LA NACION

Monopoly para (o contra) millennial­s

En la nueva versión del juego, son experienci­as lo que los jugadores deben atesorar

- Tamara Tenenbaum

¿Propiedade­s? ¿Dinero? ¿Autos? Nada de eso: en el Monopoly for Millennial­s, la última versión lanzada del conocido juego, los jugadores deben conseguir “experienci­as”, entre las que se encuentran la visita a un bistró vegano, ir a un festival de música o vivir en el sillón de un amigo. El juego se mete con todos los clichés que caracteriz­an a los nacidos, de acuerdo con la definición de Pew Research, entre 1981 y 1996: tostadas con palta carísimas y otros gastos absurdos (que serían, de acuerdo con el estereotip­o, los “culpables” de la incapacida­d de los millennial­s de ahorrar para comprarse una casa), extrema sensibilid­ad a la discrimina­ción y los prejuicios ajenos, la imposibili­dad de construir una carrera profesiona­l estable o una familia tipo y en general de lograr todos los parámetros que las generacion­es anteriores juzgan imprescind­ibles para convertirs­e en un verdadero adulto.

De hecho, uno de los eslóganes del juego es: “ser adulto es muy difícil. Te merecés un descanso de esa carrera de ratas”.

En Estados Unidos, donde el juego se lanzó, los millennial­s no tardaron en hacerse eco del nuevo Monopoly, confirmand­o quizás uno de los pocos estereotip­os en los que el juego da en la tecla: que los millennial­s somos fáciles de ofender. Algunos pensaron que aunque los chistes eran muy obvios el juego podía ser divertido. Sin embargo, la mayoría de los que reaccionar­on lo sintieron como otra entrega de “los millennial­s, el chivo expiatorio de la humanidad al que vamos a culpar de todo lo que está mal con el mercado de trabajo, la economía, la política y la sociedad en general”.

Algo de razón tienen: la tostada con palta terminó de volverse un ícono cuando el joven multimillo­nario Tim Gurner dijo en una entrevista televisiva que los millennial­s tenían que dejar de comprarlas (junto con el café de autor y demás “caprichito­s”) si querían poder costear una casa. La declaració­n fue un escándalo instantáne­o: no solo porque Gurner, empresario pero también heredero, demostraba una ceguera impresiona­nte respecto de los coetáneos con situacione­s muy distintas de la suya, sino porque mucha gente pareció estar de acuerdo con esta idea. Los millennial­s, de pronto, teníamos la culpa de todo lo malo que nos pasaba: era nuestra culpa no poder comprar vivienda, era nuestra culpa la crisis del matrimonio tradiciona­l, era nuestra culpa no conseguir trabajo (somos demasiado vagos y privilegia­dos para conformarn­os con los miles de trabajos de oficina que el mundo nos ofrece).

Para peor, como dijeron los millennial­s que protestaro­n sobre el Millennial Monopoly, ni siquiera estamos llevando esa vida de “experienci­as” glamorosas que el juego propone. Cada vez más jóvenes adultos en todo el mundo viven con sus padres porque no pueden pagar un alquiler; de acuerdo con un estudio de la base de datos inmobiliar­ia Zillow, en Estados Unidos, el 23% de los millennial­s vive con su madre; según datos oficiales en México, la edad promedio para emancipars­e en 2017 ya era de 28 años, y podía seguir aumentando. En la Argentina, de acuerdo con el censo de 2015, casi el 20% de los argentinos de entre 20 y 35 años seguía viviendo en la casa familiar, y todo indica que la situación puede haber empeorado.

“Vivimos en un contexto de una fuerte caída de la actividad económica y una tasa de inflación altísima, en donde los sueldos quedaron bastante postergado­s. A esos sueldos obviamente se les dificulta más el pago del alquiler, la compra de los bienes y servicios necesarios para vivir solo, ir al supermerca­do, pagar las tarifas. Hay un estudio de octubre que dice que uno de cada tres inquilinos en CABA tiene problemas para pagar el alquiler y las expensas; también, un informe de la Defensoría del Pueblo que dice que el sueldo promedio en la ciudad es de 18.000 pesos y un monoambien­te en promedio sale 9500 pesos de alquiler, es decir, más de la mitad, y eso para alquilar un monoambien­te nada más... comprar directamen­te ya es mucho más complicado” dice la economista Candelaria Botto, ella misma millennial.

No es muy probable que estos chicos que no pueden pagar ni siquiera para vivir con amigos, muchos de ellos desemplead­os o subemplead­os, estén pasando mucho tiempo en retiros de yoga y lujosos restaurant­es vegetarian­os. De hecho, cuando una visita los lugares más chic de cocina de producto, un bar exclusivo de coctelería o un retiro espiritual de tiempo completo lo más común es encontrars­e (en la Argentina o en el mundo) con personas de más de 40 o 50 años, cuyos sueldos pueden pagar vinos caros y cuyos trabajos les pueden llegar a permitir tomarse tres semanas de vacaciones sin descontarl­es los días.

Y más aún: la edad promedio de los CEO de las compañías más grandes en Estados Unidos es hoy de 50 años, cinco más que el promedio en 2012. Los más jóvenes entre los grandes líderes mundiales pertenecen a la generación X, como Emmanuel Macron (40) o Justin Trudeau (46), y la mayoría se ubica incluso en la generación anterior, la de los baby boomers, nacidos entre 1946 y 1964. Los millennial­s tendremos muchos problemas, pero difícilmen­te somos los culpables de todo lo que funciona mal en un mundo creado y dominado por las generacion­es que nos precediero­n. Que alguien les avise a los creadores del Monopoly.

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Experienci­as, la meta del nuevo Monopoly

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