Un tibio consenso en una cumbre que no incomodó a los autócratas
Luisa Corradini
Mauricio Macri puede estar satisfecho. Después de meses de esfuerzo y planificación, el G-20 que concluyó ayer en Buenos Aires podría ser calificado de “éxito”, teniendo en cuenta la ausencia de sobresaltos, la espada de Damocles que pendía sobre sus resultados y, sobre todo, porque hubo un comunicado final.
Contra toda previsión, los líderes de los 20 países más industrializados del planeta firmaron ayer ese documento que –si bien en términos pasablemente tibios– reafirma el compromiso de todos a respetar el multilateralismo comercial y un “orden internacional basado en reglas”. Para que esto fuera posible, sin embargo, el texto tuvo que reclamar el inicio de urgentes reformas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y, sobre todo, omitir una condena explícita al proteccionismo: exigencia de Estados Unidos, y particularmente de su presidente, Donald Trump.
Negociado palabra por palabra por los sherpas de cada país, ¿ese resultado fue acaso obra de la decisión de la presidencia argentina de obtener consenso sí o sí? ¿O quizás una voluntad común de los grandes líderes del planeta de terminar con la imagen de caos e inestabilidad de las relaciones internacionales que, desde hace varios años, aquejan al mundo no solo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, sino también con el papel perturbador de Rusia en la guerra de Siria y la crisis ucraniana?
En todo caso, ese comunicado final representa un buen compromiso, que no solo evitó las partidas extemporáneas, las acusaciones absurdas y los enfrentamientos inútiles de otras cumbres, sino también poner en peligro la supervivencia misma del G-20, como foro capaz de mantener la estabilidad global de la economía.
A esa voluntad de consenso se deben seguramente otras grandes omisiones del comunicado: la mención a la delicada cuestión de las crisis migratorias, la acogida a los refugiados y, sobre todo, la voluntad de progresar en las necesarias medidas para terminar con el cambio climático.
Con respecto a la cuestión migratoria, los negociadores norteamericanos se opusieron hasta último momento incluir una referencia a las organizaciones multilaterales que se ocupan de la cuestión y, sobre todo, a la responsabilidad de los países ricos de mitigar el costo humano.
La delegación norteamericana también se opuso enérgicamente a toda referencia a “un orden internacional basado en reglas”. Para ellos, el sistema actual, gobernado por la OMC y el FMI, está organizado en contra de Estados Unidos y ha permitido a China utilizar prácticas comerciales injustas, impunemente. Únicamente aceptó la alusión a la reforma de la OMC e incluir la controvertida frase, exigencia de los otros miembros del G-20.
Pero todo parece indicar que los socios de Estados Unidos en la escena internacional comienzan a habituarse. Según una fuente de la delegación francesa, esta edición del G-20 fue “realmente particular”. El año pasado, “en Hamburgo, había una suerte de inocencia colectiva frente a Trump, pues todos aún creían que podían convencerlo”, confió.
Anoche, mientras todos esperaban los resultados de la comida entre Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping y el resto cerraba sus valijas, los especialistas se dedicaron a su deporte favorito: hacer el balance de quién regresaría a su país con el mejor resultado personal.
El paria que no lo fue
Y el primero de ellos será, sorpresivamente, Mohammed ben Salman. Acusado por todos los servicios de inteligencia occidentales de haber ordenado el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en Estambul, y las ONG de derechos humanos de crímenes de guerra en su aventura militar en Yemen, el príncipe heredero saudita debía ser el paria del G-20.
Por el contrario, MBS –como se lo conoce– fue objeto de numerosas atenciones y pareció lejos de estar aislado. Prueba de ello los gestos de franca camaradería que le manifestó el viernes el presidente ruso, Vladimir Putin, y los consejos paternales prodigados por Emmanuel Macron, ambos ante las cámaras. Todo se explica: el precio del petróleo estuvo suspendido durante semanas a un eventual acuerdo entre Moscú y Riad. Por su parte, Francia es el tercer exportador de armas hacia Arabia Saudita. ¿Cómo enemistarse con la monarquía?
Tampoco regresará insatisfecho el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que se dio el gusto de rechazar la entrevista que le había pedido el príncipe Mohammed, para explicarle probablemente que no tuvo nada que ver en el horrible descuartizamiento del pobre Khashoggi. Con esa actitud inconmovible, Erdogan sigue siendo fiel a su objetivo principal: convertirse en el nuevo sultán del mundo sunnita.
El presidente ruso, por su parte, tampoco pierde jamás. Criticado por todos en Occidente por haber desatado una escalada militar con Ucrania en el Mar del Norte, oficialmente desairado por Trump, que anuló la prevista reunión bilateral entre ambos, el líder del Kremlin –imperturbable y fiel a sí mismo– hizo todo lo posible para irritar al jefe de la Casa Blanca e ignorar a los europeos. Anunció y mantuvo, por ejemplo, una “importante reunión” con MBS para evocar cuestiones energéticas, pero también un aumento de las inversiones sauditas en Rusia. Y siguió manteniendo en detención a los marinos ucranianos que capturó en el Mar de Azov durante toda la cumbre en Buenos Aires.
En medio de esa competencia eterna que se repite en cada cumbre entre personalidades de vanidades desmesuradas, los europeos –Francia, Italia, Holanda, Gran Bretaña y la Unión Europea (UE)– intentaron salvar las apariencias obteniendo por lo menos 19 firmas a favor de los acuerdos sobre cambio climático de París.
En ese sentido, en su conferencia de prensa final, Macron trató de ponerle buena cara al mal tiempo, declarando: “Francia, con otros 18 países del G-20, ratificaron los objetivos de la COP21”. Léase: menos Estados Unidos. Es poco, pero con Donald Trump en la Casa Blanca, ya es más que suficiente.