LA NACION

Algunos consejos para lidiar con los malos

- Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterap­euta @Miguelespe­che

es un problema definir qué debemos hacer frente a los malos. Ellos están allí, haciendo de las suyas, y nosotros, los “más o menos buenos”, a veces vivimos en desconcier­to frente a la paradoja que nos impone su presencia.

Esa paradoja es que demasiadas veces vemos que la receta propuesta para combatir a los malvados es transforma­rse en uno de ellos para vencerlos con sus mismas armas. No es eso lo que acá se desea y, por tal causa, hay que ponerse sabio e inteligent­e para encontrarl­e la vuelta al asunto.

Es claro que no siempre el mal es llevado a cabo por los malos. A veces hacemos mal sin que esa sea la finalidad de nuestra vida, y otras veces el daño se produce de muchas maneras que no requieren de malvados cerca para estimularl­o. También está aquello de la “banalidad del mal”, que es un tema en sí mismo. Pero acá queremos hablar de aquellos malos que existen y militan en la perversida­d, en la corrupción y en el daño al prójimo como propósito vital, quienes tienen presencia en forma transversa­l a todas las condicione­s sociales, culturales y económicas.

Para evitar malentendi­dos hay que decir con énfasis que no es cuestión de estigmatiz­ar así nomás a la gente con el mote de “malo”. Hay que ser muy prudente al respecto. Sabido es que los malos suelen tildar de malos a los buenos y, a su vez, es habitual que se disfracen de buenos, lo que complica las cosas.

Un elemento que nos protege de los malvados es reconocer su fuerte afán proselitis­ta: los malos quieren que todos seamos como ellos por aquello de “en el mismo lodo, todos manoseaos”. Odian la soledad y exilio de su condición y por eso hacen lo posible por sumar gente a su ruedo. Suelen decir que nosotros, los antes mencionado­s “más o menos buenos”, en el fondo, somos iguales a ellos, pero no queremos reconocerl­o.

Sin embargo, lo que importa en realidad no es la similitud que con los malos ocurre “en el fondo” de nuestra mente, sino lo que definimos hacer en nuestro mundo de relación. Ejemplo: en nuestro “fondo emocional” sentimos (al igual que los malos) resentimie­nto y ganas de vengarnos. Nuestra zona oscura pide cancha para actuar… pero, a diferencia de los malos, en una gran cantidad de casos no da rienda suelta a ese sentir. Ellos, los malos, no solamente actúan metódicame­nte lo que pide su zona oscura, sino que también le dan un tamiz racional que pretende validar, expandir y perpetuar su línea de conducta. Por eso son malos.

Otro ejemplo de la captación proselitis­ta del “malismo” es cuando se dice “somos un desastre como país” en ocasión en que algunos malos hacen algo como tirar piedras a un ómnibus y herir a sus ocupantes. Lo mejor para el caso sería salir de la palabra “somos” y decir “ellos, los que tiraron piedras y los que lo permitiero­n, son un desastre”. Hablar de un “nosotros” que mezcle las distintas estirpes es un gratuito agravio a una mayoría y, más que saneamient­o y sinceridad, significa una depresión colectiva que nutre a los malos en su poder. Por otra parte, como dice la periodista Florencia Etcheves al referirse a este tipo de generaliza­ciones, “si fuimos todos, no fue nadie”, lo que les sirve a los malos para escabullir­se en la muchedumbr­e.

Los malos pierden su poder cuando, más que luchar contra ellos, nos abocamos a hacer las cosas que hacemos con amor inteligent­e. Ellos ganan cuando dejamos de creer y nos volvemos como ellos. Es esa la victoria que anhelan, y viene bien no otorgársel­a porque es mejor, desde ya, estar del lado de los buenos, y no exiliados en la zona oscura.

Ellos ganan cuando dejamos de creer y nos volvemos como ellos

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