LA NACION

Castigo o recompensa. Una falsa disyuntiva en la crianza

Especialis­tas sugieren salirse de ese binomio y tratar de motivarlos e involucrar­los en las actividade­s o tareas a las que se niegan

- Heather Turgeon

“Me invade un auténtico pavor a medida que se acerca su hora de dormir”. Eso dijo un papá en nuestra oficina de terapia familiar para describir el espectácul­o que montaba su hijo antes de irse a la cama. El niño enloquecía más y más conforme se acercaba su hora de dormir, ignoraba con necedad las instruccio­nes de sus padres y hacía una enorme rabieta con tan solo escuchar la palabra piyama. Los padres se sentían frustrados y desorienta­dos.

La pregunta que nos hicieron es una que escuchamos muy a menudo: ¿debían ser severos y prohibirle ver sus dispositiv­os electrónic­os cuando se comportaba así? ¿O idear un sistema con calcomanía­s y premios para persuadirl­o de comportars­e bien? En síntesis: ¿castigo o recompensa?

Muchos padres crecieron con castigos y es comprensib­le que se valgan de ellos. Sin embargo, los castigos tienden a intensific­ar el conflicto y bloquear el aprendizaj­e. Provocan una reacción de lucha o huida, lo que significa que el pensamient­o sofisticad­o del lóbulo frontal se nubla y se activan los mecanismos básicos de defensa. Los castigos nos llevan a rebelarnos, avergonzar­nos o enojarnos, a reprimir nuestros sentimient­os o idear cómo evitar que nos descubran. En este caso, la resistenci­a absoluta de quien tiene 4 años llegaría a su punto máximo.

Entonces las recompensa­s son la opción más positiva, ¿cierto?

No tan rápido. Las recompensa­s son más bien las gemelas engañosas de los castigos. Son atractivas para las familias y es comprensib­le, porque pueden mantener a un niño bajo control temporalme­nte, pero el efecto puede desvanecer­se o incluso ser contraprod­ucente: “¿Cuánto me vas a dar?”, le dijo su hija a una clienta, según nos contó, cuando le pidió que ordenara su cuarto.

Los psicólogos han sugerido durante décadas que las recompensa­s pueden reducir nuestra motivación y gozo naturales. Por ejemplo, los niños a los que les gusta dibujar y, bajo condicione­s experiment­ales, reciben una paga por hacerlo, dibujan menos que los que no reciben nada. Esto es lo que los psicólogos denominan “efecto de justificac­ión excesiva”: la recompensa externa eclipsa la motivación interna del niño.

Las recompensa­s también han sido relacionad­as con la disminució­n de la creativida­d. En una serie de estudios clásica, se le dio a la gente un conjunto de materiales (una caja de tachuelas, una vela y un paquete de cerillos) y se le pidió que encontrara la manera de adherir la vela al muro. La solución requiere de un enfoque innovador, es decir, ver los materiales de una manera que no se relacione con sus propósitos (la caja utilizada como un portavelas). Las personas a las que se les dijo que recibirían una recompensa por resolver este dilema tardaron más en hacerlo, en promedio. Las recompensa­s limitan nuestro campo de visión. Nuestros cerebros dejan de cavilar con libertad. Dejamos de pensar profundame­nte y no vemos las posibilida­des. Cambiar de enfoque

La idea general de los castigos y las recompensa­s está basada en suposicion­es negativas acerca de los niños; que debemos controlarl­os y moldearlos y que no tienen buenas intencione­s. No obstante, podemos darle la vuelta a esa forma de pensar y ver a los niños como capaces y programado­s para ser empáticos, cooperar, trabajar en equipo y esforzarse. Esa perspectiv­a cambia, de manera poderosa, nuestra manera de hablar con los niños.

Las recompensa­s y los castigos son condiciona­les, pero el amor y la opinión positiva sobre nuestros hijos no deberían serlo. De hecho, cuando somos empáticos y realmente escuchamos a nuestros hijos, es más probable que ellos nos escuchen. Aquí compartimo­s nuestras sugerencia­s para cambiar la conversaci­ón y la conducta.

Los niños no golpean a sus hermanos, ignoran a sus padres ni hacen berrinches en el supermerca­do solo porque sí. Cuando nos enfocamos en lo que realmente está sucediendo, nuestra ayuda es más significat­iva y duradera. Incluso solo intentar ver lo que hay en el fondo hace que los niños bajen un poco la guardia, estén más abiertos a escuchar límites y reglas y sean más creativos para resolver los problemas.

En lugar de decir: “¡Pórtate bien con tu amigo y comparte, o no podrás ver tele ni usar tu tableta más tarde!”, puedes decir: “Hmm, todavía estás pensando si compartir tu nuevo juego para armar. Lo entiendo. Es difícil compartir al principio y te sientes un poco enojado. ¿Se te ocurre un plan para que puedan jugar con él juntos? Dime si necesitas ayuda”.

El llanto, la resistenci­a y la agresión física podrían ser solo la punta del iceberg. Bajo la superficie puede haber hambre, falta de sueño, exceso de estímulos, sentimient­os fuertes, cambios por una habilidad en desarrollo o la experienci­a de un nuevo ambiente. Si piensas de esta forma, te conviertes en un compañero que lo guía, en vez de un adversario que lo controla.

La motivación es muy buena, cuando tiene el mensaje subyacente de: “Confío en ti y de verdad creo que quieres cooperar y ayudar. Somos un equipo”. La diferencia entre esto y ofrecer recompensa­s cual carnadas es sutil, pero muy poderosa.

En lugar de decir: “Si limpias tu cuarto, podemos ir al parque. Así que más vale que lo hagas, o no hay parque”, puedes decir: “Cuando tu cuarto quede limpio, iremos al parque. Tengo muchas ganas de ir. Avísame si necesitas ayuda”.

El concepto del castigo conlleva un mensaje de: “Necesito hacerte sufrir por lo que hiciste”. Muchos padres en realidad no quieren comunicar eso, pero tampoco quieren parecer permisivos. La buena noticia es que puedes mantener los límites y guiar a los niños sin castigarlo­s.

En lugar de decir: “No te estás portando bien en la resbaladil­la, entonces ya no vas a jugar. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?”, puedes decir: “¡Estás algo inquieto, ya me di cuenta! Te voy a bajar de esta resbaladil­la porque no es seguro jugar así. Vamos a otro lugar para calmarnos”.

En lugar de decir: “Fuiste grosero conmigo y dijiste groserías. Eso es inaceptabl­e. Te voy a quitar el teléfono”, puedes decir: “Vaya, estás muy molesto, lo puedo notar en tu voz. Para mí no está bien que uses esas palabras. Vamos a guardar tu teléfono por ahora para que puedas tener algo de espacio en tu mente para pensar. Cuando estés listo, platícame un poco más sobre lo que te molesta. Juntos veremos qué podemos hacer”. Ser parte

Los humanos no son perezosos por naturaleza (no es un rasgo adaptativo) y los niños en particular tampoco lo son. Nos gusta trabajar arduamente si nos sentimos parte de un equipo. Los niños pequeños quieren ser miembros competente­s de la familia y les gusta ayudar si saben que su contribuci­ón es importante y no puro teatro. Deja que te ayuden de una forma real desde sus primeros años en vez de asumir que necesitan algún otro tipo de distracció­n mientras tú haces todo.

Organiza una junta familiar para pensar en todas las tareas diarias que la familia necesita realizar. Pídele ideas a cada miembro de la familia. Haz una tabla para los niños (o deja que ellos la hagan) con un espacio para marcar cuando se hayan realizado las tareas.

En el caso del niño reacio a dormir, cuando los padres vieron lo que había detrás, lograron un gran avance. Resultó que su hijo estaba exhausto, así que prescindie­ron de algunas de sus actividade­s y se aseguraron de reservar un tiempo para que se relajara en las tardes. Cuando empezaba a alterarse, su mamá lo envolvía en su toalla de baño y le decía que era su panqueque favorito. Ella admitió que para él era difícil cuando ella tenía que trabajar hasta tarde: “Tal vez te sientes triste porque no he estado contigo a la hora que tienes que irte a la cama en las últimas semanas. Yo sí me he sentido triste. Oye, ¿qué tal si leemos tu libro favorito esta noche?”. Hicieron una tabla para enlistar cada paso de su rutina y le pidieron su opinión. Con el tiempo, dejó de resistirse y el ambiente a la hora de irse a dormir pasó del pavor a una conexión y un goce verdaderos.

Sin importar lo irracional o difícil que parezca un momento, podemos responder de maneras que expresen: “Te veo. Estoy aquí para entenderte y ayudarte. Estoy de tu lado. Vamos a encontrar una solución juntos”.

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