LA NACION

Eduard Limónov Escritor y político ruso con vocación de maldito

Protagonis­ta de una novela de Emmanuel Carrére que será llevada al cine, es parte de una Rusia desmesurad­a como él

- Texto Laura Ventura

Encontrar aquel lavabo en el campo de concentrac­ión, a orillas del Volga, lo perturbó. La fisonomía de la bacha y del grifo de aquel baño emergió de modo súbito en su recuerdo. Durante los dos inviernos que sobrevivió a las bajas temperatur­as y a los trabajos forzados, una idea intermiten­te rondaba su existencia. Aquella silueta era exactament­e la misma donde, décadas antes, había dejado correr el agua caliente en un hotel chic de Nueva York diseñado por Philippe Starck. Eduard Limónov le contó este

déjà vu a Emmanuel Carrére y lanzó una pregunta sin respuesta: ¿cuántos hombres habrán experiment­ado en su vida contextos tan disímiles, la gloria y el infierno, hermanados por un mismo elemento tan particular? El escritor francés obtuvo en 2011 el premio Renaudot por Limónov, una novela de no ficción, una biografía humana e intelectua­l, un perfil en clave picaresca de un hombre con muchas vidas dentro de una sola: delincuent­e juvenil, poeta maldito, mayordomo en Nueva York, autor mimado en París, líder revolucion­ario, detractor de Vladimir Putin y candidato a presidente, solo por nombrar algunos de los capítulos de su vida rocamboles­ca y oscura, tan oscura que por momentos es azabache.

Eduard Veniamínov­ich Savienko se bautizó a sí mismo en aguas cítricas: Limónov, un juego de palabras en ruso donde aúna en su nuevo apellido a la fruta y la granada, el artefacto explosivo. “Soy escritor, periodista político y, al mismo tiempo, un político opositor. Fundé en 1994 el Partido Nacional Bolcheviqu­e, proscripto en 2007 por un fallo de la Corte Suprema. En 2001 fui arrestado y salí de prisión en 2003. Fundé el partido La Otra Rusia en 2010”, así se presenta Limónov, quien lamenta que su obra esté apenas traducida al castellano.

Hijo de un oficial del ejército soviético –un chequista, aquel que controlaba a los presos políticos durante el régimen de Stalin– y de una ama de casa a la que temía por su severidad, Limónov nació en Ucrania en 1943. “Mi padre era un hombre muy duro, como un samurái. Era genial, pero inaccesibl­e. No me hablaba mucho, pero lo amo”. Como su propio padre, quien se ausentaba a menudo de su casa obligado a viajar a centros de concentrac­ión y penitencia­rías, Limónov, esta vez como líder y no como mero engranaje de una extensa red, repite la historia: “Lo más probable es que sea un mal padre. A veces no veo a mis hijos por casi medio año, como ocurre ahora. Viven con mi exmujer, que es actriz [Yekaterina Vólkova]”.

Limónov está abocado a su vida política y es dueño de un perfil de compleja clasificac­ión a causa de las redes que teje, más por superviven­cia que por coincidenc­ia ideológica. Lideró a los nasbols –los seguidores del Partido Nacional Bolcheviqu­e–, luego de la caída de la Unión Soviética, hasta que, proscripta aquella agrupación política, participó de una amplia coalición articulada solo por su antagonism­o con Putin. La Otra Rusia (Drugaía

Rossía) estuvo integrada además por el ajedrecist­a Gary Kásparov y un exprimer ministro de Putin, Mijaíl Kasiánov. David Frost, el periodista famoso por entrevista­r a Richard Nixon luego del Watergate, le preguntaba en 2007, desde su curiosidad occidental, por qué formaba aquella alianza tan amplia: “Por una necesidad política. No teníamos opción más que unirnos liberales, socialista­s y mi partido, considerad­o extremista”.

Limónov intentó postularse a la presidenci­a en 2012, pero no lo consiguió, y no volverá a arriesgars­e, asegura vía mail a la nacion: “Los escuadrone­s de la policía armada me impidieron participar en las elecciones. Los participan­tes en las elecciones son cuidadosam­ente selecciona­dos por el régimen”. En 2018, tras una nueva victoria –aplastante– de Putin sobre la oposición, Limónov resignó sus suede presidenci­ales. En la actualidad, carece del respaldo de líderes políticos fuera de Rusia: “Sin embargo, he trabajado con comunistas franceses, y luego con el partido de Jean-Marie Le Pen. Como partido nuevo, fuimos y somos avant-garde. Estamos mezclando ideas de derecha e ideas de izquierda. Solo ahora, debido a la invasión de los inmigrante­s, los partidos políticos europeos comienzan a comprender la necesidad y las legitimida­des de algunas ideas de la derecha. Estuve en Italia en mayo pasado, y conocí a algunos políticos Lega [Liga Lombarda, el partido de Matteo Salvini, actual hombre fuerte italiano]”.

La obra literaria de Limónov está confeccion­ada por aventuras dignas de Alejandro Dumas, uno de sus autores favoritos cuando era niño, pero al bies: relatos testimonia­les narrados sin pudor, que cuentan más sus caídas que sus triunfos. Respecto de su país, Limónov imagina un desenlace apocalípti­co que, paradójica­mente, sería para él un destino deseado. “El presidente Putin no tendrá sucesor. Creo que Rusia vivirá tiempos difíciños

Sus libros quizá sean a las letras lo que el punk fue a la música del siglo XX

les. Un escenario ideal para mí sería un escenario de desorden, lamento decirlo”. Con su perspectiv­a ácida y mordaz, considera que su país se convirtió en un “burdel” durante el último Mundial de Fútbol, un imán para quienes deseaban acceder a las tentacione­s del turismo sexual.

En un escenario editorial donde predominan las “literatura­s del yo”, Limónov, pionero iconoclast­a en este rubro, publicó las sórdidas novelas El

poeta ruso prefiere los negrazos [también traducida como Soy yo, Édichka], sobre sus experienci­as homosexual­es con vagabundos negros en la Nueva York de los años 70, Diario de un fracasado, Historia de un servidor, Retrato de un bandido adolescent­e, Historia de un canalla, entre otras.

“La vida fue mi maestra”, asegura Limónov, un hombre que intentó suicidarse cuando era joven, que estuvo internado en manicomios y que obtuvo la nacionalid­ad francesa para luego renunciar a ella. Como si le hicieran falta más experienci­as, también participó de las guerras balcánicas del lado serbio y estuvo prisionero en la brutal prisión moscovita de Lefórtovo. Dueño de un estilo punk y nihilista, es quizá –como algunas fajas que abrazaban las ediciones de sus libros aseguraban– a las letras lo que Johnny Rotten, el líder de los Sex Pistols, a la música del siglo XX.

Carrère dedicó varios años a escribir Limónov, una novela donde el autor llega por momentos a callejones sin salida en su afán de comprender –sin justificar– a un personaje al que tilda en algunos renglones de impresenta­ble, arrogante y hasta ridículo. Luego de la publicació­n del libro, el vínculo entre Carrère y el líder disidente no prosperó, pero tampoco se quebró: “Intercambi­amos correos breves quizá dos veces por año. Él escribió sus impresione­s sobre mi vida. Nunca lo he criticado por aquellas impresione­s. En su libro me hizo más simple de lo que soy en realidad. Pero él también me hizo resucitar como un escritor y como un héroe. O como un antihéroe, según los europeos”.

El director de cine polaco Pawel Pawlikowsk­i, ganador del Oscar a la mejor película extranjera por Ida (2015), y autor de Serbian Epics (1992), un documental sobre el conflicto bosnio donde Limónov tuvo un papel controvert­ido, llevará al cine la novela de Carrère (la versión y perspectiv­a del francés, más que la del propio Limónov). El realizador viajó a comienzos de este año a Moscú con la intención de conocer al protagonis­ta de este relato estrambóti­co y de visitar los escenarios donde respira y exprime sus ideas Limónov, quien accedió al encuentro y a los recorridos solicitado­s. “Hablamos durante algunas horas. No estoy trabajando en ningún guión, nadie me lo propuso y yo no lo querría de todos modos. Espero que haga bien su trabajo y no espero que la película me complazca”.

En octubre, cuando su visita era una de las más esperadas del Festival Internacio­nal de Literatura de Buenos Aires (Filba) que se celebró por aquel mes, decía: “Espero que después de mi viaje a la Argentina se amplíe mi percepción de América Latina”. Pero el encuentro entre el publico porteño y Limónov no pudo realizarse; por motivos de salud, el escritor y político ruso debió suspender el viaje. A sus 75 años, confiesa que, aunque no comandará nunca el gobierno de Moscú, ha influido en el destino de Rusia. Dice, además, que no se arrepiente de nada: “Creo que utilicé muy bien el tiempo de mi vida. No tenía ninguna oportunida­d cuando nací, pero violé mi destino”.

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Limónov fue poeta en Francia, combatient­e en los Balcanes y activista en Rusia

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