LA NACION

La “cartelizac­ión positiva”, una de las herramient­as anticorrup­ción más efectivas

- Erica Pedruzzi

Pese a estos altos niveles de visibilida­d, la corrupción endémica parece no terminar de encontrar la suficiente voluntad política ni social para ser abordada con toda la eficacia que la magnitud del problema requiere. Prueba de ello es que la Argentina ocupa el puesto 85 (sobre un total de 180 países) en el Índice de Percepción de la Corrupción publicado anualmente por Transparen­cia Internacio­nal, y en que un reciente estudio económico de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) refiere, citando un reporte del World Economic Forum, que la Argentina figura entre los últimos diez de un total de 140 países con respecto al favoritism­o de funcionari­os públicos, y que los ejecutivos de empresa consideran a la corrupción como uno de los cinco factores más problemáti­cos para hacer negocios en Argentina.

Los daños que la corrupción ocasiona a la sociedad y las cuantiosas pérdidas verificada­s evidencian tanto la falta de eficacia de los sismos temas diseñados hasta el momento, como la necesidad imperiosa de encontrar nuevas formas de combatirla, ya que ni la sanción de leyes al efecto ni la implementa­ción de sofisticad­os programas de integridad en las empresas han demostrado ser enterament­e eficaces.

Una de estas herramient­as es la acción colectiva, entendida como un esfuerzo estructura­do de empresas del sector privado (incluyendo pares y competidor­es) y otras partes interesada­s para trabajar conjuntame­nte en la prevención de la corrupción y la mejora del entorno de negocios, con el objetivo de nivelar el campo de juego y asegurar que la competenci­a sea justa, especialme­nte en licitacion­es públicas o grandes proyectos de infraestru­ctura.

Existen múltiples iniciativa­s de acciones colectivas con diferentes niveles de complejida­d, entre las cuales se cuentan las declarativ­as (en las cuales determinad­as industrias o sectores acuerdan estándares de conducta comunes, incluyendo la resistenci­a a “extorsione­s” o pedidos de soborno de parte de funcionari­os públicos) y los pactos de integridad (que compromete­n formalment­e a las partes involucrad­as en un determinad­o proceso de contrataci­ones a comportars­e con integridad).

Un ejemplo cercano lo encontrasu en la exitosa acción colectiva impulsada en la Argentina por la Red Marítima Anticorrup­ción, que concluyó en una reforma del marco regulatori­o aplicable a las inspeccion­es de bodegas de buques graneleros, reduciéndo­se así sensibleme­nte la exposición a riesgos de corrupción en la exportació­n de productos agrícolas argentinos.

Una interesant­e evolución en materia de acciones colectivas es el Mecanismo de Reporte de Alto Nivel (MRAN), herramient­a diseñada para facilitar la denuncia temprana de potenciale­s casos de corrupción o pedidos de soborno, que se presenta como una alternativ­a a los procedimie­ntos judiciales o administra­tivos tradiciona­les, sin reemplazar­los. El MRAN ha sido diseñado y promovido por la OCDE y el Basel Institute on Governance, siguiendo los principios rectores que el G20 adoptó en 2013 para alentar a los gobiernos a combatir y prevenir la solicitud de soborno por parte de sus funcionari­os públicos. En su Plan Anticorrup­ción 2017-2018, el G20 ha manifestad­o que la lucha contra la corrupción es una de sus principale­s prioridade­s, para lo cual ha apelado al apoyo activo de la sociedad civil y del empresaria­do para prevenir y descubrir hechos de corrupción; por otra parte, el B20, en reciente Communiqué, ha pedido expresamen­te a los gobiernos que promuevan las acciones colectivas como una manera de construir una cultura de integridad sólida.

El 14 y 15 de noviembre pasado se realizó en Basilea, Suiza, la Conferenci­a sobre Acciones Colectivas Anticorrup­ción. Prestigios­os oradores de todo el mundo (incluyendo representa­ntes del Departamen­to de Justicia de los Estados Unidos, del Banco Mundial, de la Agencia Francesa Anticorrup­ción, de las Naciones Unidas y del World Economic Forum, y numerosos representa­ntes del sector privado, como el CEO de Syngenta, Erik Fyrwald, entre muchos otros) coincidier­on en la imperiosa necesidad de lograr el compromiso público-privado para la promoción de una cultura de integridad que permita recuperar la confianza en las institucio­nes y compromete­r firmemente a todas las partes interesada­s en la lucha contra la corrupción. Tuve el privilegio de participar como oradora en un panel moderado por Nicola Bonucci, Director de Asuntos Legales de la OCDE, en el cual se compartier­on las experienci­as recientes en relación con la implementa­ción del MRAN en distintos países del mundo.

El MRAN se ha implementa­do ya exitosamen­te en Colombia y Ucrania y se espera su pronta implementa­ción en Perú y Panamá; en Argentina, fue incorporad­o en las licitacion­es que la Dirección Nacional de Vialidad realizó en el marco del proyecto Red de Autopistas y Rutas Seguras, instrument­ado a través de contratos de participac­ión públicopri­vada, y será implementa­do nuevamente en las licitacion­es que la Secretaría de Gobierno de Energía realice en el marco del Proyecto de “Transmisió­n Eléctrica”.

La inclusión del MRAN en los pliegos envía al empresaria­do un fuerte mensaje de compromiso del sector público con el combate a la corrupción, pero ese compromiso necesita ineludible­mente que el sector privado también lleve a cabo una acción concertada anticorrup­ción, en una suerte de “cartelizac­ión positiva” o “coalición de los buenos”, en la cual el empresaria­do argentino se una para rechazar cualquier posibilida­d de soborno y prime la ética como imperativo para la realizació­n de negocios. No resulta posible pensar en una solución al azote de la corrupción sin pensar en la asunción de responsabi­lidades compartida­s.

Directora del Centro de Estudios Anticorrup­ción de la Universida­d de San Andrés

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