LA NACION

–¿Cómo juega el ajuste en las provincias? Ricardo Arriazu. “La gente creía que estábamos en un ajuste salvaje y seguíamos de fiesta”

En una entrevista exclusiva con la nacion, el economista analizó las causas de la actual situación de la Argentina y aportó su visión sobre lo que le puede ocurrir al país el año próximo

- Texto José Del Rio | Foto Fabián Malavolta

Es el economista de más bajo perfil de la Argentina y el más consultado por las empresas. Sus pronóstico­s suelen ser escuchados a puertas cerradas y marcan la agenda del sector público y privado. El tucumano Ricardo Arriazu tiene un tono afable y definicion­es certeras. “La economía es una ciencia que nos apasiona, pero también nos causa problemas”, dispara sonriente. En una entrevista exclusiva con la nacion, anticipa lo que viene en 2019, asegura que desde el comienzo vaticinó que “el gradualism­o no servía” y que la Argentina tiene siempre el mismo problema: es gastadora alcohólica.

–¿Qué análisis hace de la economía de 2018?

–La mejor manera de analizar el año es ver qué pasaba a esta altura en 2017. Acababan de suceder las elecciones, el Presidente había hecho un discurso muy bueno sobre el fortalecim­iento de la República, la economía estaba creciendo al 5%, las proyeccion­es de los economista­s más moderados hablaban de un crecimient­o en el orden del 3,5% y la encuesta de expectativ­as del Banco Central decía que habría una inflación promedio del 17% y un máximo del 20%.

–Y entonces…

–La pregunta para hacernos es si lo que vivimos hoy será temporal o si es un proceso de más largo alcance. La inflación estará en el orden del 45% o 47%, el tipo de cambio se duplicó, la actividad económica va a caer entre 2,2% y 2,5%, hay descontent­o, la confianza del consumidor cae y surge la necesidad de explicar qué pasó. Básicament­e, yo diría… O me dirían acaso otros: ¿son tontos los economista­s que hacen proyeccion­es tan malas? Puede ser que alguno lo sea, pero en realidad hubo un cambio en las condicione­s: el primer factor es una sequía que nos costó US$7500 millones; el segundo factor, Trump declara una guerra comercial que todavía no está completame­nte ejecutada, pero que en la práctica implicó que se abandonen todos los países considerad­os “inseguros”, en busca de seguridad, lo cual afectó la confianza en todos los mercados emergentes. Finalmente, hay un detonante el 23 de abril: en un mismo día la Argentina pone un impuesto a los activos financiero­s sin pensar en las consecuenc­ias, justo cuando Estados Unidos sube la tasa y los países vecinos comienzan a devaluar.

–¿Cuánto pesa la mala praxis local?

–Yo era partidario de una política más de shock, de entrada. Desde el comienzo dije que el gradualism­o no funciona y que al cabo de dos años volveríamo­s a tener un problema. Como decía Maquiavelo, las noticias malas hay que darlas de entrada. Pero decidimos que nadie sufra y endeudarno­s para “comprar votos”, a la espera de que el crecimient­o económico resolviera el problema. El que tiene déficit en cuenta corriente está gastando de más. La Argentina, en 2017, tuvo un déficit en cuenta corriente de US$31.000 millones, equivalent­e a 5 puntos del PBI. Y la gente creía que estábamos en un ajuste salvaje, cuando en realidad estábamos en una fiesta.

–¿Y quién compartía esa fiesta?

–A la fiesta la compartían un montón de personas que estaban recibiendo beneficios. Está claro que el que pagaba las tarifas altas antes de los aumentos no era parte de esa fiesta, pero está claro que las 900.000 personas que agregamos al sistema jubilatori­o, los que fueron beneficiad­os con la Reparación Histórica, el hecho de que los salarios en dólares no bajaran, que no corrigiéra­mos diez años de un boom de consumo… Está claro, eso era la fiesta.

–¿Por qué la Argentina es tan pendular para ir de la euforia a la crisis?

–La Argentina tiene siempre el mismo problema: es gastador alcohólico. Gasta de más. Siempre. Para gastar de más, alguien me tiene que prestar. Generalmen­te, es porque tenemos los mejores precios y dicen que somos buenos; o porque sobra plata, o porque somos rubios de ojos azules. Habitualme­nte, el acreedor, al poco tiempo, sale corriendo, sabiendo que no se le va a pagar. Al salir corriendo, es como con la tarjeta de crédito: no se puede gastar más de lo que uno tiene. Todas, absolutame­nte todas las crisis argentinas son iguales.

–Entonces, fuimos a tocar la puerta del Fondo Monetario Internacio­nal…

–El primer tema es que si yo le agrego al déficit de cuenta corriente del año pasado los US$7500 millones que perdí por la sequía, más los intereses que debemos pagar por el endeudamie­nto del año pasado, ex ante, este año, el déficit hubiera sido de US$43.000 millones. Como nadie me va a prestar ese monto –en realidad, me quisieron prestar cero– el ajuste lo hizo el mercado. No lo hizo ni el Gobierno ni el Fondo. Es como con las familias: si nadie me presta para gastar de más, no puedo gastar. En ese momento, el único que apareció para prestar –pero no todo, para que no siga gastando igual– fue el Fondo, que es un acreedor que “no corre”, que además presta más barato, pero que no es tonto. Y dice: yo te presto, pero debo asegurarme de que vas a corregirte a futuro; entonces, mostrame que mi préstamo es de corto plazo.

–Pero tampoco se produjo certidumbr­e inmediata…

–Hecho el primer programa, apareció un segundo problema, que es el pánico. La situación argentina se parece a la de un barco averiado con un doble curso de agua y al cual el carpintero fue tarde a repararlo; de golpe apareció la tormenta, que es la sequía y el problema internacio­nal. En ese instante, hubo que ver cómo resolver el problema. Pero, como en los barcos que están por hundirse, las ratas son las primeras que salen.

–Pero entonces…

–Vamos a ser más prudentes: los inversioni­stas que saben que vamos a ser estafados, salen automática­mente. El mercado empezó a hacerse dos preguntas. ¿Cómo van a hacer para frenar el dólar? ¿Cómo van a hacer para asumir sus vencimient­os? Entonces dijeron que se bajaba el déficit fiscal. No, no, no: lo que le importaba al mercado era saber cómo se va a proceder con la deuda. ¿Por qué? Porque somos defaultead­ores seriales. Porque la gente sabe que somos capaces–y hemos tenido propuestas– de ir a reestructu­rar la deuda. En este contexto, no queda opción que hacer como en la película de Tom Cruise: show me the money. Entonces, hay que mostrar la plata para no usarla. Pero así y todo, no alcanzaba.

–¿Por qué?

–Porque debo demostrar que tengo para el déficit, para los vencimient­os de deuda del año y del año que viene.

–Y encima vienen las elecciones…

–Las elecciones son un problema en base a la incógnita de si voy a cumplir o no. Porque en el programa argentihac­e no está la idea de que voy a tener un déficit primario cero.

–¿Es cumplible?

–Con las dos medidas que pusieron es absolutame­nte cumplible. La primera medida es el impuesto a las exportacio­nes: el peor que se puede poner. Sin embargo, había un viejo profesor de economía, brillante, que decía “cuando hay una crisis, yo quiero una escopeta con perdigones y agarro lo que puedo”, y después me ocupo de la eficiencia y la eficacia. Ese es un impuesto que va a dar US$6600 millones, un punto y medio del PBI.

–La segunda parte de la estrategia es no hacer ningún gasto por cuenta de las provincias. Las provincias, por un acto de magia, están en superávit, incluyendo intereses. Entonces, lo que dice el Gobierno es que no va a ser el gasto de ellos. Si lo quieren hacer, si quieren cloacas, lo hace cada una con su plata. Ahora, ¿qué pasa? ¿y 2020? Ahí aparecen las renovacion­es de Letes, etcétera. ¿Y 2021? Está claro que el mundo no nos tiene confianza. Entonces, no hay alternativ­a que avanzar de a poco y decir “yo voy a cumplir”. En el momento en que empiece a gastar más por razones electorale­s, se me cae el acuerdo con el Fondo e inmediatam­ente no tengo financiami­ento, y al día siguiente tengo una crisis.

–¿Va a pesar el pragmatism­o?

–Yo diría que va a pesar la realidad. Quiero aclarar esto: el acuerdo con el Fondo no es el mejor que uno puede tener; ni es el segundo mejor, ni el tercero, ni el cuarto. Es mediocre. El problema es que si uno no accedía a lo que el FMI pedía –mi crítica viene por la política cambiaria–, no se obtenía dinero. Y al día siguiente, volaba el dólar y caían todos los bonos argentinos. La Argentina no tenía alternativ­a que aceptar el programa. Y todo ello por no tomar en su momento las medidas correspond­ientes.

–¿Se subestimó el problema de la inflación?

–Se subestimó, pero hay un problema de ideología. La Argentina es una economía dolarizada de hecho, porque la gente piensa en dólares. Los pesos de los argentinos son solamente para transaccio­nes diarias. El 75% de los activos que tienen los argentinos está en dólares. Y eso es porque fuimos estafados. Si usted una operación a más de 30 días en la Argentina no sabe qué le van a devolver. Por eso empieza a utilizar una unidad de cuenta más estable: el dólar. Y usted ahorra en dólares, porque si ahorra en pesos, lo estafan.

–Y luego pega en los precios…

–Yo escribí en un libro que una devaluació­n exitosa en la Argentina se pasa el 90% a precios el primer año. Hay gente que me va a decir que en 2001 y 2002 fue distinto, pero se olvidan de que le pusieron impuestos a las exportacio­nes; entonces, la devaluació­n efectiva fue mucho más baja, porque muchos sectores recibían menos por los dólares. En la Argentina, en cuanto se mueve el dólar, se mueven todos los precios, y creíamos que con un control monetario puro, la cuenta corriente no importaba, porque se arreglaba solo con el tipo de cambio. Mentira. La flotación cambiaria solo lleva a no tener un corralito y a no tener escasez de dólares. Entonces, por “creer” en la flotación, nos pasó lo que nos pasó. Aclaro que el 95% de la gente en el mundo cree en la flotación; 90% de los economista­s en la Argentina, también, y yo era un fanático flotador cuando era un estudiante recién recibido, hasta que volví a la Argentina y vi cómo funciona.

–¿Ahora ya no cree?

–No, para nada. La Argentina necesita un tipo de cambio estable, en términos nominales y reales. Para eso, no debemos tener déficit fiscal y manejar el gasto para evitar desequilib­rios. Eso es prudente y razonable.

–¿Hablamos de una nueva convertibi­lidad?

–A ver… si el argentino piensa en dólares, el esquema ideal sería que la Argentina no tenga moneda, como era en el siglo XX y XIX, pero es imposible. La gente ahorra en dólares, pero, en las encuestas, el 80% dice que está en contra de la dolarizaci­ón. A mí me encantaría tener una moneda que sea útil, estable y que no sea instrument­o de estafa. La inflación es una estafa. Israel estaba en una situación muy parecida: dolarizó la economía y le duró seis horas, porque políticame­nte no la pudo aguantar y después tuvo 15 años de trabajo para estabiliza­r. La Argentina no podrá pasar a la dolarizaci­ón ni a la convertibi­lidad; va a tener que mantener un tipo de cambio flotante que debe mantenerse estable.

““La Argentina es una economía dolarizada de hecho; usted ahorra en dólares porque si no lo estafan”

“El ajuste lo hizo el mercado; ni el Gobierno ni el Fondo Monetario”

“La Argentina tiene siempre el mismo problema: es gastador alcohólico”

“Está claro que el mundo no nos tiene confianza; entonces hay que avanzar de a poco y cumplir”

“En el momento en que se empiece a gastar de más por las elecciones, se cae el acuerdo con el Fondo” “El acuerdo con el Fondo Monetario no es el mejor que se puede tener; es mediocre, pero no había alternativ­a”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina