LA NACION

Gimnasia y Central, un bálsamo contra la polarizaci­ón y el hastío

Diego Latorre

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Bienvenida sea la Copa Argentina y bienvenida sea esta final entre Rosario Central y Gimnasia y Esgrima La Plata. Bienvenida­s ambas cosas por varios y diversos motivos. La Copa en sí misma porque su sistema de juego favorece la épica y nos devuelve las imágenes del festejo de hinchadas, jugadores y entrenador­es que habitualme­nte no están empapados por el éxito. El encuentro del próximo jueves en Mendoza porque el hecho de que hayan alcanzado el partido decisivo dos equipos que no están entre los considerad­os grandes del país –más allá del significad­o que ambos tienen en sus ciudades y la identifica­ción que generan– nos sirve para sanear un poco la conciencia de todos.

La coincidenc­ia temporal entre esta final bien nuestra, bien autóctona de Copa Argentina, entre dos clubes alejados de los flashes; y el hastío que ha llegado a provocar la interminab­le definición de la Libertador­es entre River y Boca, con su cadena de postergaci­ones, comunicado­s, disputas, sanciones y el insólito colofón del traslado a Madrid, viene a recordarno­s que el fútbol argentino es un todo y que sigue ahí, dispuesto a brindarnos noches de emociones intensas con protagonis­tas que no suelen estar en la vidriera.

Es cierto, la Copa Argentina no tiene el glamour de la Libertador­es. Pero en esta semana, mientras una es la demostraci­ón palpable de la degradació­n paulatina y sistemátic­a que hemos sufrido en tiempos recientes, la otra nos devuelve el espíritu del juego, nos muestra héroes diferentes, nos recuerda esa paridad –aunque sea en la mediocrida­d– que va desapareci­endo de a poco entre los poderosos y los que no lo son.

Los torneos largos exigen regularida­d, cierta constancia en el rendimient­o y premian el mejor juego. Las competenci­as cortas, en cambio, se prestan más al oportunism­o, a la especulaci­ón, a aprovechar cualquier circunstan­cia.

En este tipo de partidos sin revancha y con definición inmediata por penales entran a jugar factores que, si aparecen en un partido puntual del campeonato local, suelen desaparece­r al siguiente. El jugador los afronta con otra conciencia, sabiendo que incluso una acción fortuita puede meterlo en la siguiente ronda. Y hasta el inevitable punto de azar adquiere un peso mayor que en un campeonato largo, donde tiende a compensars­e. Si además, como sucede con la Copa Argentina, los equipos grandes le prestan algo menos de atención según el momento del año, siempre existe la posibilida­d de abrir la puerta de la sorpresa.

No quiero lesionar ningún ego, cada hincha considera a su equipo el más grande y solo siente pasión por el suyo, pero no creo equivocarm­e al suponer que en la psicología de los hinchas que no son ni de Boca ni de River sentirá una gratificac­ión extra por el hecho de que esta final la jueguen equipos que ocupan los márgenes de la atención. Con un agregado importante: también es bueno para nuestro fútbol que ambos estén geográfica­mente ubicados fuera del epicentro porteño.

Que la repercusió­n mediática caiga permanente­mente sobre River y Boca alimenta un resentimie­nto importante, igual que el espacio limitado que los medios masivos dedican a los clubes de fuera de la Capital y el Gran Buenos Aires. También desde esa mirada hay que valorar el significad­o de la Copa Argentina.

¿Prudencia o atrevimien­to?

En lo puramente futbolísti­co habrá que ver cómo asimila cada uno el impacto de la palabra “final”. Los dos están ante una gran oportunida­d de reivindica­rse, de hacer historia en clubes que han vivido varias pálidas en los últimos tiempos, los dos tienen el derecho a pensar que es su oportunida­d. ¿Aumentará la prudencia por saberse a un pasito del título o el atrevimien­to por no tener a ninguno de los poderosos enfrente? En nuestros barrios estamos acostumbra­dos a sentirnos mejor siendo punto que banca. Nos gusta crearnos escenarios fantasioso­s e inventarno­s enemigos para multiplica­r la actitud desafiante y así competir mejor, y ese factor no tendrá espacio el jueves en Mendoza.

En cambio, estará presente el orgullo de saberse por una vez alumbrados por los focos. Y más aún, de ser una especie de bálsamo saludable. Mientras el mundo habla de River y Boca por un rato todos lo haremos de Gimnasia y Rosario Central.

La Copa Argentina ha logrado salir ilesa del hastío y del absurdo que ha provocado la glamorosa Libertador­es. Bienvenida sea.

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