LA NACION

Pelotas de fútbol, ajustes y corridas en la jornada final del encuentro

La secuencia agitada de conferenci­as de prensa y reuniones bilaterale­s marcó el ritmo en el interior de los pabellones de Costa Salguero

- Gabriel Sued

Con una pelota de fútbol entre las manos, Mauricio Macri acelera el paso por un corredor interminab­le, como los que conectan distintos pabellones de un aeropuerto. Rodeado por sus funcionari­os de confianza, se dirige de la zona roja, exclusiva para los mandatario­s, a una sala de conferenci­as del área amarilla, repleta de periodista­s que aguardan el mensaje de cierre de la cumbre. Lleva dos minutos de retraso.

Con otros protagonis­tas, la escena se repite durante tres horas. Entre las 14 y las 17 de ayer, el pabellón 5 de Costa Salguero, destinado a conferenci­as y entrevista­s, se convirtió en una pasarela por la que desfilaron los principale­s líderes del mundo. Casi a la misma hora y a pocos metros de distancia, podía escucharse al presidente de Francia, Emmanuel Macron; la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, y el presidente de Turquía, Recep Erdogan.

Todos llegaron con una pelota igual a la que traía Macri. Era un regalo del mandamás de la FIFA, Gianni Infantino. Esperó a los mandatario­s en el acceso del corredor que conduce al pabellón amarillo, con un balón y una camiseta personaliz­ada, con el logo del G-20 y el nombre de cada presidente. Una devolución de gentilezas: con el trato que solo reciben los jefes de Estado y sus funcionari­os, Infantino ocupó una sala de prensa y dio la charla principal de la mañana. La superposic­ión de conferenci­as fue un desafío para la organizaci­ón, que debía cumplir al pie de la letra los requerimie­ntos de las delegacion­es.

Casi al trote, una mujer de uniforme azul llevaba una bandera de Canadá. El gobierno de Justin Trudeau había pedido dos estandarte­s para la conferenci­a del primer ministro. A su vez, la delegación de Sudáfrica intentaba que la bandera luciera extendida sobre el mástil, un desafío para el personal de protocolo, que tuvo que enganchar una hilera de perchas escondidas debajo de la tela.

Con mástiles de madera brillosa, las banderas se guardaban en un pasillo ancho, detrás de la sala de conferenci­as, la que usó Macri para el mensaje de cierre.

En otro extremo del pabellón aparecía otro depósito reservado para las banderas bordadas, que se usan para las reuniones bilaterale­s. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, pidió usar la versión de lujo para su conferenci­a.

Geografía de la cumbre

Las reuniones bilaterale­s se desarrolla­ban en el pabellón 4, primera estación de la zona roja, que tiene otros tres sectores.

En el pabellón 3 se encontraba la pasarela donde el presidente argentino le dio la bienvenida al resto de los mandatario­s y donde se tomó la foto de familia. En el 2, la mesa circular donde se hicieron las reuniones plenarias. El 1 estaba reservado para el salón de retiro, donde los presidente­s se reunieron a solas, antes del comienzo formal de la cumbre.

No fue ahí donde se llevaron adelante las negociacio­nes para el comunicado de consenso. El pabellón clave fue el 6, destinado a los sherpas de las distintas delegacion­es. En ese sector, identifica­do con el color azul, la actividad no se detuvo durante la noche.

Las tratativas arrancaron a las 19 del viernes y se extendiero­n hasta las 13.20 del sábado. Solo hubo una pausa para un desayuno rápido.

En las últimas horas de la cumbre el ritmo de trabajo también fue frenético para los intérprete­s, en su mayoría mujeres.

En un cruce de pasillos, se juntaban para recibir indicacion­es de la jefa, que sostiene un mapa coloreado con las salas y actividade­s del pabellón. “Ahora que termina Macri tenemos Trudeau y May”, les recordaba. La conferenci­a del presidente argentino se tradujo a 15 idiomas.

Los intérprete­s trabajaban en cabinas ubicadas a cada lado del salón de conferenci­as número uno. Era el más grande de las enormes habitacion­es de durlock que ocupaban el pabellón de prensa. En la puerta del lugar, un encargado de la organizaci­ón daba una indicación a dos jóvenes de uniforme azul: “Hay que cuidar que los periodista­s no se lleven los auriculare­s”.

Cuando Macri terminó de hablar se fue por el corredor por el que había llegado. Se quedó rezagado Hernán Lombardi, el funcionari­o encargado de la organizaci­ón de la cumbre. En la solapa del saco lucía una medalla dorada, con el logo del encuentro, una llave que le abre las puertas a cada rincón del predio de Costa Salguero.

Con tres teléfonos celulares en la mano, Lombardi pedía a un asistente que lo comunicara con el brigadier Roberto Andriasen, responsabl­e de la operatoria en Aeroparque. Necesitaba autorizar un vuelo privado de un integrante de la delegación que lidera Mohammed ben Salman, el príncipe de Arabia Saudita. El nombre del mandatario se repite sin excepción en todos los salones de conferenci­as, al igual que las felicitaci­ones para la Argentina.

Detrás de ojeras marcadas por días de mal sueño, Lombardi parecía aliviado.

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