La pantalla transformó un encuentro de líderes en un largo reality documental
El “festival de placas” de Crónica quedará como el episodio más visible, extremo y grotesco de una cobertura televisiva que dejará varios interrogantes entre nosotros por mucho tiempo. Cuando la Cumbre del G-20 ya sea historia, nos quedará la sensación de que para cierta pantalla “informativa” local lo más importante de la mayor reunión internacional jamás realizada en la Argentina pasa por el catering, los cortes de tránsito y las características especiales de los vehículos blindados puestos a disposición de los líderes mundiales participantes.
Tuvimos en el breve lapso de la Cumbre otra larga comprobación del teorema expuesto por Giovanni Sartori en el clásico Homo Videns, escrito hace ya 11 años. La tesis del gran pensador italiano es harto conocida. Dice que la televisión está obligada a dar cuenta con imágenes de lo que habla y, por lo tanto, la oferta televisiva queda reducida a aquéllos temas visualmente posibles. El corolario de esta tesis es demoledor: cuantas más explicaciones requiere la imagen, más insuficientes resultan. La imagen va por un lado; la capacidad de entendimiento, por el otro.
Por cierto, Sartori no se enojaría si observara por televisión durante la cumbre como la que concluyó ayer el despliegue de algunos detalles de color o la atención a curiosidades como el menú de la cena de gala. Dice en otro tramo de Homo Videns que la televisión “no debe ser exaltada en bloque, pero tampoco puede ser condenada indiscriminadamente”.
Pero sí podría irritarlo (o alegrarlo, como corroboración certera de su tesis) buena parte de lo que rodeó la cobertura televisiva de la cumbre. La llegada y la partida de las delegaciones, el desplazamiento de cada uno de los líderes sin otro comentario que el de los vehículos asignados para el transporte, los graphs y zócalos del estilo “Llega Fulano” o “Se va Zutano”, los tiempos muertos con la cámara fija a la espera del siguiente movimiento de alguna figura destacada. Una especie de tedioso e interminable reality documental, en el que lo único que importa es atrapar en el momento justo la imagen del paso de alguna cara importante por algún lugar. Y con el zócalo como única explicación. La impecable transmisión oficial de la gala en el Teatro Colón funcionó como la excepción de esta regla.
Tal vez en la preparación de un futuro encuentro de este tipo se encuentren los testimonios que dejan por estas horas los enviados de algunas cadenas internacionales (CNN, BBC), responsables por lo que puede verse desde el cable y la TV satelital de un trabajo ejemplar. Sobre todo porque le dieron prioridad todo el tiempo al análisis, a la interpretación, a la observación del contexto y a las proyecciones de la cumbre. No tuvo demasiado eco este tipo de enfoque entre nosotros. Solo LN+ y la TV Pública se preocuparon por hacer la disección y la interpretación de la cumbre porque eligieron darle prioridad a aquello que Sartori dice que le suele faltar a la tele: capacidad de abstracción.
En términos televisivos, muchos recordarán esta cumbre como la del “festival de placas” y dirán que ese desfile chacotero fue un “antídoto contra la solemnidad” y una manera “descontracturada” de asomarse a temas importantes. Pero no podrán decir ni una sola palabra sobre los ejes del debate entre los líderes, sus implicancias geopolíticas y los efectos que tendrán de aquí en más en la vida de cada uno de nosotros. Seguirán aferrados a una fórmula televisiva que cree ser “entretenida”, pero no hace más que mirarse el ombligo.