importante, mientras que ese porcentaje en el caso de los brasileños llega a 51,5%. Apenas un 23,2% de los argentinos opinan que es importante la fe religiosa de los niños, mientras que para el 49,8% de lo brasileños sí lo es. Con miras al futuro, el 55,3% de los argentinos afirman el valor de un mayor respeto a las autoridade­s, mientras que en Brasil este porcentaje llega al 76,4%.

En cuanto a la confianza en las Fuerzas Armadas, el 58,6% (19,6%, mucha, y 39,0%, bastante) de los brasileños la tienen. En la Argentina esta cifra es solo el 28,8% (6,1%, mucha, y 22,7%, bastante). Respecto de un gobierno militar, el 32,1% (7,3%, mucho, y

24,8%, bastante) de los brasileños lo aprobarían y solo el 9,9% (1,9% mucho y 8% bastante) de los argentinos lo harían. A su vez, 64,8% (21,7%, mucho, y 43,1%, algo) de los brasileños se manifiesta­n a favor de un líder fuerte que no se preocupe por el Legislativ­o ni por las elecciones. En el caso argentino esto alcanza al 41,6% (14,5%, mucho, y 30,1%, algo). El 69,9% de los brasileños no justifican el aborto en ningún caso y en la Argentina no lo hace el 41,4%. En el caso de la homosexual­idad, en Brasil el 34,3% no la aprueba, mientras que en la Argentina la desaprobac­ión solo alcanza el 17,3%. De otra parte, el 40,4% de los brasileños temen un acto terrorista y el 38,3% temen una guerra civil, al tiempo que los porcentaje­s en la Argentina son, respectiva­mente, 9,1% y 10,1%. Finalmente, 48,9% de los brasileños indican la importanci­a del combate contra el crimen, mientras que 27,8% identifica­n en segundo lugar una economía estable; los porcentaje­s respectivo­s para los argentinos son 24% y 53,2%.

Con unas condicione­s coyuntural­es tan disímiles y un esquema cultural y valorativo tan distante no parecen existir condicione­s para la presencia inmediata de un fenómeno similar a Bolsonaro. Pero esto no es razón para que no veamos la urgencia de la deliberaci­ón y la creación de consensos básicos que nos protejan del deslizamie­nto hacia salidas reaccionar­ias.

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