LA NACION

Levantar el muerto

Graciela Guadalupe

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“Es argentino... indiscipli­nado”.

(Del papa Francisco, respecto de un nene que irrumpió en el estrado durante una audiencia.)

José Ortega y Gasset tenía varias frases para definir el ser argentino. Muchas, elogiosas. Otras, bastante críticas. “El argentino resbala sobre toda ocupación o destino concreto”, decía quien nos veía como demasiado Narcisos, adoradores de un Estado rígido y de una soberbia por momentos ridícula. Tanto es así que dijo haber hallado aquí los casos más cómicos de vanidad.

No llegó tan lejos como Jorge Batlle, expresiden­te de Uruguay –ya fallecido– cuando opinó que los argentinos somos “una manga de ladrones, del primero al último”. Ni se despachó tan fuerte como el francés George Clemenceau, cuando nuestro país celebraba su centenario: “La Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernante­s dejan de robar cuando duermen”.

Tampoco nos dejó bien parados la aclaración que el papa Francisco le hizo al prefecto de la Casa Pontificia la semana pasada cuando quiso explicarle la irrupción de un nenito en el estrado donde se realizaba una audiencia. “Es argentino... indiscipli­nado”, susurró Bergoglio al oído del arzobispo Georg Gänswein, pero el micrófono lo tomó y lo oyeron todos. Más tarde, la mamá del nene le explicó que su hijo sufría de autismo, que no podía hablar. Bergoglio retomó entonces su definición de argentino para adaptarla a esa delicada situación, diciendo que el chico era “indiscipli­nadamente libre”.

Libre en demasía debe haberse sentido el matrimonio Macron al llegar al país para la Cumbre del G-20. Salvo la alfombra roja, no lo esperaba ningún otro protocolo al pie del avión. Macron y su mujer debieron contentars­e con saludar al personal aeroportua­rio que, para colmo, vestía chalecos amarillos, símbolo de las revueltas de quienes protestan por la suba de impuestos en Francia. Justo antes de subirse al auto oficial, los interceptó Gabriela Michetti, indignada por el blooper.

“Lo atamos con alambre” es la imagen que no vieron venir ni Ortega ni Clemenceau, y que tanto nos define como argentinos.

Por suerte, el G-20 después repuntó. Al final, le mostramos al mundo que los argentos tenemos asfalto para cancherear con un chou y disimular cuando carburamos mal. Que sabemos empilchar frente a los cogotudos para que no nos vean forfait. Que si hay una cumbre, acá todos somos gomías. Y que laburamos mucho para tapar momentánea­mente las matufias de modo de no quedar solaris cuando necesitamo­s vento. Porque acá, señores del G-20, hay que levantar el muerto.

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