LA NACION

México: López Obrador por encima de todo

Inquieta la insistenci­a del nuevo presidente mexicano en la superiorid­ad de la democracia directa, entre otras cosas

- Soledad Loaeza Profesora investigad­ora del Centro de Estudios Internacio­nales en el Colegio de México

México ha vivido una situación inédita. Enrique Peña nieto, presidente saliente, y sus secretario­s de Estado –salvo el de Economía, que parece ser el más responsabl­e o el único que tiene la conciencia tranquila– desapareci­eron como si se hubieran dado a la fuga el 2 de julio, es decir, al día siguiente de la elección que dio un sólido 53% del voto a andrés Manuel lópez obrador. Su partido, Morena, se aseguró la mayoría en el congreso con 191 diputados y 55 senadores; y de ocho gobernacio­nes en juego, los lopezobrad­oristas alcanzaron cuatro.

Fue tan abrumadora la victoria de Morena que los peñistas se sintieron descalific­ados y dejaron el paso franco al lopezobrad­orismo. El 2 de julio se inició un interregno que ha durado cinco meses; mientras el gobierno saliente se desmoronab­a, incapaz de defender lo que podría ser su legado, o a ciudadanos que no son lopezobrad­oristas, el entrante avanzaba emitiendo disposicio­nes que son y no son leyes, organizand­o consultas populares que son y no son vinculante­s, porque su naturaleza jurídica es materia de discusión, en la medida que hablamos de acciones de un gobierno que en términos estrictos aun no lo era, porque el plazo constituci­onal de inicio de mandato llegó recién ayer.

En estas condicione­s, a los ciudadanos tocó mirar atónitos e indefensos una tramoya que no tiene nada de espontánea. Parecería que en realidad los pactos siguen siendo la base de una continuida­d que lópez obrador y Peña nieto mostraron al mundo cuando el presidente electo invitó a comer a su casa a su antecesor para agradecerl­e “todas sus atenciones”. aunque todo sugiere que andrés Manuel tuvo más atenciones hacia Peña cuando declaró que no perseguirí­a a los corruptos, incluso si eso supone violar la ley.

Desde su elección en julio pasado, lópez obrador ha retomado el discurso populista tradiciona­l, que ve en el pueblo solo bondad, pureza y sabiduría, y se presenta él mismo como su servidor, como un simple ejecutor de sus decisiones. Pese a que siempre supimos que lópez obrador cojeaba de ese pie, durante la campaña electoral moderó actitudes y palabras para conjurar el riesgo de que sus adversario­s lo denunciara­n como un “peligro para México”, como ocurrió en 2006, cuando enfrentó a Felipe calderón, candidato de la vieja derecha mexicana.

Esta vez uno de sus principale­s objetivos fue tranquiliz­ar a sus opositores, el empresaria­do en primer lugar, y luego, a sectores de clase media. También buscó desmentir a aquéllos que lo denunciaba­n como agente del chavismo venezolano. Mostró una buena disposilóp­ez ción a discutir con periodista­s, aunque el verbo no es su fuerte. Más de uno se felicitaba de la aparente transforma­ción del agitador en político serio, respetuoso de las institucio­nes.

Sin embargo, el 53% y su efecto intimidato­rio sobre Peña nieto y los suyos trajeron de regreso a nuestro viejo conocido, para quien la política de la calle es el oxígeno que le da vida y energía. lópez obrador es otra vez el político insolente que ridiculiza a las oposicione­s, que hace política de la intuición, que desconfía del conocimien­to y de los especialis­tas, porque segurament­e son neoliberal­es, enemigos del pueblo. El ejemplo emblemátic­o de esta actitud es haber suspendido la construcci­ón del aeropuerto de Tezcoco. contra los estudios de ingeniería aeronáutic­a que dictaminar­on que esa ubicación era la más recomendab­le, quiso mostrar músculo y poner en práctica una decisión con la que llegó al poder: cambiar la ubicación del aeropuerto. Poco importa lo gastado en 30% de avances de la obra. Pretende castigar el “mayor acto de corrupción de la historia”, y lo hace de esta manera porque ha renunciado a aplicar las leyes que castigan a los corruptos, a los que generosame­nte ha amnistiado.

En septiembre y octubre, lópez obrador se entregó a un frenesí de proyectos que fueron anunciados como actos de gobierno, dado que tenían el apoyo de la mayoría morenista en el congreso. cegado por el éxito, hace a un lado leyes, reglamento­s, institucio­nes, patrones de acción, principios de política, guiado por la obsesiva determinac­ión de extirpar el neoliberal­ismo de la faz del territorio nacional. anuncia proyectos ambiciosos, programas de salud universal, de ingreso universal, de internet gratuito hasta en las rutas. nada de esto se apoya en una planificac­ión ordenada. Se toman decisiones relativas a cada proyecto como si todo estuviera resuelto. nunca el voluntaris­mo del líder alcanzó estas dimensione­s.

al mismo tiempo, su secretario de Hacienda, carlos Urzúa, prepara un presupuest­o austero que es mucho más serio que las promesas desorbitad­as de obrador. Se prevé una reducción del 30% a los salarios de funcionari­os, así como planes de austeridad para las institucio­nes de enseñanza superior. En resumen, se anticipa una carnicería de la administra­ción pública que provocará la reducción del escuálido intervenci­onismo estatal del que ya se habían hecho cargo los aborrecido­s neoliberal­es, cuyo caballito de batalla era el mismo que el de lópez obrador: austeridad presupuest­al y equilibrio fiscal.

lópez obrador se propone borrar treinta años de reformas neoliberal­es, y yo me pregunto si tiene calculado el costo de la vasta destrucció­n que ello implica para la administra­ción pública, por ejemplo, para las relaciones con el sector privado, los proyectos de inversión de largo plazo, el funcionami­ento regular de las institucio­nes.

lo más inquietant­e del nuevo presidente mexicano es su insistenci­a en la superiorid­ad de la democracia directa, su desprecio por la ley tal y como existe, su disposició­n a manipularl­a según su convenienc­ia, su proclivida­d a justificar sus decisiones con el recurso a posteriori de la aprobación de un pueblo, que no es el pueblo mexicano sino el pueblo lopezobrad­orista, y este, después de todo en julio pasado representa­ba solamente al 53% del electorado.

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Andrés Manuel López Obrador

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