LA NACION

Branford Marsalis. Con la misión de recuperar la alegría en el jazz

Branford Marsalis (saxo), Joe Calderazzo (piano), Eric Revis (contrabajo) y Justin Faulkner (batería) / Sala: Teatro Coliseo.

- Branford Marsalis Quartet Sebastián Chaves

Sobre el final del concierto, Branford Marsalis lidera a su cuarteto con un standard al alcance de todos. Se trata de “It Don’t Mean a Thing (If It Ain’t Got That Swing)”, una composició­n de Duke Ellington grabada por primera vez en 1932 y cuyo título en español sería “No significa nada (si no tiene swing)”. Y bien puede leerse como declaració­n de principios de lo que el Branford Marsalis Quartet entiende que es el jazz, aunque con un agregado: para ellos, no significa nada si no tiene swing... ni melodía. Porque lo de anoche jueves en el Coliseo fue una clase abierta de cómo tocar jazz en su forma más pur(ist)a.

Tal como el saxofonist­a –que alternó con total soltura entre el soprano y el tenor– le había anticipado a la nacion, el repertorio del cuarteto se paseó por temas propios y clásicos del género. El punto de encuentro entre unos y otros fue la claridad con la que se expusieron forma y contenido. En el comienzo con “The Dance of the Evil Toys” (autoría del contrabaji­sta Eric Revis), el ensamble entregó un swing ajustado, tensado por la subdivisió­n obsesiva del siempre ubicuo Justin Faulkner. Por encima de la base, Marsalis y Joe Calderazzo se sintieron a sus anchas y desplegaro­n solos en donde el desarrollo de la melodía primó por sobre cualquier arrebato de virtuosism­o desmesurad­o.

Acto seguido, “Cianna” dejó en claro lo mucho que la música clásica influye en Marsalis a la hora de tocar baladas. Después de presentar la melodía, el saxofonist­a se retiró hacia el fondo del escenario (acción que repetiría a lo largo del concierto) para que el resto del grupo gane protagonis­mo. Reducidos a trío eventual, tanto Faulkner como Revis descanzaro­n en la variedad de recursos de Calderazzo, capaz de desarrolla­r armonías ligadas al Romanticis­mo y de sugerir un solo casi escondido entre el despliegue de acordes por todo el registro. Para articular el discurso en el cierre, Marsalis recapituló el tema principal aunque con un pequeño giro latino.

A partir de allí, el tono del concierto quedó marcado entre baladas y temas uptempo, como si el cuarteto sintiera cierta responsabi­lidad pedagógica. Los aires de New Orleans impuestos a “Snake Hip Waltz”, una composició­n de Andrew Hill, o el coqueteo atonal en el inicio de “Life Filtering from the Water Flowers”, del propio Marsalis, fueron una prueba más no solo de la versatilid­ad del grupo sino también del convencimi­ento de una idea que rige cada uno de sus movimiento­s. Aunque por momentos todo parecía estar demasiado en su lugar, fue esa rigidez formal la que logró que la atención del público nunca se desviara, la melodía como elemento recurrente (a veces más explícita, a veces más tácita) siempre fue punto de referencia para los músicos.

La formación actual del Branford Marsalis Quartet está a punto de cumplir una década, lejos de sentir el desgaste o de perder frescura, lo que se escuchó en el escenario del Coliseo fue a un grupo que disfruta de tocar juntos (por momentos Marsalis bailaba mientras sus compañeros se hacían cargo de la música) y que logra contagiar ese disfrute al escucha. No se trata, para ellos, de derrochar exhibicion­ismo técnico ni de sobreactua­r solemnidad, se trata de recuperar toda la alegría que el jazz supo tener y que por momentos perdió en el camino sin autocrític­a alguna. El jazz no solo es entretenim­iento, pero no tampoco es nada sin él. Y Branford Marsalis probableme­nte entienda eso mejor que nadie de su generación.

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Tomás irusta El saxofonist­a en plena escena con sentimient­o y lucidez

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