Menos disruptivo que en otras cumbres, Trump mostró otra cara
No agravó las tensiones comerciales con China y la UE; evitó polémicas y no se reunió con el príncipe saudita
Donald Trump fue menos Trump que las últimas cumbres. Lejos de dar la nota o tuitear enfurecido como en otros encuentros internacionales, el presidente norteamericano tuvo una presencia menos disruptiva en la Cumbre del G-20, que ayer terminó en Buenos Aires.
Una de las actuaciones más memorables de Trump fue la cumbre del G-7, que se celebró en junio pasado en Canadá, donde el presidente protagonizó un desaire con sus aliados. Ese encuentro dejó como postal la famosa foto en la que se lo ve sentado, de brazos cruzados, mientras sus pares de Alemania, Gran Bretaña, Japón, Francia, Canadá y más están parados a su alrededor.
La Cumbre del G-7 finalizó en llamas. El grupo de países más industrializados anunció que había consensuado un comunicado conjunto para tratar de evitar una escalada proteccionista, tras dos días de reuniones muy difíciles por el giro aislacionista de Estados Unidos.
Pero el presidente se fue del evento y desató el caos cuando tuiteó que el premier canadiense, Justin Trudeau, era “deshonesto y débil” y que Estados Unidos retiraba su respaldo al comunicado final.
En Buenos Aires el clima fue distinto: Trump esta vez no llamó la atención y se mostró mucho más conciliador.
No agravó las tensiones comerciales: hizo una tregua en la guerra comercial con China y logró firmar en Buenos Aires un nuevo acuerdo de libre comercio, una victoria de Trump que derribó el Nafta, que estaba vigente desde 1994.
También tuvo un cálido encuentro bilateral con la canciller alemana, Angela Merkel, con quien había discutido en otros encuentros.
El presidente además evitó una reunión con el polémico príncipe heredero, Mohammed ben Salman de Arabia Saudita, al que en varias ocasiones había defendido fervientemente. La CIA concluyó que el príncipe heredero jugó un papel en el asesinato del disidente saudita Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul, en octubre.
Trump dio la nota en otros encuentros multilaterales. En la cumbre de la OTAN, en julio pasado, el presidente fiel a su estilo populista, lanzó una andanada contra Alemania antes incluso de que arrancara el encuentro de jefes de Estado y de gobierno de la Alianza en Bruselas.
El presidente acusó a la principal potencia de la UE de ser “cautiva de Rusia” por su dependencia energética de Moscú. Y añadió más leña al fuego al sugerir a los aliados que gasten un 4% de su PBI en defensa, pese a que la actual meta del 2% resulta ya difícil de alcanzar.
Luego, en el segundo día de la cumbre, volvió a poner sobre la mesa el único tema que parece interesarle de la OTAN: por qué Estados Unidos gasta miles de millones en defender a Europa y esta se lo paga con un enorme déficit comercial. Trump interpeló directamente a la canciller, a la que se dirigía poco diplomáticamente como “vos, Angela”, y mencionó también a otros países que no destinan el 2% de su PBI a la OTAN como quiere el presidente. Les exigió a Alemania, Francia, España y Bélgica que alcanzaran ese porcentaje en enero del año próximo, algo materialmente imposible, para subir luego hasta el 4% del PBI.
En noviembre pasado, el jefe de la Casa Blanca volvió a causar desconcierto en París por un acto de los cien años del fin de la Primera Guerra Mundial, cuando se negó a asistir a una ceremonia en homenaje a los soldados estadounidenses caídos en esa guerra. Trump debía visitar el campo de batalla de Belleau y el cementerio estadounidense adyacente, a unos 100 kilómetros de París. Pero desistió al argumentar las condiciones inclementes del tiempo. La decisión, considerada una “falta de respeto” a la memoria de los caídos en la Primera Guerra, desató la ira de sus descendientes que se habían desplazado hasta ese predio.