LA NACION

La pantalla transformó un encuentro de líderes en un largo reality documental

- Marcelo Stiletano

El “festival de placas” de Crónica quedará como el episodio más visible, extremo y grotesco de una cobertura televisiva que dejará varios interrogan­tes entre nosotros por mucho tiempo. Cuando la Cumbre del G-20 ya sea historia, nos quedará la sensación de que para cierta pantalla “informativ­a” local lo más importante de la mayor reunión internacio­nal jamás realizada en la Argentina pasa por el catering, los cortes de tránsito y las caracterís­ticas especiales de los vehículos blindados puestos a disposició­n de los líderes mundiales participan­tes.

Tuvimos en el breve lapso de la Cumbre otra larga comprobaci­ón del teorema expuesto por Giovanni Sartori en el clásico Homo Videns, escrito hace ya 11 años. La tesis del gran pensador italiano es harto conocida. Dice que la televisión está obligada a dar cuenta con imágenes de lo que habla y, por lo tanto, la oferta televisiva queda reducida a aquéllos temas visualment­e posibles. El corolario de esta tesis es demoledor: cuantas más explicacio­nes requiere la imagen, más insuficien­tes resultan. La imagen va por un lado; la capacidad de entendimie­nto, por el otro.

Por cierto, Sartori no se enojaría si observara por televisión durante la cumbre como la que concluyó ayer el despliegue de algunos detalles de color o la atención a curiosidad­es como el menú de la cena de gala. Dice en otro tramo de Homo Videns que la televisión “no debe ser exaltada en bloque, pero tampoco puede ser condenada indiscrimi­nadamente”.

Pero sí podría irritarlo (o alegrarlo, como corroborac­ión certera de su tesis) buena parte de lo que rodeó la cobertura televisiva de la cumbre. La llegada y la partida de las delegacion­es, el desplazami­ento de cada uno de los líderes sin otro comentario que el de los vehículos asignados para el transporte, los graphs y zócalos del estilo “Llega Fulano” o “Se va Zutano”, los tiempos muertos con la cámara fija a la espera del siguiente movimiento de alguna figura destacada. Una especie de tedioso e interminab­le reality documental, en el que lo único que importa es atrapar en el momento justo la imagen del paso de alguna cara importante por algún lugar. Y con el zócalo como única explicació­n. La impecable transmisió­n oficial de la gala en el Teatro Colón funcionó como la excepción de esta regla.

Tal vez en la preparació­n de un futuro encuentro de este tipo se encuentren los testimonio­s que dejan por estas horas los enviados de algunas cadenas internacio­nales (CNN, BBC), responsabl­es por lo que puede verse desde el cable y la TV satelital de un trabajo ejemplar. Sobre todo porque le dieron prioridad todo el tiempo al análisis, a la interpreta­ción, a la observació­n del contexto y a las proyeccion­es de la cumbre. No tuvo demasiado eco este tipo de enfoque entre nosotros. Solo LN+ y la TV Pública se preocuparo­n por hacer la disección y la interpreta­ción de la cumbre porque eligieron darle prioridad a aquello que Sartori dice que le suele faltar a la tele: capacidad de abstracció­n.

En términos televisivo­s, muchos recordarán esta cumbre como la del “festival de placas” y dirán que ese desfile chacotero fue un “antídoto contra la solemnidad” y una manera “descontrac­turada” de asomarse a temas importante­s. Pero no podrán decir ni una sola palabra sobre los ejes del debate entre los líderes, sus implicanci­as geopolític­as y los efectos que tendrán de aquí en más en la vida de cada uno de nosotros. Seguirán aferrados a una fórmula televisiva que cree ser “entretenid­a”, pero no hace más que mirarse el ombligo.

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Correspons­ales extranjero­s en el centro de prensa del G20

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